domingo, 8 de junio de 2014

Pendiente de olvidar

Fueron raros sucesos, sucesos que mi mente no ha podido procesar, aunque, sólo quiero olvidar…
Mi nombre es Diego, estoy por entrar al segundo semestre de preparatoria. Les contaré mi situación, con la ayuda de un diario que encontré. Intenten comprender, intenten explicarlo.
Estábamos un amigo y yo, recién pasamos a preparatoria y apenas eran vacaciones de verano (antes de clases). Nos entusiasmaba la idea de entrar a una escuela con gente y profesores nuevos, todo era diferente para nosotros. Todo estuvo bien, en vacaciones nos veíamos, salíamos, jugábamos videojuegos y tocábamos música, ya que él tenía una batería y yo unas guitarras y un bajo, los cuales nos turnábamos para tocar. Fueron de esos días en los cuales no ves el tiempo pasar, sólo te diviertes… a quién no le gusta divertirse así de bien.
El tiempo se acabó, y con su fin, llegó el tiempo de estudiar. Las clases comenzaron más rápido de lo esperado, no nos dimos cuenta, pero nuestro entusiasmo hizo que no nos importara. La noche anterior al primer día de clases nos quedamos en su casa para conversar sobre lo que nos esperaba. La plática empezó conmigo.
—Oye, Alan, ¿qué crees que vaya a pasar?
—¿De qué hablas?
—Pues, entramos a esto, que es como un nivel superior en nuestra vida, creo que tienes algo en mente de lo que nos espera.
—Pues claro que tengo algo en mente.
—Dime qué es.
—No, olvídalo…
—Anda, dime.
—Es que… no quiero hablar de eso.
—¿Por qué no? Habías estado muy emocionado.
—Si, lo sé…
—Entonces, ¿qué ha cambiado?
—Fue…. fue este sueño que tuve ayer.
—¿Qué fue?
—Pues…. no te burles. Verás, yo estaba en un lugar extraño, lleno de gente, apenas se podía caminar. Después me di cuenta de que era… era una iglesia, y todos vestían formal. No conocía a nadie. De ponto, se acerca una persona, no se acerca mucho, sólo lo suficiente para hacerme saber que me estaba viendo, inmóvil, en ese sitio. El sujeto comenzó a reír, era como una risa sarcástica, y yo no entendía por qué. Me aterró demasiado ver y escuchar a esa persona, sentí todo el cuerpo entumecido, fue un terror, como si no fuese un sueño. Luego, se fue alejando, y junto con él la multitud, dejándome completamente solo…
—¿Quién era él?
—No tengo idea, sólo veía su silueta negra y unos ojos blancos mirándome.
—Y… ¿eso cambió tu forma de pensar sobre lo que nos espera?
—Es que no entiendes, no creo que sean buenas señales, eso me inquieta.
—Por favor, no creas en todo lo que ves en los sueños… o en lo que crees que significan.
—Está bien.
—Bueno, vayamos a dormir. Tenemos que levantarnos temprano en la mañana si queremos llegar a tiempo a nuestro primer día de clases.
Al día siguiente, había llegado la hora de ir a clases, pero Alan decía que se sentía mal, por lo que faltaría a las primeras horas. Pensé que quizás fue por lo de su sueño, pero no quise decirle nada y me fui a la escuela.
Cuando por fin llegó a clases, no se veía mejor, un tanto más serio de lo común, no se arregló bien… Me dio la impresión de que sólo iba por compromiso, ya había perdido el entusiasmo del todo, así que me le acerqué y pregunté:
—Oye, ¿estás bien? —Era obvio que no lo estaba.
—Sí, ¿por qué no habría de estarlo? —contestó Alan, con un tono ligeramente nervioso.
—Te ves mal, no parece que estés bien.
—Es sólo que no quiero estar aquí, hay mucha gente.
—Lo sé, es una escuela… Mira, terminando las clases te acompaño a casa, búscame en la salida, ¿de acuerdo?
—Claro, no hay problema. —Sólo que para la salida, no lo vi por ningún lado, nunca me buscó.
Al terminar unos pendientes que tuve, fui a su casa para ver qué le pasaba. Al llegar, pregunté por él, me dijeron que había salido justo después de llegar a la escuela. Supuse en dónde estaría.
Alan y yo teníamos un lugar para relajarnos, platicar un rato, perdernos del mundo. Era una bodega, que tenía tiempo sin uso y estaba algo alejada, en un lugar donde no hay mucho movimiento, sólo algunas otras bodegas alrededor. No usábamos la bodega completa, sólo un espacio, como una oficina, muy espaciosa en la cual habíamos metido unos sillones y un par de escritorios para guardar unos cuantos juegos de mesa y cuadernos de dibujo; estos últimos eran míos, me gusta mucho dibujar. Sobre uno de los escritorios había una televisión vieja, la cual conectábamos a un generador y a veces jugábamos videojuegos en ella, y en las paredes había algunos pósters de bandas musicales pegados, eran dos de Nirvana, uno de Misfits, otro de los Ramones y uno de los Beatles, que era el preferido de Alan.
Como lo imaginé, él estaba sentado en uno de los sillones que teníamos en el lugar. Estaba sentado y parecía que dormía como de costumbre cuando descansamos en ese lugar. Me acerqué a él, pero por un momento, algo me detuvo, un aire denso y la sensación de que alguien más estaba en la habitación; volteé para todos lados y no había nadie. Fue raro para mí, sentí miedo y lo sigo sintiendo al recordar esa sensación. De pronto Alan dio un salto del sillón y gritó muy asustado.
—Alan, calma, soy yo.
—Ya veo… lo siento.
—No, yo lo siento, al parecer te di un buen susto.
—Claro, pero no fue tu intención…
—Oye, no me buscaste al salir de clases, ¿qué pasó?
—Pues, me sentía mal, así que me apresuré y fui a mi casa.
—Es aún por los sueños, ¿cierto?
—Es que, no lo entiendes, me inquietó bastante, sobre todo… Oye, mejor vayámonos de aquí.
—¿Qué ocurre?
—Es… es que ya estuve mucho tiempo aquí dormido y quiero caminar.
—Está bien.
Parecía que el miedo era intenso, no podía verlo ni un segundo sin sentir su inquietud. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Al día siguiente lo llevé a un parque, en donde se pudo relajar. Platicamos como siempre, él estuvo un tanto menos inquieto, logré distraerlo un poco, pero después de un rato me dijo que tenía cosas que hacer y se fue muy rápido del lugar.
Pasaron los días, tres semanas para ser precisos, hasta que Alan volvió a tener esos sueños. Ahora se veía más asustado y nervioso que antes, así que le dije que iría a su casa a pasar la noche. Al llegar su tono de voz me inquietó un poco, no se escuchaba para nada bien, pareciera que estaba a punto de romper en llanto, mas nunca lo hizo. Temblaba lo suficiente como para darme cuenta y parecía que no había dormido en algunos días.
—Hola, ¿qué tal?
—Vamos Diego, como si no pudieras notar cómo estoy.
—Lo siento, sí te ves mal.
—Eso dijo mi madre, piensa que estoy enfermo, pero yo sé que no.
—Me puedo imaginar, sÍ lo pareces, pero tenemos que cambiar eso.
—Sólo necesito dormir un poco, llevo tres días sin poder dormir, de verdad estoy cansado.
—Eso se nota, quizás deberías ir con alguien que te ayude con eso.
—¿Hablas de un psiquiatra?
—Eso creo… si esos sueños son la causa.
—No, no creo que sea necesario, se me pasará, como antes.
—Pero ahora parece que tienes más miedo que antes.
—Sí, así es, pero no puedo hacer nada, sólo esperar que el miedo desaparezca. Oye, tengo que hacer algo, espera en mi habitación, enseguida voy.
—Está bien, te espero.
Así que fui a su habitación a esperarlo. Entonces, encontré un cuaderno que se asomaba por debajo de su cama; estaba un poco gastado, pero se veía que lo usaba mucho, entonces me puse a leerlo. Me sorprendió bastante, hablaba sobre sus sueños, sobre cómo se sentía, todos eran apuntes escritos por fechas. Al leerlos, debo admitir que me aterraron un poco sus apuntes, y en unas de las primeras páginas hubo unos que especialmente me alteraron un poco:
“Septiembre 3:
No sé quién o qué era, pero al verlo me sentí aterrado, era una presencia que no quisiera volver a ver, me hizo sentir un terror inimaginable. Desde entonces rezo para que no vuelva a aparecer en mis sueños”.
Supe al instante de qué hablaba, era aquella persona que vio en su primer sueño, sobre el cual me contó antes de nuestro primer día de clases. Unas páginas después hablaba de nuevo de esa persona.
“Septiembre 18:
Aún tengo presente la imagen de ese sujeto, no puedo olvidar su risa tan escalofriante, me hace sentir miedo cada vez que lo recuerdo. Me siento solo, vulnerable, está observándome quizás, pero cómo deseo que no sea así… sólo quiero olvidarme de él”.
Y así fueron algunos de sus apuntes, uno escrito cada vez con más miedo que el anterior. Al leer podía sentir cómo era que se sentía. Es como si guardara todas esas sensaciones en cada palabra del cuaderno. Seguí leyendo, hasta que de nuevo me topé con otro de esos en los que este tipo aparecía, pero era reciente, de hace dos días.
“Noviembre 22:
Lo he vuelto a ver, estoy aterrado, es como si me observara retorciéndome del miedo, es como si disfrutara mi sufrimiento, me tortura, lo disfruta cada vez más. Lo escucho reírse de mí, ahora son carcajadas, con esa misma mirada fija, fría. Cada vez está más cerca, lo siento. Siento que está conmigo en las noches, cada vez que me encuentro solo, siento su presencia, me observa de cerca. Se esconde, pero sabe que siento su presencia y que me atemoriza. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué le es tan placentero aterrarme así? No lo sé, y quizás no lo sepa, sólo sé que no quiero que se acerque más, quiero que se vaya”.
En ese momento sentí cómo se entumeció todo mi cuerpo, no me pude mover y sentí a alguien detrás de mí. “¿Será…? No, no puede ser…”, pensaba con un temor tan grande. Pero por más que quisiera mentirme, sabía quién era. Me armé de valor, solté el cuaderno y volteé tan rápido que me dio vueltas todo. Entonces, ¿qué fue lo que vi?
Al momento no supe exactamente lo que pasaba. Fueron tantas sensaciones y sentimientos en un solo momento. Tanto miedo que no lograba mantenerme firme, no pensaba con claridad. ¿Qué fue lo que vi? Detrás de mí sólo había un espejo. Me dije a mí mismo, “¿que, habrá sido sólo el espejo?”, pero ¿cómo iba a ser el espejo? Aunque no había nada, lo sentí. Entonces fue cuando llegó Alan, muy alterado. Volteó a ver el cuaderno y me dijo:
—No lo has leído, ¿verdad?
¿Cómo decirle que no? Eso era lo que había hecho, y por como me vi en el espejo, no creo que denotara lo contrario.
—Sí, lo he leído, perdona si te ha molestado.
—No tenías que haber leído eso, no tenías que…
—Al leerlo comprendí cómo te sientes, eso es…
—¡No entiendes! ¡No tenías que hacerlo!
—Pero, ¿qué pasa?
—Lo siento, Diego, no llegué a tiempo, no debí dejarte solo en mi habitación…
—¿De qué hablas?
—En serio lo siento.
—Por favor, para de pedir perdón y explícame.
—Ha sido él, me ha hecho escribir desde la primera vez.
—Pero para…
—¡Eso es lo que quería! ¡Quería que alguien lo leyera después, todo ha sido por él!
—¡¿Para qué quería que…?!
—¡Detente! No nos merecemos esto, por favor, ¡para! ¡Deja de reír!
—Oye, ¿a quién le hablas?
Entonces lo vi, mientras Alan se retorcía y se tapaba los oídos, lo vi por mí mismo, parado en una esquina de la habitación, con esos ojos blancos que penetran en tu mente, esa silueta oscura oculta en las sombras. Era él, no había duda. Entonces comencé a escuchar su risa escalofriante. Ya sabía por qué sufría tanto, y lo digo sinceramente, no creo que nadie soporte tal cosa, no es lo mismo hasta que lo ves con tus ojos.
Aquel momento fue la media hora más larga de mi vida. No recuerdo el momento en el que me fui de ahí, pero recuerdo haber llegado a mi casa tanta intranquilidad que mi madre se asombró demasiado.
—Por Dios, ¿estás bien? —me preguntó preocupada.
—Sí madre, sólo… sólo estoy cansado.
—Pues, ve a descansar, que te ves muy mal. Pero primero date un baño.
—Está bien, lo haré enseguida…
Estaba tan trastornado por aquellas imágenes en mi mente que no podía pensar en nada más, sólo en el miedo que seguía presente desde aquel momento, aquel ser tan escalofriante.
Al día siguiente, sin haber superado lo ocurrido, me encaminé a la escuela. A la mitad del camino, mi madre me llamó al celular diciéndome que volviera, que tenía que hablarme de algo. Le pregunté qué era y me dijo que era sobre mi amigo, Alan. Al regresar, mi madre me esperaba en la sala, un tanto desconcertada, esperando que llegara.
—¿De qué quieres hablarme?
—Llamaron antes de que te fueras a la escuela.
—¿Quién era?
—La madre de Alan… resulta que… es duro decirlo, pero, Alan falleció.
—¿De qué hablas? Recién lo vi ayer en la tarde.
—Parece que se ha suicidado… Lo encontraron en su cuarto por la mañana.
—Pero… no puede ser verdad, madre, no bromees así conmigo…
—Lo siento, quisiera que no fuese verdad, pero…
—¡No, madre! ¡No puede ser verdad!
—Espera, su madre ha pasado hace unos minutos y te ha dejado esto. Parece que es una carta de Alan, es para ti.
En ese momento tomé la carta y me fui corriendo de la casa. Fui a la casa de Alan, no lo podía creer, no podía ser verdad que mi amigo estuviera muerto. Al llegar a su casa, vi a la policía estacionada afuera; eso tenía que significar que había ocurrido algo grave. Mi madre decía la verdad, al parecer… Alan estaba muerto.
Me traumatizó bastante haber vivido eso, no lo soporté, entonces huí a nuestro lugar, a la bodega que sólo nosotros visitábamos; tenía que alejarme de los demás. Al llegar, sólo vi cosas, recuerdos, que me daban nostalgia. Mi amigo, mi mejor amigo estaba muerto y no podía hacer nada al respecto. Me senté a llorar en uno de los sillones, no lo soportaba, era un dolor inmenso; pero lo recordé, Alan me dejó una carta, tenía que leerla, entonces lo hice.
“Diciembre 7:
Lo siento Diego, esto es tanto sufrimiento, espero que no te haga lo mismo que a mí, es que es tan terrible, no lo soporto, espero que no te enojes conmigo. No me disculpo por lo que haré, sino por lo que te hice esta tarde, te entregué a él. No fue mi intención, él me hizo hacerlo, no sabes cómo es… aún. Me hizo escribir cada sentimiento, sensación, cada visión que tenía, me hizo plasmar todo en esa estúpida libreta, la cual, un día antes, me dijo que tenías que leer. Por eso te dejé en mi habitación a solas, para darte el tiempo de hacerlo, pero un rato antes de que llegaras me había decidido a no mostrártela, entonces la arrojé al suelo, debajo de mi cama. Pero al llegar el momento no pude, no pude contra él. Ten cuidado, se adentra en lo más profundo de la mente y te hace sentir cosas horribles, nunca te lo hubiera deseado, ni a nadie. Se esconde en las sombras, en el ruido, hasta en tu reflejo del espejo y te observa, te causa un miedo insoportable. Me disculpo por eso, me siento tan arrepentido. No podía irme sin explicártelo, ya es muy tarde como para que pueda hacer algo para evitarlo, está hecho, él quería que lo leyeras para así poder entrar en tu mente, te he condenado, ahora sólo huyo de este horror. Te quiero, en serio… perdóname. —Alan”.
Me destrozó leer eso, no fue su intención, y ese sujeto provocó su muerte. Estaba tan enojado, no me podía contener, pero… de pronto tuve esa sensación, estaba conmigo. Era esa entidad que había llegado por mí, ahora yo sería a quien torturaría. Lo vi ahora más cerca, se estaba acercando a mí y me hacía ver visiones aterradoras, y lo escuchaba reírse de mí; era insoportable, tanto miedo y enojo se juntaban en mí, era terrible.
Pasé semanas enteras de miedo constante, me torturaba cada vez que quería, tuve los mismos sueños horrendos que aterrorizaban por las noches a Alan. Comencé a liberar mis miedos dibujando… creo que no fue lo mejor, ya que los dibujos fueron como aquella libreta.
Temo decir que él me ha obligado a escribir esto. Ahora me toca a mí decir “Lo siento”, porque no me pude negar, lo entenderás, ya has leído lo suficiente como para que él entre en tu mente. Ahora te toca a ti, en serio lo siento, yo tampoco le deseaba esto a nadie, pero no tengo opción. No trates de ocultarte, será en vano; está en las sombras, oculto, está en cada ruido que escuchas, se convierte en tu reflejo del espejo, incluso podría estar justo detrás de ti en este momento. Sólo espero que no sea tan terrible lo que te hará, quizá se canse de hacernos sufrir… esperemos que algún día pase.


El sol bajo las nubes.

Claudio era un joven tímido de quince años, de los cuales los últimos cuatro los había dedicado exclusivamente a estudiar música en la casa de Monsieur Cottillard, un viejo maestro músico amante de la soledad y el piano.
Durante los últimos cuatro años Claudio iba y venía de su casa a la del viejo Cottillard, sin siquiera voltear a ver el antiguo y enorme edificio de piedra que estaba justo frente a la angosta casa de su maestro. Se trataba del Liceo de Niñas, un colegio exclusivamente para las hijas de las más adineradas familias de la ciudad.
Al viejo no le gustaba enseñar con las ventanas de su casa abiertas, excepto los días lluviosos, esos días Claudio tenía permitido acercarse un poco a la ventana que daba a la calle a practicar con su violín.
Fue precisamente un día de lluvia que Claudio en un descanso de su práctica al mirar por la ventana descubrió el rostro más bello que jamás hubiese visto, unos grandes ojos castaños coronados con bellas y largas pestañas, cabello al color de la tierra mojada, pero lo que más le gustó de aquella niña fue su blanca e inmaculada palidez, la chica era de por si hermosa, pero era su blancura lo que dejó atónito a Claudio.
Ese día el joven no dejó de pensar en aquella alumna del Liceo, volvió a su casa y practicó con su piano siempre pensando en ella.
Al día siguiente Claudio buscó desesperadamente acercarse a la ventana, pero afuera no estaba lloviendo y su maestro le prohibió que la abriera. Esa tarde Claudio ejecutó el piano con demencial ira, Monsieur Cottillard quedó maravillado.
Al día siguiente tampoco llovía sin embargo el sol estaba oculto tras gigantescas y espesas nubes, Claudio se molestó mucho, sabía que otra vez estudiaría con la ventana cerrada.
Al llegar Claudio a la casona notó que la ventana estaba abierta, su pecho se agitó y sintió como su estómago se estremeció de alegría, subió velozmente las escaleras y buscó su lugar junto a la ventana. Monsieur Cottillard estaba de muy buen humor, incluso habló de la belleza del día y concedió a Claudio varios descansos. Por primera vez en cuatro años Claudio notó que no era la lluvia la que ponía de buen humor a Cottillard sino los días donde las nubes no daban oportunidad al sol brillar, se alegró.
Justo a las 2 de la tarde pidió a su maestro un descanso, y se dirigió a la ventana con la esperanza de encontrarse con su amada niña.
Después de buscarla de entre decenas de niñas que esperaban ser recogidas por sus padres en la banqueta al fin pudo ver a su amada, no fueron más de quince segundos, quince segundos donde la tierra se detuvo, 15 segundos donde su corazón se estrujaba desesperadamente en sus adentros. Por fin pudo verla dos días después de haberla visto y amado por primera vez.
La hermosa niña subió a la parte trasera de un carruaje y desapareció de repente, Claudio volvió a sus lecciones, estaba contento, se le veía en la mirada, estaba tan emocionado que se equivocó una vez tras otra, despertando la ira de Monsieur Cottillard en múltiples ocasiones.
El día siguiente nuevamente estuvo nublado y Claudio feliz, recorrió las calles rápidamente y llegó a la casa de su maestro, buscó su lugar y comenzó a practicar distraído y equivocándose una y otra vez. Cuando dieron las 2 de la tarde pidió su receso y se recargó viendo por la ventana, pasaban los segundos y Claudio más se desesperaba, hasta que decidió preguntar a Monsieur Cottillard si él sabía por qué no habían salido las niñas del colegio de enfrente.
– ¡Es sábado atolondrado! –Respondió el viejo–. –Llevas años practicando y ¿no te habías dado cuenta que los sábados y los domingos el Liceo no abre sus puertas? –Menudo animal.
Claudio tomó su violín y comenzó a tocar con tremenda furia, parecía que se encontraba poseído, como si el demonio mismo entrara en su cuerpo y le ordenara tocar las melodías más notables que Cottillard le hubiese escuchado jamás, de pronto el viejo recordó el día que al negarle abrir la ventana Claudio había tocado el piano como nunca antes.
Ahí estaba Claudio con sus manos en el violín, su vista fija e imperturbable en el suelo, pero su pensamiento con ella, la niña de la ventana.
Al terminar la lección Cottillard preguntó a su joven pupilo que era lo que buscaba en la ventana, Claudio respondió que nada, tomo sus cosas, se despidió de su maestro y salió corriendo de la habitación, pero unos segundos después volvió.
– ¿Los domingos tampoco abren el Liceo? –Preguntó Claudio–
– ¡No! –Respondió entre risas su maestro–
Claudio sonrió y salió corriendo.
Llegó el domingo y como todos los domingos Monsieur Cottillard dejó improvisar libremente a Claudio mientras él se dedicaba a otros asuntos en su casa.
Claudio trataba de pensar en su amada, decidió improvisar una melodía en el piano, el hecho de ser domingo lo animaba pues mañana, si el sol se lo permitía vería otra vez aquellos alegres ojos y aquella piel delicada.
Llegó el lunes, por suerte nublado y con lluvia. Claudio pidió su descanso a las dos en punto y Cottillard se sentó a observar al joven como agitadamente buscaba algo o a alguien en dirección a la puerta del Liceo, de pronto vio como Claudio se alejó de la ventana y buscó su lugar, con una sonrisa en la cara y la mirada perdida. Cottillard pidió a Claudio que le tocara algo, Claudio eligió una antigua sonata y no paró de equivocarse tanto que su maestro decidió interrumpirlo para platicar con él.
–Estaba pensando en clausurar definitivamente esa ventana ¿Qué te parece? –Preguntó el viejo–
Claudio guardó silencio, bajó su mirada y solo encogió los hombros.
–Entonces, ¿no te importa? –Insistió Cottillard–
Claudio no respondió, sintió mucho coraje e impotencia en ese momento, Cottillard notó que Claudio comenzaba a enojarse y sin perder más tiempo le dijo:
–¡Toma tu violín, toca!
Y comenzó Claudio a tocar a ratos sereno, a ratos furioso. Cottillard estaba conmovido con aquella melodía, definitivamente su discípulo empezaba a madurar en todos los sentidos.
El día siguiente era un bello día soleado, Claudio estuvo molesto todo el mediodía hasta que dieron las dos y suplico por primera vez al maestro abrir la ventana, Cottillard aceptó bajo la condición de saber quién era la persona que despertaba tan desesperadamente el interés del joven músico.
Claudio acepto y cuando llegó el momento con voz temblorosa dijo a su maestro.
–Es ella.
Cottillard observó a la bella joven, sin lugar a dudas era hermosa, volteó la mirada hacia su pupilo que estaba enternecido de ver a la joven. Cuando la hermosa joven hubo subido a su carruaje Cottillard tomó del Brazo a Claudio y lo guio al piano.
Los días pasaron y de lunes a viernes Monsieur Cottillard daba permiso a Claudio de mirar a la bella estudiante aunque no estuviera nublado el día.
Las semanas continuaban completándose incluso los meses y Claudio seguía admirando a la chica desde su ventana, la llamaba de mil formas: Samanta, Lucrecia, Aída, Brida…, notó que los días nubosos eran los mejores para verla, su piel brillaba fulgurante, irradiaba luz propia, como si se tratara de un pequeño sol, un sol bajo las nubes, y así decidió llamarla en delante, ”Sol”.
Sol se había convertido en una chica popular de entre sus compañeras, Claudio podía notarlo desde hace algún tiempo, ahora se le veía más segura y alegre y por ende más hermosa a los ojos de Claudio. Mientras tanto el joven seguía creciendo como músico, ahora sus melodías eran brillantes, tanto que Cottillard llegó a pensar que ya no necesitaba más de él como maestro.
Claudio buscaba la manera de que Sol lo notara, quería impresionarla pero no sabía cómo, ni siquiera sabía que le gustaba, no conocía su carácter, no conocía ni su nombre.
Cuando Monsieur Cottillard se decidió a informarle a Claudio que estaba listo para dejar el nido que forjó su maestranza en la música, Claudio rechazó de forma enérgica la propuesta de su maestro.
– ¿Cómo se atreve a decir que estoy listo? ¡Usted sabe que me falta trabajar, que no soy tan bueno y que necesito de usted! –Exclamó desesperado Claudio.
–Lo que vos has venido a encontrar conmigo, ya lo has conseguido Claudio, de hoy en delante deberás forjar tu propia identidad, además yo ya hube enseñado todo lo que sé. –Puntualizó sereno el viejo maestro–.
–Quiero que escribas una rapsodia a tu amada, vuelve cuando la hayas concluido. Ese será tu examen final. –Dio media vuelta y dejó el salón–.
El miedo que le causaba no poder volver a ver a su Sol le estremecía el alma a Claudio. Todos los días se levantaba temprano, se dirigía hasta el liceo y desde un lejano árbol contemplaba a la joven a su llegada, más tarde regresaba a la hora de la salida.
La desesperación le hizo acercarse cada vez más a Sol. Ahora acostumbraba salir de la esquina justo cuando su carruaje se detenía fuera de la puerta, sentía una gran angustia por no poder hablarle, incluso una mirada de ella le hacía bajar la cabeza y caminar apresuradamente, la amaba pero no soportaba siquiera su mirada.
Claudio sentía un gran odio por sí mismo; por no superar su miedo a hablarle a la joven, el mismo se negaba la felicidad. Había terminado Claudio la Rapsodia que le encomendó su maestro sin embargo no podía entregarla todavía, no quería dejar de tener una excusa para ver a Sol.
El nuevo día estaba lluvioso desde muy temprano, Claudio encontró la excusa perfecta para acercarse a Sol, llevó su paraguas con él y salió de su casa agitado, por fin podría acercarse e incluso cruzar palabra con la bella joven. Esperó a la vuelta de la esquina hasta ver el carruaje de Sol acercarse, comenzó a caminar, al acercarse el carruaje a la puerta comenzó a caminar más despacio, entonces la puerta se abrió y Sol saco una pierna dispuesta a salir.
–¡Use mi paraguas, señorita! –Gritó con algo de miedo Claudio–
–¡Gracias señor, voy a correr! –Respondió la joven y echó a correr hasta el pórtico del Liceo–.
Claudio se quedó allí parado sin decir nada, le había costado mucho trabajo poder hablarle, y las primeras palabras que le dirigía eran de rechazo. Se sintió muy avergonzado pudo sentir las miradas de las demás niñas como piquetes de agujas en la espalda. Regresó a casa deprimido, llorando de pena.
Buscó el abrecartas de su papá y subió a su cuarto, se paró frente a su espejo, escuchaba las palabras de Sol una y otra vez cada vez más insistentemente, escuchaba la melodía que había compuesto para ella, estaba aturdido, tomó el abrecartas y amagó atravesarse el pecho con él.
De pronto los ruidos cesaron, las voces, la música, se vio parado frente al espejo con los ojos llorosos y rojos, y sintió vergüenza.
La mañana siguiente tomó las partituras de su rapsodia las introdujo en un sobre, y salió con destino al Liceo como todos los días.
Un frío intenso le recorría la cabeza y el miedo se había ido. Esperó paciente la llegada de la muchacha. Cuando el carruaje llegó se dirigió a la puerta del Liceo y esperó.
La joven salió por fin del carro, pasó indiferentemente a su lado, de pronto escuchó un grito:
– ¡Sol!
La joven volteó repentinamente y un abrecartas se introdujo en su pecho una vez tras otra, su última imagen fue la cara encendida de ira de su asesino.
Diecisiete veces entró el metal en el cuerpo de la joven, uno por cada año de su vida, el color de la sangre teñía el suelo.
Algunos días después llamaron a la puerta de Monsieur Cottillard, era la policía.
–¿Es usted Bertrand Cottillard? –Preguntó uno de los dos policías que estaban parados frente a su puerta–
–Sí señor, ¿en qué puedo ayudarlos?
–Queremos entregarle este sobre; usted aparece como destinatario, pertenecía a Claudio Romano, el asesino del Liceo, como ya debe saberlo él se encuentra internado en el manicomio, ese chico sí que está desequilibrado, usted que lo conoció, ¿era él un muchacho malvado como se dice?
– ¿Es cierto que hablaba con los espíritus? Necesitamos saberlo, no podemos dejar que algo parecido vuelva a ocurrir –Interrumpió el otro policía–
–Si, yo tengo dos hijas, no quiero ni pensar lo que sería capaz de hacer si algo les pasara –continuó el primero–
–¿tienen los señores algún otro asunto que tratar conmigo? –Preguntó molesto Cottillard–
–No, ya nos marchamos, cuídese viejo amigo, yo tendría precaución con ese sobre –dijo con una mueca burlona el policía–. Dieron media vuelta y se marcharon.
Cottillard abrió el sobre, sacó las partituras, y notó un papel al fondo del sobre, lo tomó y lo leyó.
“Maestro usted sabe bien que la amaba, no deje que su melodía muera, allí viviremos los dos para siempre”.
Avatar de Dolores Santa

Risas

Despiertas sobresaltado, jadeando en busca de aire, mientras te recuperas de una pesadilla. Es la misma pesadilla que se ha venido repitiendo desde hace semanas. Cada noche, sin poder hacer nada más que ver la misma maldita escena desplegarse ante tus ojos.
Hay niños corriendo en un parque infantil, y a lo lejos, una niña comienza a subir al pasamanos. De repente, esa sensación nauseabunda que algo va a suceder invade tu cuerpo. Intentas gritar a la niña para advertirle, pero lo único que se escapa de su garganta es el aire. Te das cuenta de que es demasiado tarde. Cierras tus ojos mientras la chica cae, causándose una grieta repugnante en toda la cabeza. Te ves impotente a su cuerpo sin vida, junto con el resto de los niños que reían a sólo unos minutos atrás.
Ahí es cuando te despiertas en un sudor frío, dándote cuenta de que era la misma pesadilla. No te has acostumbrado a ella y probablemente nunca lo harás.
Aún en tu estupor somnoliento, miras hacia los números digitales de color verde brillante junto a ti. Ahora es la 1:30 de la mañana, igual que la última vez. En este punto, has perdido toda esperanza de volver a dormir, y bajas a la cocina para conseguir un vaso de agua. Recuerdas que debes trabajar por la mañana, ya que hace una semana, comenzaste a ayudar a demoler una vieja escuela que no se ha utilizado desde los años 60. Raramente, es cuando la pesadilla comenzó.
“Genial”, te dices entre sorbo y sorbo, “¿Cómo voy a funcionar con sólo cuatro horas de sueño?”
Más tarde esa mañana, llegas a la escuela. Los desgastes se notan en todo el edificio, tales como tuberías oxidadas, plantas que crecen las paredes, pintura astillada, y la fina hoja de polvo que cubre toda la superficie de la zona.
“¿Qué demonios le pasó a este lugar?” Dices cuando entras por las puertas delanteras.
“¿Cuanto trabajo no?”, dice Mike parado en lo alto de una escalera de mano. Él parece estar derribando parte del techo. Los ecos de taladros y pistolas de clavos suenan en todo el edificio, con el zumbido ocasional de una sierra eléctrica.
“Así que, uh, ¿qué es lo que tengo que hacer hoy?” – Le preguntas.
“Bueno”, dice Mike, “hoy tenemos mucho trabajo, puedes empezar por quitar las tablas del piso en el gimnasio. Después de eso, vamos a necesitar tu ayuda en el desmantelamiento de las pizarras en las aulas “.
Asientes, y con eso, te entrega un martillo y una palanca. Al entrar en el gimnasio, el sonido de la puerta que se abre y cierra de golpe retumba en las paredes. Es silencioso. Desde aquí, todos los ruidos de las herramientas eléctricas no se escuchan. Es una escuela grande y te encuentras en un lugar bastante lejos de la construcción. Decides comenzar en un rincón. Tomas tus herramientas y empiezas la difícil tarea de rasgar y hacer palanca en cada tabla.
A medida que avanzas, notas algo extraño. Sientes como si fueras observado, como si la mirada de alguien te estuviera perforando la piel. En un intento por evadir la incómoda sensación, gritas:
“Sí, Mike?”
No hay respuesta. Por supuesto, sabes que no habrá una respuesta, pero tenías la esperanza de que hubiera una razón para tu miedo. Rápidamente tratas de olvidarlo y continúas tu labor.
Desde que empezaste a trabajar ahí, no ha pasado ningún evento extraño o fuera de lugar. Llegas a la conclusión de que sólo es el silencio  el que te hace sentir incómodo, por lo que sacas tu celular y pones algo de música. Pero entonces, vuelves a sentir que alguien te está mirando. Incluso tu música no ayudarte bien. Un extraño sonido comienza a mezclarse con la voz del cantante.
Te apresuras y quitas un auricular de tu oído para ver si alguien esta tratando de llamarte o algo así. Te das cuenta que el ruido de fondo era una risa, y definitivamente no venía de los auriculares.
“¿Hola?” Dices a medida que guardas los auriculares en el bolsillo del pantalón, “¿Quién está ahí?”
La risa se ​​desvanece rápidamente, como si un grupo de niños corriera riéndose detrás del edificio.
“Hay chicos aquí?” Te preguntas a ti mismo. Terminas de quitar una tabla de madera que estaba a punto de romperse y la colocas en el suelo.
“¿Hola? Mike? “Llamas una vez más. Al salir del gimnasio, te encuentras cerca de lo que parece ser una cafetería. Esto definitivamente no estaba cuando Mike te llevó al gimnasio, pero sigues tu camino. En primer lugar, entras a la cafetería para ver si los niños se esconden allí, pero lo único que hay es un largo pasillo con mesas tiradas alrededor. Una vez más, escuchas la risa que viene desde el fondo.
Comienzas a caminar hacia la risa, pero a medida que te acercas, ésta se desvanece. Al doblar la esquina, te das cuenta de que has llegado a un punto muerto, con una puerta al final. La puerta es de color azul, combinando con algunos azulejos del piso. Te acercas a ella y mueves la perilla, sólo para descubrir que ésta cerrada.
“¿Qué demonios? ¿A dónde van? “Te preguntas mientras tratas de mirar algo por el espacio entre la puerta y la pared. Una mano toca tu hombro, haciéndote saltar. Te das la vuelta y ves a Mike con una mirada interrogante en su rostro.
“Puta madre, hombre, me has asustado.” Le dices.
“Sí, pude notarlo”, dice Mike, “¿Qué estás haciendo aquí? ¿Terminaste el gimnasio? Porque también necesitamos…”
“No, no he terminado.” Dices interrumpiéndolo. “Hey, uh, ¿alguien trajo a sus hijos aquí, o algo así? ”
“No que yo sepa, pero debes terminar ese suelo pronto, necesitamos un poco de ayuda con el material eléctrico.”
Asientes y te diriges al gimnasio, mientras desenredas tus auriculares. Solo dos minutos después de haber empezado a trabajar, escuchas esos malditos niños de nuevo. Esta vez, parece como si se estuvieran burlando de ti. Piensas que se volverán a escapar y la risa se detendrá, a si que decides continuar con lo que estabas haciendo y lo ignoras. Pero no se va, incluso, podrías asegurar que se hace más fuerte y más irritante.
“¡¿Qué?!” Gritas a los niños, pero siguen riendo. Esta vez, arrojas tu martillo a la pared, porque a estas alturas, no tienes ganas de jugar. Corres hacia el ruido, con la esperanza de atraparlos. Con cada paso que tomas, los armarios que cubren el pasillo se estremecen y se sacuden. Tus pasos resuenan por las escaleras. Ya no te importa tu trabajo en el gimnasio, ni la construcción, ni nada. Solo encontrarlos y deshacerte de ellos.
A medida que corres, te das cuenta que la escuela se ve más limpia y alegre. La pintura no está astillada, ni la cerca oxidada…
“Pensé que lo estaban destruyendo, no que le harían una renovación.” Te dices. Sigues corriendo, hasta llegar comedor. Sentiste que habías corrido en círculo, pero esa teoría se fue en cuanto llegaste a la cafetería. Te das cuenta que en el comedor, las mesas están instaladas, y los pisos limpios. Las papeleras y mesas parecen estar cubiertos con migas y la leche derramada en algunos sitios. Esto no tiene sentido, si hace dos minutos las mesas estaban rotas, y todo parecía estar cubierto de polvo. Te detienes y mirar a todo, confundido completamente, hasta que la risa te sacó de sus pensamientos, una vez mas.
Una vez que vuelves a correr, la risa se ​​detiene. No, no como la broma de hace rato, todo el mundo al mismo tiempo se frena. Junto con las risas, tus pasos paran, como si trataras de encajar en el entorno.
De pronto, una pequeña risita se escucho en el baño. Sonríes, pensando:
“Oh, ahora los tengo”, mientras caminas hacia el baño. A diferencia del resto de la zona, el baño era un completo desastre. Las bisagras de las puertas de los establos y los grifos están terriblemente oxidadas, y baldosas completamente rotas. Pateas fuertemente la única puerta, tirándola, con la esperanza de hacer frente a uno de esos pequeños bastardos, pero no hay nadie allí.
“¿Qué diablos?” Dices en voz alta. Jurarías que escuchaste una risa proveniente de esta área exacta, ¿cómo no puede haber niños? Te das vuelta hacia el grifo, y giras el pomo. Crees que si se salpicas tu cara un par de veces, te recuperarás. Por supuesto, no sale agua. De repente, ves algo en la esquina del espejo que te hace atragantarte con tu propio aliento.
Sentada en la esquina de la habitación, junto a la puerta, se encuentra una pequeña niña. Sus ojos, miran a los tuyos. Excepto, que ella realmente no tiene ojos, solo mármoles blancos que parecen demasiado grandes para su cráneo. Y no son sólo sus ojos, todo en ella no es normal. Su piel se le pega al hueso, haciendo que sus articulaciones se vean. Su pelo esta enmarañado y lleva un vestido blanco roto, manchado con suciedad y sangre. Y entonces comprendes todo instantáneamente, como si una pared de ladrillos cayera sobre ti.
Lo que parecen ser los restos de un cadáver en descomposición, es en realidad la chica que aparece en tus pesadillas. Sus labios se curvan lentamente revelando un terrible conjunto de dientes afilados. Gritas y sales corriendo del baño. A la salida, te das cuenta de que el edificio volvió a tener su aspecto normal, sucio y descuidado. Al doblar a la esquina, te encuentras con Mike.
“¿Qué demonios estás haciendo?” Dice claramente frustrado, “Esta es la segunda vez que abandonas tu puesto de trabajo.”
“¿¡Qué carajo está pasando aquí!?” Gritas, exigiendo una respuesta. Mike te lanza una mirada amenazadora, y te dice:
“¿De qué estás hablando? Nada está pasando aquí. Escucha, si te sientes un poco enfermo puedes ir a casa. ”
“No, estoy bien.” Respondes, “Te prometo que voy a terminar esta vez. Ahora, ¿dónde está el camino de regreso al gimnasio? ”
“Sube las escaleras y en el pasillo a la izquierda, verás las puertas dobles para llegar. Te acompaño”
Mientras los dos van a ver tu trabajo, una duda emerge de tu cabeza.
“Hey,” Le preguntas a Mike, “¿Por qué este lugar quedo cerrado? Parece como si todo el mundo se hubiera ido un dia y jamás regresó. ”
“Bueno,” Inicia Mike mientras el sonido de sus pasos resuenan en todo el hueco de la escalera, “Una chica joven, estudiante, murió aquí. Al parecer, era demasiada tristeza para los niños a educar y siempre andaban deprimidos. Por lo tanto, con la esperanza de borrar el incidente de su mente, se los trasladó a una escuela diferente. ”
Un escalofrío recorre tu cuerpo, desde los pies a la cabeza.
“Exactamente cómo murió?”
Mike no respondió hasta cruzar la puerta doble del gimnasio.
“Ella cayó desde un pasamanos y se rompió el cuello.”
Tragas saliva, mientras Mike sale de la habitación.
“Apresúrate, que ya es tiempo que hubieras terminado” Dijo antes de azotar la puerta
Sabes que deber darte prisa, para ir a tu casa y no regresar a ese lugar jamás. Enciendes tu música de nuevo, y continúas el trabajo, casi esperando oír una risa, pero no pasó nada. Incluso cuando se terminaste, no pasó nada.
En tu regreso a casa, empiezas a cuestionarte y te convences de que todo estaba en su cabeza, y que la pesadilla había causado que te volvieras loco. Al pensar en la pesadilla y recordar lo que Mike dijo, el estómago comienza a dolerte. Tuviste esta sensación hasta que finalmente decides irte a la cama, sabiendo lo que iba a venir después. No quería pensar en los juegos infantiles, o la niña, no específicamente después de lo de hoy. Pero la imagen de su rostro, su rostro horrible, está pegada a ti.
No debería haber ninguna razón para que seas paranoico ahora. Se acabó. Estás aquí, y ella es todo lo que queda de allí.
“Demonios, probablemente ni siquiera existe.” Te dices a ti mismo, ya que poco a poco pierdes la conciencia.
Cierras tus ojos, esperando la visión horrible, una risa pequeña se escucha atrás de la puerta de su dormitorio.


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