Nabor que en paz descanse, se dedicaba a la venta de servicios funerales
y fue supervisor de un grupo en el que trabajaba. El señor que no era
de mucha plática nos sorprendió cuando muy serio comentó:
- Fue en uno de esos días que me toco llevar un féretro al cementerio en compañía de cuatro compañeros.
- ¿Por qué cuatro, si para manejar la carroza solamente se necesita una persona? – le pregunte interesado.
- Pues resulta que para cargar un ataúd se necesitan cuatro
hombros – agregó sonriente -, el difunto hacia unos meses había perdido
esposa e hija y se encontraba solo, por lo que decidió quitarse la vida.
- Dicen que el que se suicida, jamás encuentra el descansó eterno – comente tratando de hacer la charla mas interesante.
- No te adelantes que yo soy el que esta narrando la historia – me comento con severidad -;
Pues resulta que el difunto era de complexión delgada, no muy
alto que digamos, pero es el más pesado que he cargado. El sepelio fue
muy extraño, los familiares lloraron muy poco, por no decir que nada. El
sol ya se estaba ocultando cuando regresamos a la carroza, para nuestra
sorpresa observamos las cuatro llantas sin aire, las habían rasgado con
tanta saña que era imposible la reparación.
Después de haber sido quienes fueran al frente de aquel desfile
fúnebre que se dirigía al cementerio, terminamos pidiendo un aventó para
llegar al poblado mientras que el velador nos despedía con un saludo
muy serio.
- El velador seguramente fue el que le amoló las llantas –
comentó mi amigo Antonio desde el lugar en que se encontraba y continuó
trabajando sin darle mucha importancia a las palabras del viejo.
- El no fue – contestó muy serio el señor -; resulta que
regresamos al cementerio con las llantas para la carroza, nos habían
dicho que en ese lugar se acostumbraba robar los carros, pero no
destruirlos. Ya muy cerca de la media noche, todos nos encontrábamos
listos para irnos. De pronto me percate que un compañero faltaba, lo
esperamos por un breve instante, mientras nuestra intranquilidad crecía y
no tardo mucho tiempo para que fuéramos en su busca.
Nuestras voces fueron la causa de que el velador saliera del
cementerio como un muerto viviente y nos preguntara que era lo que
sucedía. Brevemente le explicamos que no encontrábamos a Guadalupe. El
velador se puso muy serio y nos preguntó que si nosotros éramos los de
la carroza. Después de contestarle que si, suspiro con preocupación y
externo que esperaba que no fuera nada grave.
La búsqueda de Guadalupe continúo y cuando más desesperados no
encontrábamos, lo observamos frente a la reja del cementerio, parecía
dominado por una fuerza sobrehumana. Apenas logro señalar el lugar donde
habíamos enterrado al difunto, el pálido reflejo de la luna hacia
blanquear las tres tumbas de aquella familia que nuevamente se
encontraba junta como en los días felices.
Me pareció mirar unas sombras con forma de ser humano, pero no le preste atención hasta que Guadalupe pudo tartamudear y decir:
“Mi mi mi miraste e e eso”
“ E e e escuchaste su su voz.”
No mire ni escuche nada, le comente con la intención de calmarlo.
Mi argumentó no era suficiente para desvanecer aquellas tres figuras
que se encontraban en el interior del cementerio. Son ellos, comentó el
velador.
De pronto se de dejo escuchar unos gritos que decían:
¨Esperen, no me dejen aquí.¨
El velador nos clavo una mirada de interrogación, insinuando si
se trataba de compañeros nuestros. Con un movimiento negativo de cabeza
le dije que no. En lo particular me encontraba a acostumbrado a tratar
al difunto encontrándose en la caja, pero no enterrado, todo lo
contrario al velador que vivía rodeado de esqueletos.
Acompáñenme para investigar que es lo que sucede nos sugirió el
velador. Sin muchos ánimos aceptamos y comenzamos a recorrer los
silenciosos pasillos del cementerio, con la única intención de conocer
quien era el que nos hablaba. Las linternas que temblaban en nuestras
manos no iluminaban lo suficiente como para explorar detalladamente el
terreno, aún así lograron verificar que nadie se encontraba en este
lugar, solamente un enorme búho con su fúnebre canto se dejaba escuchar.
- Casi ni te creo – comentó mi compañero que ya se encontraba escuchando la platica.
-, ¿Y porque e de mentir? – Interrogó Nabor -; nada gano con ello, además ya no son unos niños.
- Te creo – intervine para que continuara con su relato.
- Estábamos ahí adentro – continuo el anciano -; aún con la duda
de lo que habíamos escuchado, buscamos sin encontrar al gracioso que nos
llamo.
Dispuestos a marcharnos dimos media vuelta, pero a nuestras espaldas, nuevamente escuchamos:
¨Esperen, no me dejen aquí.¨
En esta ocasión no era un simple grito, se lamentaban
desgarradoramente. Más nerviosos que nunca comenzó nuevamente la
búsqueda, pero en esta ocasión mucho mas detallada y nos dispersamos en
los diversos pasillos examinando todo rincón de las lapidas que se
encontraban alrededor y no encontramos a nadie. Imaginando trataban de
jugar una broma, acordamos irnos, y aprisa salimos del cementerio y de
la misma forma subimos a la carroza, pero cuando todos nos encontrábamos
dispuestos a marcharnos observamos en el interior del cementerio a tres
sombras que nos hacían señas y nuevamente nos decían:
¨Esperen, no me dejen aquí.¨
El Velador que no había querido abandonar su centro de trabajo,
salió corriendo y nos pidió que le diéramos un aventón a su casa. En el
trayecto nadie hablaba del asunto pero todos teníamos en mente lo que
habíamos escuchado.
- Algún gracioso que los quiso asustar – externó mi compañero.
Don Nabor guardo silencio por lo que comprendimos que hablaba con
la verdad y existen espíritus que no saben que han muerto y se quedan
penando, por un tiempo indefinido hasta que alguien le dice que ya
murieron.
Si, “Esperen, no me dejen aquí” Pueden ser tus ultimas palabras después de muerto.
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