jueves, 28 de agosto de 2014

El Hombre que sonríe

Hace unos cinco años solía vivir en el centro de una metrópolis en los Estados Unidos. Siempre fui una persona nocturna, por lo que de vez en cuando me encontraba en total aburrimiento después de que mi compañero de habitación, que definitivamente no era una persona nocturna, iba a dormir. Para pasar el tiempo, acostumbraba a dar largas caminatas mientras reflexionaba.El Hombre que sonríe
Pasaba unas cuantas horas así, andando a solas por la noche, y en ninguna ocasión tuve motivos para sentirme con miedo o amenazada. Solía bromear con mi compañero de cuarto diciendo que, cuando menos los traficantes de la ciudad eran educados. Pero todo eso cambió en unos cuantos minutos de una noche particular.
El Hombre que sonríe
Era un jueves, en algún momento entre las dos de la mañana, caminaba cerca de un parque que es patrullado por la policía, a unas cuadras de mi departamento. Era una noche bastante silenciosa, incluso para este día de la semana, con poco tráfico y casi ningún transeúnte. El parque, como la mayoría de las veces, estaba vacío. Di media vuelta en una calle con la intención de volver al departamento cuando lo vi por primera vez. Lejos, al final de la calzada y en el mismo lado de la acera que yo, estaba la silueta de un hombre bailando. Era un baile extraño, casi como un vals, pero terminaba cada paso del baile avanzando un poco hacia delante. Se puede decir que bailaba y caminaba hacia mí al mismo tiempo.

Creyendo que probablemente estaba borracho, me acerqué al lado de la calle para darle espacio y que pudiera pasar por la acera. Cuanto más se acercaba, más podía notar lo gracioso que era su baile. Era bastante alto y delgado, y vestía un traje muy viejo. Bailó más cerca hacia mí, hasta que pude ver su rostro. Sus ojos estaban abiertos y casi salían de sus orbitas, tenía la cabeza hacia atrás y miraba al cielo. Su boca estaba abierta en una sonrisa dolorosa, como si fuera una caricatura. Al ver aquello, decidí cruzar la calle antes de que el bailarín se acercara más.

Le quité la vista para poder atravesar la calle vacía. Cuando llegué al otro lado, volví a ver… me quedé paralizada en el lugar. Había dejado de bailar y estaba sobre un solo pie en la calle, con dirección hacía mí, pero todavía miraba hacia el cielo. La sonrisa en su rostro parecía haberse hecho más grande.El Hombre que sonríe
Quedé completamente horrorizada a causa de eso. Comencé a caminar nuevamente, de espaldas, sin quitarle la vista. No se movía. Cuando ya estaba a más de media cuadra de él, voltee para ver el pedazo de acera que tenía delante. Todavía conmocionada, volví a ver hacía donde estaba el bailarín pero ya se había ido. Por un instante me sentí aliviada hasta que lo vi de nuevo. Había atravesado a la misma acera que yo y estaba en cuclillas. No tuve la certeza en ese momento, debido a la oscuridad y a la distancia, pero estoy casi segura de que me estaba mirando. No había apartado los ojos de él más que unos pocos segundos, por lo que estaba claro que se había movido rápidamente. Estaba bloqueada y me quedé allí, parada, mirando hacia él. Entonces comenzó a moverse en mi dirección nuevamente. Daba pasos exagerados sobre la punta de sus pies, como si fuera un personaje de alguna caricatura. A excepción de que se movía muy, muy rápido.


Me gustaría decir que en ese punto comencé a correr, que tomé mi spray de pimienta o mi celular, pero no hice nada de eso. Sólo me quede de pie, completamente congelada mientras aquel hombre sonriente se arrastraba hacía mí. Entonces se volvió a detener, más o menos a unos dos metros de distancia, aun con aquella sonrisa larga, aun mirando hacia el cielo. Cuando finalmente recuperé mi voz, le dije lo primero que se me vino a la mente. Pretendía preguntarle “¿Qué diablos quieres?” con un todo autoritario. Pero la única cosa que salió de mi boca fue un “¿Qué diaaablo…?” bastante inaudible. No sé si los seres humanos son capaces de oler el miedo, pero al menos pude escucharlo. Escuché el miedo en mi propia voz, y eso sólo me hizo empeorar. Pero él no reaccionó. Se mantuvo allí de pie, sonriendo.

Y después de lo que parecía una eternidad, se volteó, lentamente, y comenzó a bailar y a caminar lejos. Sin más. Sin querer voltear para volver a darle la espalda, me mantuve viéndolo hasta que casi no lo distinguía. Entonces me di cuenta de algo. No se alejaba, ya no bailaba. Observé con horror cómo la distancia entre nosotros disminuyó rápidamente. Y ahora él estaba corriendo. Yo también corrí. Corrí hasta que logre llegar a otra calle más iluminada y con más tráfico. Miré hacia atrás pero ya no pude verlo en ningún sitio. Durante todo el camino de regreso a mi departamento, me mantuve mirando por encima de mi hombro, siempre con el temor de volver a ver su estúpida sonrisa, pero él no apareció más. Viví seis meses en aquella ciudad, y nunca más volví a caminar en la noche. Había algo sobre su rostro que siempre me asustará. No parecía borracho, ni parecía drogado. Él parecía completamente loco. Y eso es algo muy aterrorizante de ver.

viernes, 15 de agosto de 2014

El niño que nunca lloró



Hay mucha gente ese día. Gran cantidad de personas van y vienen.

Aquella mujer, a pesar de su nerviosismo, no sobresale de la multitud.

Sostiene un bebé dormido de pocos días de nacido en sus brazos.

La mujer parece cansada y se altera por cualquier cosa.

Cuando llega al aeropuerto se da cuenta que su vuelo se ha retrasado. La mujer va de aquí para allá con desesperación, pero por suerte su bebé no se da cuenta, sigue durmiendo plácidamente.

Los minutos pasan como si fueran horas. La mujer no está del todo consciente de su alrededor, y tropieza con un guardia de seguridad. Es un golpe fuerte, pero el bebé sigue durmiendo como si nada. La mujer trata de mantener la calma, pero a leguas se nota su intranquilidad.

“¿Está bien, señora?” Pregunta el oficial.

La mujer, titubeando, responde que sí. Y se aleja velozmente.

Ella se sienta a esperar a que salga su vuelo. Una mujer a su lado intenta sacarle conversación. Ella se limita a contestar con pocas palabras.

“Su niño debe estar muy cansado… ¡A dormido todo este rato sin siquiera arrugar los ojos!”

Ella contesta con una leve y cansada sonrisa.

Al fin anuncian que su vuelo está por despegar. Ella se levanta apresurada y se dirige a su respectiva plataforma velozmente, casi corriendo.

Uno de los guardias asignados a ese andén era el mismo con el cual se había tropezado antes. Cuando a la mujer le toca pasar, el guardia, después de revisar sus cosas, le pregunta por su bebé. Ella responde nerviosamente que está bien.

“¿Puedo verlo un momento? No nos gustaría que su bebé viajara estando enfermo ¿no lo cree?”

Pero la mujer insistía en que su niño estaba completamente bien.

“Por favor, solo será un momento. No le haré daño”

La mujer quedó pensativa unos instantes.

De pronto ella le lanza el bebé al guardia y sale corriendo. Y aunque el oficial trató de atajar al pequeño con cuidado, por culpa de los trapos que lo cubrían, lo terminó atrapando por la pequeña cabeza. Pero el bebé no lloró ni una sola vez.

Las mantas cayeron al suelo, dejando desnuda a la criatura, la cual tenía una tosca costura desde su entrepierna hasta casi llegar a su pequeño cuello.

Pocos segundos sostuvo el oficial al niño, pero estos bastaron para que su cuello cediera ante el tremendo peso que su cuerpo representaba. No hubo sangre cuando se desprendió, solo pequeñas bolsas de látex rellenas de drogas.

Y aunque el niño nunca lloró, hubo muchas personas que lloraron en su lugar.