sábado, 21 de septiembre de 2013

El hombre de aglomerado

James Thomas Fischer siempre había sido un apasionado de la parapsicología. De hecho, su biblioteca cobijaba decenas de colecciones sobre revistas esotéricas que había adquirido a lo largo de su vida. Ahora, con treinta y cuatro años recién cumplidos, echaba la vista atrás y reparaba en que, a pesar del tiempo, algo siempre había prevalecido: James jamás creyó las historias que le contaban, aquellas de apariciones escalofriantes siempre protagonizadas por espectadores inconexos, aquellas que debías creer por el mero hecho de que un conocido te las explicaba. El filósofo David Hume lo dijo una vez, «Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias», y James estaba completamente de acuerdo. El mismo efecto lo experimentaba cuando leía todos aquellos artículos sobre fantasmas, demonios y avistamientos. ¿Hasta qué punto se podía corroborar aquella información? ¿Por qué parecía ser el único que no había experimentado ese tipo de sucesos? Por esta y muchas otras cavilaciones llegó a la conclusión de que, por más que buscara, no se encontraría con ningún suceso inexplicable. Debía planteárselo de otra manera, en realidad decidió hacer justo lo contrario.

James se convirtió en un falso médium y se publicitó en distintos medios como un experto del ocultismo capaz de solucionar cualquier problema a un precio muy asequible. De este modo, tan sólo debía esperar sentado en el sofá de su casa a que los casos fuesen llegando. Hubo muchas llamadas y visitas a domicilio; sin embargo, la mitad de las incógnitas podían solucionarse con una simple respuesta racional y la mitad de sus clientes carecían de un saludable estado mental. La frustración por no vislumbrar con sus ojos nada en absoluto acrecentó su escepticismo y sostuvo su argumento sobre que todo era mentira. Tal fue su desengaño que decidió acabar con la estafa y quitarse la máscara. Pero justo cuando estaba empaquetando su librería para dejarla abandonada en el contenedor de basura más cercano, una llamada captó su atención de nuevo.

Su nombre era Ellen Gilbert y vivía en una urbanización en Reidsville, Carolina del Norte. En un principio, dado su inseguro tono de voz, James se adelantó suponiendo que sería un caso más por sugestión mental y que se alejaría de lo que él pretendía encontrar. Sin embargo, a medida que describía los sucesos, la curiosidad crecía en su interior. Se llegó a interesar tanto en su historia que al cabo de unos días se desplazó para hacerle una visita.



El coche abandonó la carretera que comunicaba con Reidsville y entró en un camino de tierra. El territorio era mucho más sombrío, más salvaje que el que había dejado atrás. Los árboles se cernían sobre el sendero entrelazando sus ramas con los del otro lado y formando una cúpula que impedía la filtración de la luz del sol. Al cabo de unos minutos, en tanto el vehículo brincaba a causa de los baches de la tierra, vislumbró el tejado de una casa. Detuvo su coche frente a la residencia de dos plantas y la observó; la parcela donde había sido construida era una pendiente, el terreno que la rodeaba descendía inclinado varios metros detrás de ella y finalizaba en los límites que daban paso al bosque. Antes de que pudiera seguir indagando una mujer apareció por la puerta de entrada y saludó con la mano. Mediante señas le indicó que descendiera por la rampa de hormigón y que aparcara junto a su todo-terreno Cuando lo hizo le dio la bienvenida y lo invitó a entrar en su domicilio.

—No llevo demasiado tiempo viviendo aquí —empezó a explicar Ellen—, por eso no sabría decirte si siempre ha estado sucediendo.

James depositó la taza de té en la mesita que había situada frente al sofá en el que permanecían sentados.

—Por teléfono me explicaste que los vecinos también han sufrido fenómenos parecidos.

—Sí, bueno… Hay otra casa más arriba, hablé con su mujer y me dijo que desapareció uno de sus animales.

—Entonces es posible que se trate de un coyote.

—No en mi caso, señor Thomas. Mis perros han aparecido con cortes por todo el cuerpo, pero no como si un animal los hubiera rasgado, a algunos de ellos les faltaban secciones de piel en el lomo.

James frunció el entrecejo y dio otro sorbo a la taza de té.

—Ningún coyote podría hacer algo así —añadió ella.

—¿Por qué crees que se trata de un suceso paranormal? Detrás de esto podría haber una persona desequilibrada, quizás el responsable sea de esta urbanización.

—Aún no se lo he explicado todo —siguió con una mirada acongojada por la situación.

James se cruzó de brazos y, girándose hacia ella, esperó impaciente.

—Antes dejaba a mis tres perros afuera por la noche porque en el jardín tienen una caseta donde pueden dormir, pero dada la situación decidí meterlos en el sótano.

—¿Tiene un sótano? —preguntó él.

—Bueno, no es del todo un sótano. Si se ha fijado, la casa está nivelada en la pendiente porque debajo hay una especie de planta baja que la sostiene. Dentro de ese hormigón nos quedó un espacio que aprovechamos para instalar la caldera y guardar toda clase de herramientas.

Ellen se detuvo, miró hacia las ventanas que rodeaban el comedor y continuó con su explicación.

—Hace dos noches me desperté a causa de los ladridos. Supuse que los perros habían olido a alguien así que me asomé a una de esas ventanas —señaló Ellen—. Como estaba muy oscuro decidí coger una linterna y desde aquí arriba iluminé el terreno.

Ellen agachó su cabeza con una mirada de absoluto terror y, mientras parecía visualizar lo que estaba explicando, sus manos comenzaron a temblar.

—Tranquila —dijo James, apoyando su mano sobre el hombro de ella—. ¿Qué pasó después?

—Vi algo acercándose a la casa —siguió con un tono de voz frágil.

Segundos después se detuvo de nuevo.

—Ellen, dime, ¿qué viste? —insistió.

—Es muy difícil describirlo.

—Inténtalo.

—Al principio no vi nada, pero al desplazar la luz de la linterna por el terreno descubrí que algo se movía.

Tras decir esto se puso en pie, avanzó unos pasos y se situó junto a las ventanas.

—Estaba ahí —Señaló cuando James se asomó junto a ella—. ¿Ves ese camino de tierra que sale del bosque y llega hasta aquí? Pues lo estaba siguiendo, aproximándose cada vez más.

—¿Quién era? —preguntó impaciente.

—No era nadie, señor Thomas. Cuando lo alumbré vi que algo blanco se había detenido en el camino, era una efigie humana. Aunque ni siquiera podría describirse así, era como pasta blanca, arrugada y alargada.

—¿Cómo si llevara una sábana encima?

—No, no tiene nada que ver. Era más bien como una figura acartonada, como el resultado que se obtiene al secar el papel mojado; rugoso y amorfo —Ellen se llevó la mano a la cabeza a causa de la ansiedad, después se situó un molesto mechón de pelo tras la oreja y finalmente se cruzó de brazos resguardándose del escalofrío que le provocaba aquel recuerdo—. Me quedé paralizada cuando lo vi, intenté asimilar que era aquello que había en mi parcela. Lo miré una y otra vez con la intención de catalogarlo en algún lugar, pero no podía; la figura blanquinosa no tenía extremidades. Por un momento noté algo de humano en él: de sus supuestos hombros, una prolongación ovalada parecía semejarse a una cabeza, sin cuello, sin volumen, era aplanada y arrugada como el resto de su complexión.

—Entonces, fuese lo que fuese… ¿se mantuvo quieto mientras lo iluminabas?

—Sí, pero no por mucho tiempo. Cuando hice un amago para ir a buscar el teléfono y desplacé unos centímetros la linterna de él, comenzó a moverse. Fue horrible, señor Thomas, en cuanto lo hizo intuí un sobrecogedor rostro en aquella cabeza, era una imagen muy difusa, pétrea, como si hubiese impreso el rostro de un retrato antiguo sobre aquello. Dios mío, esa cosa tenía tan poco volumen, era tan delgado, que se balanceaba mientras avanzaba, caminaba torciéndose hacia un lado, lentamente, mientras su cuerpo se contorsionaba con cada pliegue que desplazaba por el suelo.

—Ellen, ¿cómo estás segura de lo que viste? No te ofendas por lo que te digo, pero… ¿no pudo ser una pesadilla?

Tras esas palabras la mujer sonrió con ironía. Cabizbaja se dirigió a la puerta de entrada, y con un «sígueme» lo condujo afuera. Ambos se dirigieron al lateral de la residencia, descendieron unos metros por la pendiente y se situaron frente a una puerta de metal instalada en el muro que nivelaba la casa.

—Aquí es donde escondí a mis perros —dijo, sacando unas llaves de su bolsillo.

Una vez la abrió entraron, y casi al instante un hedor putrefacto asaltó el olfato de James.

—¿Qué es esta peste? —preguntó, llevándose las manos a la boca.

Ellen avanzó unos pasos y presionó un pequeño interruptor instalado en la pared.

—Aún sigues pensando…

Una pequeña bombilla se encendió en el techo alumbrando con luz tenue la enorme caldera que resonaba en toda la habitación, también mostrando una multitud de herramientas de campo, y sobre todo dejando al descubierto los cuerpos despellejados y en carne viva de tres perros muertos.

—¿…que pudo ser un sueño?



El perturbador caso resucitó aquel sentimiento de adrenalina frente a lo desconocido que tantas veces había disfrutado mientras leía todas aquellas revistas. Quizás la causa de su curiosidad se debía a que su imaginación no lograba dibujar en su mente lo que Ellen le había descrito. También resultaba intrigante pensar cómo los perros habían sido asesinados si la puerta estaba cerrada. ¿Acaso se trataba de una presencia fantasmal capaz de atravesar cualquier obstáculo? ¿Por qué cometía esos asesinatos?

A pesar de que su deseo por creer la duda siempre había disipado sus fantasías, necesitaba pruebas, de lo contrario descartaría la existencia de tal suceso. Por esa misma razón decidió visitar a los vecinos de Ellen, aquellos mismos de los que había hablado sin demasiado interés y que parecían haber sufrido un incidente similar. A diferencia de su cliente, la familia Dahmer vivía en una casa destartalada y su jardín se encontraba consumido por las malas hierbas. Una señora mayor, descuidada en cuanto a aspecto y con rostro poco afable, abrió la puerta y preguntó quién era. James se presentó muy cordialmente y para su sorpresa, lo invitó a entrar. Grethel se sentó junto a él en un clásico sofá de estampados granates y le ofreció unas galletas de un tarro de porcelana.

—Cuénteme qué sucedió aquella noche.

—Lo recuerdo como si fuese ayer —dijo la mujer desviando su mirada hacia nada en concreto—. Los gatos pueden ser muy ruidosos cuando están en peligro, ¿sabe? Negrita se había quedado preñada y algunas veces el padre la había acechado a causa de los celos. Los había escuchado pelear en varias ocasiones, pero aquella vez fue distinta.

James asintió con la cabeza, demostrándole que estaba atento a sus palabras.

—Agarré este bastón —dijo, golpeando el extremo contra el suelo— y salí fuera para ahuyentarlo. Busqué a mi gata, pero no la encontré; la llamé por su nombre pero no acudió a mí. Ya no había nadie en el jardín.

La expresión de Grethel decayó aún más, y con ojos tristes observó la fotografía que tenía situada sobre el mueble del comedor.

—La encontré a la mañana siguiente, sin pelo y con el vientre abierto. Habían sacado a todas las crías y las habían despellejado también.

James miró hacia el cuadro que contemplaba y pudo ver a dos personas posando para la cámara junto a ella.

—¿Son su marido y su hijo? —preguntó.

Grethel asintió.

—¿Dónde están? Creía que vivía con ellos.

—Él me dejó hace unas semanas, también se llevó a mi niño.

—Vaya… bueno, se debe sentir un poco sola —supuso James—. Pero se ven de vez en cuando, ¿verdad?

Lamentablemente la señora Dahmer no respondió esta vez, permaneció con la mirada perdida y con su mente en otra parte.



El sol se había ocultado tras las montañas y James decidió pasar la noche vigilando a través de la ventana de la casa de Ellen. En su mano derecha sostenía la linterna que le había prestado, alumbrando con regularidad el exterior mientras permanecía sentado en una incómoda silla. Al principio la demora se hizo amena, ella le daba conversación estirada desde el sofá de la casa mientras observaba los chasquidos de la madera en la chimenea. Sin embargo, al cabo de unas horas se quedó dormida, y James sintió que la noche se desplomaba sobre su espalda. Intentó concentrarse en lo que estaba haciendo y se esforzó por no dejar de alumbrar hacia el oscuro camino de tierra que conducía al bosque; lamentablemente, al cabo de unos minutos de absoluto silencio, el peso de sus párpados pudo con su empeño.

La linterna cayó contra el suelo formando un gran estruendo. James abrió los ojos y, desorientado, descubrió que se había quedado dormido. Inmediatamente la buscó a sus pies y pudo ver que la carcasa se había abierto y que una de las pilas había rodado hasta el sofá. Procurando no formar más escándalo, la recogió con cuidado y, una vez la recompuso, enfocó hacia el exterior de nuevo.

—¡Joder!

De pronto Ellen se desveló a causa del sobresalto.

—¿Qué pasa? —preguntó incorporándose de medio lado.

—He visto algo.

—¿Qué? ¿Qué has visto?

—Había alguien ahí fuera. Acaba de meterse corriendo en el bosque.

—Dios mío, ¿viste lo que era?

—No, estaba demasiado oscuro.

—¿Qué podemos hacer?

—Voy a buscarlo —dijo James, poniéndose en pie.

—¿Qué? ¿Lo dices en serio?

—¿Cómo si no vamos a descubrir lo que está pasando?

—Pero… sabemos que es peligroso, ha matado a mis perros. ¿Estás seguro de lo que haces?

Haciendo caso omiso a su pregunta, James se dirigió con rapidez hacia el dormitorio de invitados en donde había dejado sus pertenencias. De mientras, Ellen, completamente asustada, miró hacia la ventana y se estremeció al presenciar la absoluta negrura que rodeaba la casa. Al cabo de unos segundos James regresó al comedor sosteniendo una videocámara en sus manos.

—¿A dónde vas con eso? —preguntó ella con los nervios a flor de piel.

—Voy a grabarlo todo, necesito demostrar al mundo y a mí mismo que esto realmente está ocurriendo.

—Por favor, llévate algo para protegerte.

—No te preocupes, filmaré y volveré enseguida.

—¿Y yo que tengo que hacer? —preguntó de forma insistente.

—Tú tienes que quedarte aquí hasta que yo vuelva.

Sin nada más que decir, se dirigió a la salida, atravesó la puerta de entrada y con cámara en mano salió al exterior. Una vez fuera el frío de la noche caló sus huesos y el vaho se manifestó en su respiración; en el silencio de la montaña lo primero que pudo escuchar fue el chirrido de los grillos, pero una vez que encendió la linterna también percibió el tétrico canto de un búho lejano. Sin perder un solo segundo más caminó hacia el lateral de la casa, después descendió por la maleza, evitando resbalar a causa de la humedad de la noche, y ya situado en la parte trasera de la residencia echó la vista al primer piso. Como suponía, Ellen se encontraba vigilando a través de la ventana; tan sólo podía vislumbrar su silueta recortada en el fondo del comedor, pero podía intuir la expresión de incertidumbre que debía mostrar su rostro.

James continuó con su trayecto, alcanzó el camino de tierra y descendió hacia la arboleda. Sus pasos se escuchaban en aquel suelo salvaje, sobre la broza se hacían visibles y a medida que se desplazaba temía ser delatado por ellos. La luz de la linterna se plasmaba sobre los troncos de los árboles, deformándose a causa de las protuberancias en la corteza. Podía escuchar el crujir de las ramas, aquellas que no alcanzaba a ver, aquellas que se balanceaban solemnes en la oscuridad. La vegetación desarrollaba con facilidad su imaginación, recreando formas humanas y escalofriantes efigies como la que Ellen le había descrito. Sí, lo asumía, aquel lugar le producía respeto, y los sucesos que le habían explicado durante el día ahora resurgían en su mente sugestionándole.

«Tengo que tranquilizarme», se dijo a sí mismo.

Sin embargo, cuando se dispuso a recobrar la calma, cuando hizo un esfuerzo por no dejarse llevar por el miedo, de repente, un infernal alarido se escuchó desde lo más profundo del bosque. James se detuvo al instante, con los ojos completamente abiertos y con el palpito del corazón resonando en sus oídos. ¿Qué había sido aquello? ¿Acaso también había formado parte de su imaginación?
Un segundo grito respondió a su pregunta, demostrándole de nuevo la seriedad del asunto.
No hubo lugar para más cavilaciones, había decidido que aquel sería el caso definitivo, aquel que determinaría si debía creer en lo desconocido.

James se armó de valor y aceleró sus pasos hacia la fuente de sus temores. Corrió hacia aquellos gritos inhumanos, quejumbrosos chillidos que se repetían una y otra vez encogiéndole el corazón. Necesitaba saber qué era, qué estaba sucediendo, debía descubrir qué de cierto había detrás de aquello. Lo descubrió al alcanzar un pequeño claro en el bosque, un lugar donde un círculo de árboles rodeaba lo que parecía ser los restos de un animal muerto. El cuerpo de un jabalí completamente desangrado y sin pelaje yacía en el suelo, con las patas traseras atadas; junto a él, Grethel permanecía agachada con un machete en su mano.

—¡James! —gritó ella tan sólo al verle.

—¿Grethel? ¿Qué coño está pasando aquí?

Antes de que pudiese recibir una aclaración por su parte, algo cayó sobre la mano con la que sostenía la videocámara, y desconcertado observó que también había salpicado parte del objeto. Acercándoselo a la cara, lo examinó, y completamente horrorizado se percató de que se trataba de sangre.

—¡Salió de mi cabeza! ¡No pude ayudar a mi familia, no pude salvarles!

Alzó sus ojos lentamente, condujo su camino con la luz de la linterna y separó sus labios como un presagio a la sorpresa. El foco de luz se arrastró distorsionándose sobre la costra de los árboles, en dirección a sus copas, perdiendo su intensidad en la lejanía. Fue allí arriba donde la descubrió, bajo un cielo terriblemente estrellado, a unos diez metros de distancia, la brutal escena asaltó todos sus sentidos. Decenas de grotescas pieles se encontraban enrolladas en los troncos de los árboles, extendidas repugnantemente alrededor de la madera y tiñéndola de rojo. La sangre chorreaba aún fresca de uno de ellos, dejándose caer sobre su rostro, derramando por sus labios su vomitiva espesura.

James se deshizo de aquella asquerosidad limpiándose con la manga de la chaqueta, e inmediatamente salió corriendo.

—¡No te vayas, déjame explicártelo!

Con el pulso a cien ascendió por la montaña lo más rápido que pudo. A medida que la linterna bailaba en la oscuridad del bosque, pudo escuchar los amenazantes gritos de Grethel. Podía imaginarla correr tras él, alzando el machete sobre su cabeza, intentando alcanzarle para exponer su piel en aquella perturbadora galería de muerte. Para su suerte, finalmente alcanzó la parcela, y una vez llegó a la puerta, Ellen lo recibió para auxiliarle.

A la mañana siguiente encontraron el cuerpo sin vida de Grethel en su propio domicilio, sobre el sofá de estampados granates, y sosteniendo entre sus brazos la fotografía de su familia. Según les explicaron, se había suicidado seccionándose la garganta con el machete. El detective Fuller también les comentó que en la residencia de la señora Dahmer hallaron todo tipo de material enfermizo relacionado con las ciencias paranormales, lo que confirmaba su desequilibrado estado mental. Las pieles fueron analizadas por el forense y, como supusieron desde un principio, algunas de ellas correspondían a su hijo y marido, desaparecidos desde hacía más de tres semanas.

Por otro lado, James y Ellen decidieron pasar el día alejados lo máximo posible de aquel sitio. Concretamente hicieron un picnic en el parque estatal Haw River, donde también practicaron senderismo y tiro al arco, con el fin de distraerse de lo ocurrido. Aquella sería la última noche que Ellen pasaría en la casa de Reidsville; se lo planteó cuando acontecieron los primeros incidentes, pero después de lo ocurrido decidió llevarlo a cabo. Prefería vivir en una ciudad bulliciosa que aislada de la civilización, donde no necesitaba coger el coche para ir a comprar el pan. «El bosque es un lugar precioso, pero difícil para vivir solo», dijo cuando se lo explicó. Tal era su aversión por aquella casa ahora que le suplicó que se quedase una noche más, no quería volver a estar sola en aquel lugar. James aceptó sin pensárselo dos veces, pero por una razón muy diferente. Su amabilidad se veía justificada por el deseo de confesarle sus sentimientos. James había finiquitado su interés por el mundo de la parapsicología y ahora quería continuar con su vida. En realidad, sentía la necesidad de recuperar el tiempo perdido, un tiempo que tan sólo confirmó lo que desde pequeño había supuesto, que todo era mentira. Ahora quería conducir su existencia a lo común, quería adquirir un trabajo, disfrutar de una relación y formar una familia.



James se despertó de repente en la cama y pestañeó desorientado. Miró a su alrededor y finalmente se situó: se encontraba en el dormitorio de invitados de la casa de Ellen. Con el cabello completamente empapado de sudor, se giró de medio lado e intentó conciliar el sueño; sin embargo, algo lo había desvelado y la razón permanecía en su subconsciente inquietándole. «¿No había sido una pesadilla?», se preguntó desconcertado. ¿Qué lo había despertado?

James miró sobre su cabeza y observó la ventana que daba al exterior. No estaba lloviendo, ni siquiera el viento hacía retumbar el cristal. Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que algo había ocurrido? Se detuvo unos segundos más, cerró sus ojos y cuando estuvo a punto de dormirse de nuevo, su cuerpo comenzó a temblar. Lo recordaba, sabía cuál había sido la causa, y cuanto más lo pensaba más real se volvía en sus tímpanos. El sonido de un grito de Ellen había alcanzado su habitación, había retumbado por sus paredes y lo había despertado. Instantáneamente el caso regresó a su mente y puso en duda sus evidencias.

¿Por qué Ellen insistió en que vio algo paranormal? ¿Qué sentido tenía que Grethel cometiera todos aquellos asesinatos?

«¡Salió de mi cabeza! ¡No pude ayudar a mi familia, no pude salvarles!».

James abrió sus ojos con sorpresa al recordar esa frase y en la situación en la que se encontraba cuando la escuchó. Algo no tenía sentido, y la policía lo había pasado por alto. ¿Cómo había logrado Grethel cubrir aquellos troncos con las pieles a más de diez metros de altura? Era prácticamente imposible.

De repente, unos crujidos provenientes del mismo cuarto lo distrajeron de sus pensamientos; eran parecidos al sonido que se obtiene al comprimir una lata de aluminio, pero sin ese eco metálico. James se arrastró entre las sábanas y, asomándose con cuidado, buscó cuál era la causa. El gélido pánico se manifestó en su interior al percibirlo entre la oscuridad: bajo la puerta del dormitorio, en el insignificante espacio que queda entre el suelo y la madera, algo estaba entrando en la habitación. La entidad se filtraba con dificultad mediante convulsiones esporádicas y acompañadas por el escalofriante crepitar que lo había alertado. Podía contemplar cómo, a medida que se deslizaba, también se curvaba, alzándose hacia el techo, adquiriendo aquella forma que Ellen se esforzó en describir. «Así lo había hecho», dedujo él, «así había entrado en el sótano donde escondía a sus perros».

A pesar de sus pensamientos, James se había quedado paralizado, su mente se encontraba demasiado ocupada en asimilar lo que estaba presenciando; resultaba tan surrealista como terriblemente sobrecogedor. Podía ver cómo se formaba, cómo sus pliegues se retorcían sobre sí mismos, contorsionándose y adquiriendo una apariencia semejante a la humana. Sin embargo, lo peor de la situación llegó cuando comenzó a acercarse: fue entonces cuando James reaccionó, incorporándose en la cama. La luz de la luna iluminó su acartonada cabeza cuando se inclinó hacia él, y una vez la dejó al descubierto, James gritó con horror. Lo podía ver con sus ojos, aquello no era un ser etéreo, era completamente palpable, su cuerpo era como el cartón, un aglomerado de todas las pieles que había adquirido durante años, y su rostro era la suma de todas las caras que arrancó de sus víctimas.

«¡James, no te vayas, déjame explicártelo!».

Ahora lo comprendía; mientras cientos de cortes desgarraban la piel de su carne, descifró las palabras de Grethel. Cómo ella misma se había encargado durante semanas de satisfacer al hombre de aglomerado facilitándole animales, con la única intención de alejarlo de la gente y de evitar que sufrieran el mismo destino que su familia.

A pesar del brutal dolor que experimentaba a medida que estaba siendo despellejado, James sintió la satisfacción de finalmente haber encontrado respuestas a su eterna curiosidad, de poder afirmar con seguridad que realmente existía lo paranormal. Lamentablemente nadie jamás lo sabría, porque él ya no viviría el tiempo suficiente para poder explicarlo.

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