domingo, 3 de marzo de 2013
El ángel caído
La humanidad siempre a creído que nada puede ser perfecto, siglos y siglos creando seres sobrenaturales que podrían ser perfectos… excepto el, era la plena juventud, hermosura, tenia la apariencia de un chico de 20 años, sus ojos eran completamente blancos al igual que su piel fría y blanca, usaba prendas blancas, pero no todo es por fuera… era el ser mas grotesco que te puedas imaginar, su mente estaba llena de pensamientos macabros…
Capitulo 1: Adrew
Andrew acababa de salir de su primer trabajo recién empezado, era de noche y la única luz era la de las luces naranjas, cogió su moto y se fue de camino a su casa, mientras iba noto algo raro porque… el puente por donde pasaba se volvió completamente oscuro y de entre las sombras salio el… en frente de la carretera mientras Andrew se acercaba a toda velocidad hacia el, alzó su mano y cuando Andrew estaba apunto de atropellarlo, su moto exploto y cayo al suelo, el se dio la vuelta y iba poco a poco acercándose a Andrew con una sonrisa macabra, Andrew podía observar los ojos de el… sus pupilas amarillas fluorescentes iban cambiando a un rojo resplandeciente, Andrew alcanzo a levantarse y en un intento fallido de escapar calló en las garras de el, completamente largas y afiladas. Le dio tiempo a atrapar a su presa en un mili segundo y manteniendo su sonrisa macabra y sus pupilas rojas levanto a Andrew del pescuezo del cuello con sus enormes garras, haciendo que la sangre corriera por su sabroso cuello y empezando el trabajo tiro fuertemente a Andrew al suelo rompiendo la carretera, mostró sus dientes alargados, puntiagudos y llenos de roña para comerse sus intestinos… Cuando acabó se levanto elegantemente y se acerco a la ya desfigurada cara de Andrew, levanto sus garras y le corto la cabeza.
Capitulo 2: Mery
Después de matar a su primera victima, fue a su mugriento piso para relajarse un poco, entonces empezó su transformación, sus pupilas rojas fueron desapareciendo y se volvieron blancas, sus asquerosos dientes se transformaron a los normales y sus garras se transformaron en uñas. Limpió su fría piel de la sangre de Andrew y se sentó en el suelo delante del espejo.
Mery salió a sacar a su perro con tan mala suerte que se le escapó y fue corriendo a una casa en ruinas, ella intento buscarlo dentro y no podía saber si era de noche o de día ya porque las ventanas estaban tapadas con madera… Escuchó a su perro ladrar y fue corriendo a la planta de arriba a buscarlo, seguía ladrando y cuando Mery entró… Algo la empujo hacia dentro y la puerta se cerró de golpe… la matanza había empezado. Estaba todo oscuro y el perro ya no ladraba. Esta vez el se tomo la molestia de hablar con la victima:
El: Humanos… (risita sarcástica), siempre tan listos.
Mery: ¿Que quieres de mi? ¿Donde esta mi perro? !Déjame por favor¡.
El: ¿Perro? El perro no a entrado en la casa… he sido yo el que te a traído hacia aquí.
Las Pupilas rojas de el comenzaron a resplandecer y se acerco cuidadosamente a la mejilla de Mery.
El: Solo va a ser un momento, no pasa nada.
Y el empezó a desprender frío y poco a poco Mery iba congelándose sufriendo Hipotermia.
Gritos perturbantes salieron de aquella casa…
Capitulo 3: El Inspector
El inspector estaba sentado en su silla con todo el papeleo diario, entonces el agente Polasky abrió la puerta y puso una nueva carpeta en el escritorio del inspector.
El Inspector: ¿Que pasa Polasky?
Polasky: Me parece que tenemos dos nuevos crímenes grotescos señor.
El Inspector: Vale, le echaré un ojo. Ahora déjame hacer mi trabajo
Polasky: Si señor.
El inspector cogió la carpeta y se dispuso a leer y ver las fotos del nuevo caso.
Al día siguiente fue a ver las victimas del caso. “Uno trocitos y otro un Cubito de hielo” dijo el inspector intentando sacar un poco de humor al caso. Se puso a examinar las victimas con cuidado para que nada se le escapara, y Vualá un trozo de diente ensangrentado pero… no lograban identificar de quien era… sea lo que sea no podía ser de un ser humano.
Por la tarde el inspector comenzó a inspeccionar la casa del asesinato, acompañado con el equipo, el inspector subió directamente a la habitación importante mientras que los otros fueron investigando las otras habitaciones. “Aquí hace mucho frío” dijo y quitó la madera de la ventana pero de repente le pasó lo mismo que a Mery y le empujaron a la pared.
El: Dile adiós a tu equipo y a tu vida.
La casa empezó a pudrirse y a crecer enredaderas al rededor de las salidas.
Actualmente el caso esta cerrado y la conclusión es que… Nadie puede vencer a un ser perfecto, a un ángel caído.
Fin?
La Princesa Sombra
¿Que estas haciendo ahora? ¿Estas tan tranquil@ en tu ordenador/móvil verdad? A ella le gusta que estén distraíd@s cuando fija sus victimas. Normalmente espera a que las luces estén apagadas… Cuando las sombras no se ven. Adora mirarte a la cara cuando estas durmiendo. Se sienta en la esquina durante horas y horas. No debiste haber leído esto, ahora ella se ha enterado que sabes que existe… Pronto moriremos todos, yo también se que existe y ahora mismo estoy escribiendo esto sabiendo de que esta noche ella va a cogerme delicadamente en sus brazos para decirme que no tenga miedo, que ella me va a proteger pero eso es mentira, va a cortarme el cuello poco a poco degustando la sangre que caerá de mis venas y pronto irá a por ti. Sabes que existe y ahora mismo te está observando para empezar su trabajo. Espero que te diviertas.
Lluvia de castigo
1
Recuerdo perfectamente el día en el que todo comenzó, como si fuese ayer: volvía del trabajo a casa, a la hora de comer, conduciendo con la cabeza cargada de pensamientos. Ideas acerca de mi tambaleante relación con Esther. En las últimas semanas la tensión entre nosotros había ido creciendo hasta llevarnos casi a un punto de ruptura. ¿Y por qué? Por mi negativa a ser padre. Desde siempre, desde el primer momento de la relación, le dejé claro que jamás traería un hijo, mi ser más querido, a este mundo de mierda. Y ella estuvo de acuerdo, pensaba igual que yo; pero han pasado muchos años desde entonces y todos hemos cambiado, madurado en un sentido u otro. Ahora, activado repentinamente como un resorte, su instinto maternal lo impregna todo. Ser madre es su mayor deseo y yo no soy quién para arrebatarle ese derecho; de igual forma que ella no puede negarme el mío a no serlo. Así estaban las cosas.
Estacioné el coche junto al parque donde solía hacerlo todos los días y salí para dirigirme a casa. Envuelto en mi asumido fatalismo, caminaba con desgana por la acera cuando escuché un fuerte golpe a mis espaldas. Sobresaltado, me giré de inmediato, y no tardé en descubrir que había sido el capó de mi coche el que lo había recibido. Presentaba una abolladura notable en su centro, se había saltado la pintura. La sorpresa fue cediendo el paso a la rabia; miré frenético por todos lados buscando culpables. En unos segundos me percaté de lo que había golpeado mi coche: era un fémur humano, tirado junto a la puerta del conductor.
Pestañeé varias veces sin poder creerlo. ¿De verdad era un fémur?
Me agaché para poder verlo más de cerca y, cuanto más aproximaba la cara, más evidente resultaba que, en efecto, así era. Amarillento, de aspecto rancio y como corroído… sólo podía ser lo que parecía. De nuevo miré frenético alrededor, esta vez temiendo por mi propia vida —¿quién podría haberme lanzado un hueso humano?—. Pero no vi ni escuché a nadie. Tampoco había ningún edificio, ningún sitio de donde lanzar el hueso y esconderse con facilidad; el espacio era demasiado abierto en torno a mí… y eso me asustó aún más.
Marqué atropelladamente el número de la policía y les conté como pude lo que acababa de ocurrirme. Temí que no me creyesen, que se riesen o mosqueasen conmigo. Pero no; tras tomarme los datos el agente al otro lado me dijo que estarían ahí en minutos. Así fue. Del coche patrulla se bajaron cuatro agentes, dos de ellos vestían trajes blancos de esterilización y pronto comenzaron a sacar fotografías, tomar muestras de la pintura, de alrededor del hueso… mientras los otros dos me tomaban una declaración rápida. Todo me resultó extremadamente fugaz, casi irreal, supongo que a causa de mi enorme confusión. Cuando terminaron conmigo volvieron a su coche, deprisa, tanto… que apenas sí tuve tiempo de preguntarles qué podía significar todo esto. El conductor me dirigió una mirada comprensiva antes de despedirse con una frase que explicaba en parte su urgencia pero que me dejó aún peor de lo que ya me encontraba: «Están cayendo por todas partes».
Iba subiendo por las escaleras, pensando en lo que iba a decirle a Esther para explicar mi tardanza. Mis palabras sonarían como una excusa pueril, estúpida, ridícula. ¿Sabes qué, Esther? Me acaba de caer un fémur humano en el coche y me lo ha abollado. He tenido que llamar a la policía y… ya me imaginaba la cara que me iba a poner. Pensaría que me estaba burlando de ella y de todo su árbol genealógico, intentando ocultar quién sabe qué cosa imbécil, impropia de un hombre adulto y maduro.
Entré en el piso tragando saliva, dirigiéndome hacia el salón por el pasillo como si éste se hubiese transformado en mi corredor de la muerte particular.
—Buenas —dije. Ella estaba viendo la televisión.
—Hola —susurró, sin mirarme.
—No te vas a creer lo que me… —comencé, pero ella me mandó callar con un rápido gesto del índice sobre los labios. Estaba absorta con lo que decían en las noticias. Así que guardé silencio y, curioso por saber qué le causaba tanto interés, yo también presté atención a la pantalla.
Lo que estaban diciendo era que por todos los países del mundo, por zonas rurales y urbanas, dispersos pero no escasos, estaban lloviendo huesos humanos. Cráneos, húmeros, costillas, fémures, tibias… Lloviendo huesos humanos. Eso fue justo lo que dijeron.
Las imágenes mostraban a personas junto a los huesos caídos explicando lo que habían vivido, videos de baja calidad tomados con móviles siguiendo el descenso desde los cielos de un hueso girando sobre sí mismo. Los destrozos causados por algunos en distintos elementos de la ciudad. Escenas de ataques de pánico. Niños llorando al ver a sus madres llorar.
Sin darme cuenta, yo también estaba temblando.
2
Me envolvió la sensación, la absoluta certeza, de estar viviendo un hecho extraordinario; algo que ocurría por primera vez en la historia del mundo. Como el rumor de la Tierra que precede y anuncia la llegada de un terremoto devastador, una profunda zozobra comenzó a crecer en mi interior, intuyendo que esto era solamente el macabro preludio del terror inimaginable que se cernía sobre nosotros. A mi lado, Esther susurraba frases de incredulidad ante lo que escuchaba y veía en la pantalla.
—Esto tiene toda la pinta de ser un acto terrorista, algo de guerra psicológica como en la antigüedad, cuando se catapultaban cabezas y cadáveres por encima de las murallas de los asediados. —Empecé también a pensar en voz alta, creo que para evitar que la tensión me reventase por dentro. Dar una explicación lógica a algo que no aparentaba visos de tenerla en modo alguno.
—Pues yo creo que esto tiene que ser obra de Dios… o del Diablo —dijo ella, casi en un lamento.
Esther siempre ha sido una fiel creyente, circunstancia que motivó durante años interesantes conversaciones y alguna que otra discusión al ir pendulando yo entre un humilde agnosticismo y el ateísmo más radical, según la época y mi necesidad de apoyo espiritual para poder sobrellevar la vida. Desde hace tiempo creo que Dios ya no cuenta conmigo para su lista de elegidos.
—No. Existen muchas otras razones más sencillas y verosímiles que habría que descartar antes de que pudiésemos hablar de la mano de Dios —dije, y ella me miró alzando una ceja—. Podría ser una manipulación más, orquestada por los gobiernos y sus medios de comunicación —en este momento recordé la abolladura de mi coche, pero proseguí—, o algún extraño fenómeno dentro de las leyes de la naturaleza. Incluso veo más factible que esto sea la primera fase de una invasión por civilizaciones alienígenas que estén usando nuestras estúpidas y arcaicas creencias contra nuestra estabilidad mental.
—Lo de estúpidas creencias no lo dirás por las mías, ¿verdad?
—No lo digo por ti. Lo digo en general. —Se estaba enfadando.
—Ya, pero yo entro en ese general —bufó—. De momento, tus causas tienen tanta validez como las mías —Sacudió la cabeza en incrédula negación—. ¿Realmente crees que esto está organizado por el hombre?
—Peores cosas se han visto.
—¿Como cuáles?
—Como las Guerras Mundiales, como los auto-atentados para justificar lo injustificable… entre otros muchos horrores caníbales. Siempre nos hemos organizado estupendamente para acabar los unos con los otros.
—Esto… es diferente —Apoyó su pequeña cara sobre una mano, mirando de soslayo al televisor—. Dios está intentando decirnos algo.
Los creyentes no suelen usar la lógica ni el empirismo; niegan de forma natural las evidencias en contra de sus creencias y te culpan cada vez que entras con una luz en la oscuridad, su amada oscuridad. Un creyente es, en esencia, un adorador del misterio, de lo oculto, y lo necesitan como el adicto necesita la sustancia que lo mantiene flotando. Es tan sencillo como eso.
—Pues yo creo —dije suavemente— que referirse a lo sobrenatural es poner de manifiesto que se niega, que no se puede asimilar nuestra naturaleza humana, su faceta perversa, orientada a la maldad. Si Dios quiere decirnos algo… ¿por qué no lo dice claramente y punto?, ¿por qué hay que estar siempre intentando clarificar si el mensaje es X o es Z y, encima, indagar si es Él o no quien lo expresa?
Esther me clavó la mirada, obviamente molesta.
—Muy bien. Imaginemos que vosotros, los escépticos, los incrédulos, estáis en lo cierto. Imaginemos que Dios no existe, que todo es una mierda mecanicista y que el hombre es un gusano hijo de puta capaz de todo con tal de engordar, sobre todo si es a costa de los demás. Supongamos que tenéis razón en todo, pero… ¿por qué os alegráis de que las cosas sean así?, ¿por qué os consideráis más inteligentes, evolucionados, que los creyentes?, ¿de dónde os viene ese aire de superioridad, ese regodeo en la crudeza, esos deseos de destruir las equivocadas creencias de los demás?
—Yo no me considero más inteligente que tú, ni estoy especialmente contento porque las cosas sean así. Pero en la vida pocas cosas hay que causen más daño que una creencia equivocada. Además, sois vosotros los que os sentís moralmente superiores a nosotros, por no hablar de ese paranoico complejo de persecución que ostentáis a la mínima ocasión. Y luego somos nosotros los malos, los diabólicos; pero las religiones han causado más guerras de las que se pueden contar, y la Inquisición se hinchó a quemar a gente viva. Me pregunto qué pensará Dios de todo eso —concluí.
Ella se levantó del sillón con un bufido de cansancio.
—Mira, por lo que a mí respecta, puedes seguir creyendo lo que quieras. Está claro que no nos vamos a persuadir mutuamente ni vamos a sacar nada de esto. Sólo déjame decirte que os veo francamente limitados para aprehender el universo en su grandeza, ciegos a las razones más allá de la Razón, encerrados y orgullosos de estarlo en vuestras trampas lógicas que poco tienen que ver con lo que ocurre ahí fuera.
—Muy bien, Esther, pues peor para mí entonces. Me alegro de que os sintáis queridos por Dios y siendo Uno con el universo. Ojalá yo pudiese también.
Durante unos minutos quedamos en silencio, mirando lo que nos ofrecía el televisor.
—¿Qué crees que debemos hacer? —dijo al fin, ladeando la cabeza para referirse al suceso probablemente más extraño acontecido en la Tierra.
Llevaba un rato pensándolo, así que las palabras fluyeron solas:
—Después de comer, voy a hacer lo que se suele hacer siempre en caso de incertidumbre extrema.
—¿A qué te refieres? —Sus ojos negros me miraron con interés.
—Voy a comprar y traer tanta comida y agua como sea capaz de cargar.
3
En los días siguientes el mundo estaba en plena ebullición de noticias. Yo iba a mi trabajo y volvía, por todas partes no se hablaba de otra cosa. Los gobiernos al unísono se apresuraron a emitir comunicados tranquilizadores, intentado evitar que el pánico se extendiese en una deriva hacia el terror. Decían básicamente que se trataba de un extrañísimo fenómeno meteorológico en estudio, similar a esas lluvias de piedras o pequeños animales que han quedado recogidas en la historia. Pero por la red numerosos grupos de investigadores independientes ya lo estaban desmintiendo. Y en diferentes partes del mundo, llegaban a dos conclusiones idénticas: los huesos caían desde una altura de cuatro kilómetros, sin importar el punto geográfico donde se recogiese el dato. Estos no caían sólo desde las nubes —como parecían afirmar los gobiernos—, sino que aparecían de la nada, a pleno cielo descubierto, como vomitados por bocas invisibles, pero siempre desde esa línea de los cuatro kilómetros. La segunda conclusión es que las pruebas revelaban que la antigüedad de los huesos en ningún caso era inferior al millón de años.
Por todo el globo se estaban produciendo grandes movimientos sociales, de carácter religioso en especial. Las epifanías y mensajes apocalípticos se sucedían. Las comunas beatíficas vieron crecer el número de sus integrantes de forma espectacular: lo dejaban todo y se iban a los campos a orar, a cantar la Buena Nueva, la segunda llegada del Mesías. Otros grupúsculos sectarios se conformaron de la noche a la mañana, como setas venenosas tras una lluvia tóxica; y ya comenzaban a crear disturbios e incluso casos de suicidio ritual colectivo. Además, la frecuencia de caída de los huesos, lejos de disminuir, estaba aumentando. Era evidente hasta a simple vista; Esther y yo pudimos ver desde la ventana de nuestro salón —que daba al parque y, por lo tanto, permitía una amplia vista sin edificios— caer no menos de tres o cuatro. Nos envolvía una terrible, macabra fascinación: ¿era esto el preludio de nuestra muerte?, ¿el fin de la humanidad?
—Tengo… tengo miedo, Juan —tartamudeó, mientras miraba al exterior—. Toda esta situación me tiene… descolocada. No sé qué pensar, no sé si el mundo se ha trastornado por completo. No sé qué será de nosotros…
—Yo también estoy asustado, cariño —Le cogí la mano—. Todos estamos igual; nadie sabe por qué está ocurriendo esto ni entendemos qué puede significar. Debemos tener paciencia y esperar a que se resuelva, sea lo que sea.
Esther negaba con la cabeza, como resistiéndose a mis bienintencionados pero evidentes intentos de transmitirle tranquilidad. Yo la conocía bien, no era una de esas personas que se dejan persuadir con facilidad, que incluso parecen estar deseándolo. Y nunca le gustó que la tratasen como a una niña pequeña.
—Creo que Dios nos está castigando.
Cuando las cosas pierden sentido, o son duras de asimilar, Dios aparece por la puerta.
—¡Venga ya, Esther! ¿Cómo puedes decir eso? ¿Es que tú y yo nos merecemos que nos bombardee con huesos humanos? ¿Qué hemos hecho tan terrible, que no puedo recordar? Aparte de trabajar como cabrones, pagar impuestos y no saltarnos las leyes… ¿tan malos somos? Y los niños, los enfermos, la gente normal que sólo cometen el pecado de querer vivir en paz un día más… ¿también se lo merecen? —Me crucé de brazos, esperando alguna respuesta racional.
—No nos castiga como individuos, sino como especie… Tal vez sólo quiera abrirnos los ojos, que despertemos de una vez.
—Ah, vale… entonces es que es indiscriminado; lo sabe todo de todos pero no diferencia a nadie. Vaya, Esther, pues siento decir que tu Dios no se aleja demasiado de cualquier terrorista, según parece.
Me lanzó una mirada de hierro antes de responderme.
—Juan, haz el favor de no blasfemar con tanta facilidad. Tú sabes perfectamente lo que quiero decir; no tergiverses para atacar gratuitamente.
—No ataco por atacar, Esther, sólo intento desmontar una idea sin base de ninguna clase, bastante ridícula.
—Será ridícula para ti —replicó, como un disparo.
—Además, he notado un cierto respeto en tu voz cuando decías «blasfemar»… No temas su ira; pongamos que tienes razón y que Él existe, ¡ya nos está castigando! ¿Qué más has de temer?
Esther me miró como un niño travieso pillado in fraganti.
—Reconócelo, Juan: tú no creerías en Dios ni aunque lo vieses aparecer entre las nubes. Te gusta demasiado sentirte intelectualmente superior, blandiendo tu lógica como una espada de palabras. Él está por encima de eso. Él lo creó todo, incluyendo tu obcecado cerebro. Y sus designios son inescrutables, por definición.
—De acuerdo, cariño. Yo soy un chulo y un pedante, lo acepto. La mayor dificultad para conversar con alguien de creencias muy arraigadas, como tú, es la poca receptividad a escuchar otras teorías alternativas. Por eso, me gustaría que al menos tomases en consideración esas otras ideas. Seguro que te enriquecen, incluso aunque no fuesen ciertas.
—Yo no soy ninguna fanática, sólo te digo lo que sinceramente creo —Se recogió parte de su melena negra tras la oreja—. Muy bien, imaginémoslo al contrario: tú tienes razón y la mano de Dios no está tras lo que está ocurriendo… dime, ¿qué explicación le encuentras a que lluevan huesos del cielo?
Me gustó que quisiera escucharme.
—Pues verás —comencé—, pienso que debemos partir de dos hipótesis para explicar las causas: la primera, Interna: esto está siendo obra del hombre, de los gobiernos. Una manipulación más para dirigirnos como el inmenso rebaño que somos hacia donde les convenga, como con los ataques de falsa bandera y el fenómeno O.V.N.I. en el pasado. Seguro que pronto nos meten a todos en campos de concentración blindados, dirán que para nuestra «protección», por «seguridad»… eliminando tantos derechos adquiridos… En el fondo, lo que quieren es sacrificar gran parte de sus cabezas de ganado, pues el rebaño se ha vuelto demasiado grande, e incontrolable.
—Eso suena muy conspiranoico, ¿no? —Se sonrió, un tanto burlona—. Muy Nuevo Orden Mundial, Illuminatis… pensaba que tú no creías en esas cosas. —Me guiñó un ojo, devolviéndome la pelota de la «puerilidad de las creencias».
—Y realmente no creo en ello a pies juntillas, pero es una probabilidad que está ahí; ¿por qué habríamos de descartarla? Muchas pruebas son incontestables, y eso no tiene nada que ver con lo que uno cree.
—Habría que ver también quién presenta esas pruebas, cómo y si no es otra manipulación más, a su vez —añadió Esther.
—No te diré que no —le reconocí—; pero que los gobiernos nos engañan y manipulan desde que existen es una obviedad fuera de toda discusión. La segunda hipótesis es Externa, menos probable para mí que la primera, pero tampoco descartable. La lluvia de huesos puede estar causada por entidades no humanas, de fuera de la Tierra o incluso de otras dimensiones…
—¡Ésa sí que es buena! —Esther se carcajeó con ganas, como no lo había hecho desde que empezó la pesadilla—. ¿De otras dimensiones dices? Un poco alucinante, ¿no te parece?
—Sí, claro, pero es otra opción no desdeñable. Los huesos «aparecen» de la nada, a cuatro kilómetros de altura, ¿recuerdas? ¿Eso te parece normal, natural, explicable?
—Suponiendo que lo que dicen sea cierto, no lo olvides.
—De acuerdo, suponiendo que sea así. Fíjate, Esther, ¿te das cuenta de tu resistencia a aceptar esa mera posibilidad? ¿Ves cómo te parece una infantilada propia de las pelis para críos? Tal vez es justo lo que pretenden que creamos, y llevan trabajando en ello muchos años, con buenos resultados, evidentemente. Tu reacción es un claro ejemplo, y seguro que es mayoritaria en la sociedad.
Esther bufó, mordiéndose el labio inferior y negando con los ojos mirando hacia los cielos, como pidiendo fuerzas a su Dios para soportar tantas tonterías.
—Bien, sigamos con tu hipótesis —Parecía divertida—. ¿Y por qué esos seres del espacio exterior no llegan y directamente nos destruyen, nos esclavizan, nos devoran o lo que diablos se suponga que quieren hacer con nosotros? ¿Para qué tantos rodeos? Parece que no es sólo mi Dios el que actúa con claves —Me miró con sorna, ladeando la cabeza, sabedora de su gancho a la barbilla dialéctico.
—Ni tan siquiera te estoy diciendo que yo piense que ésa sea la causa —me defendí—, sólo te pido que valores la hipótesis, la idea… Cuantas más aportemos, más cerca estaremos de…
Esther gritó de repente.
—¡Mira, mira! ¡Ven rápido! —Con los ojos como platos, estaba señalando a través de la ventana.
—¿Qué pasa? —Me alarmé, mientras corrí hacia ella.
Se escuchó un fuerte impacto seco de algo rompiéndose en la calle. El sonido llegó perfectamente hasta nuestro segundo piso.
—¡Lo he visto! ¡Lo he visto caer! —Estaba acelerada—. ¡Era como un costillar, Juan! ¡Mira! ¿No lo ves allí, junto a la señal de prohibido?, ¿aquello blanco?
En efecto, había unos fragmentos blanquecinos junto a la señal, como un arpa de hueso rota. Los huesos de un costillar, desperdigados.
—¡Qué horror, Juan! —gimió, girándose para abrazarse a mí.
La estreché contra mi cuerpo, apoyando la mejilla sobre su cabeza.
Mientras observaba cómo algunos curiosos se acercaban hasta aquellas costillas rotas, sentí que la inmensa boca del Infierno se abría ante nosotros.
4
Durante la semana, los hechos se precipitaron día a día, con creciente velocidad, como una bola de nieve echada a rodar ladera abajo. El mundo se convulsionaba con noticias extraordinarias que se habían vuelto cotidianas. Ahora lo normal era asomarse a la ventana y ver caer, cada pocos minutos, algunos huesos aquí y allá; su frecuencia seguía aumentando progresivamente, sin diferencias significativas en ningún lugar del mundo. Aunque sí se había detectado un incremento considerable en las grandes zonas urbanas respecto a las más despobladas.
Los gobiernos se unieron a la corriente de los investigadores de la red, a su línea de información —como si nunca antes la hubiesen desprestigiado con mil artimañas—. Afirmaron que los huesos eran humanos, y que el más reciente de los estudiados databa de unos cien mil años atrás. Se habían creado unidades especiales del ejército dedicadas a la recogida de estos restos. En los primeros momentos pudimos verlos clasificándolos en bolsas, escribiendo datos en ellas; pero ante la magnitud de la tarea y la creciente intensidad de la lluvia, pronto se limitaron a limpiar las calles con la mayor celeridad posible, como si de un cuerpo de barrenderos forenses se tratase. Ya se contaban por centenares los muertos debido a impactos de hueso a lo largo y ancho del planeta. Desde los medios se recomendaban medidas de protección para salir a la calle, y pronto los cascos y paraguas reforzados fueron una prenda de vestir más. El mundo vibraba, aguantaba la respiración, sobrecogido en un estupefacto estado de shock.
Esther lo llevaba cada vez peor, no podía asimilar la deriva que los acontecimientos estaban tomando. Se estaba desquiciando, y sería injusto culpabilizarla por ello. Desde mi opresión, yo intentaba mantener un mínimo de equilibrio y cordura, una pequeña luz de esperanza en que la lluvia cesase de una vez y que el mundo volviese a ser el horror que ya conocíamos, no esta aberrante, nueva pesadilla. Aunque lo cierto es que mis ideas no podían ser más negras y depresivas.
Tras la cena, que apenas tocó, Esther volvió a su verborrea neurótica. Se estaba desesperando en la búsqueda de un sentido, en descifrar el mensaje que Dios nos enviaba desde el cielo. Yo empezaba a pensar que, tal vez, no hubiese ningún sentido tras el fenómeno.
—¿Te das cuenta? —comenzó Esther, mientras recolocaba la mesa—. Nos está arrojando huesos desde el pasado más remoto para acercarse poco a poco a nuestro tiempo. ¿Qué quiere decir eso? ¿Nos está reprochando el que hayamos olvidado a nuestros muertos, a todos los que sufrieron para que hoy estemos aquí? ¿O será un castigo por enterrar tantos crímenes en el olvido, y seguir cometiéndolos de la misma manera, como si no aprendiésemos nada de ellos?
—¿Qué importa, Esther? —le contesté—. ¿Qué importa que sea por una u otra razón por la que nos castiga así? Ya ha matado a cientos, y no parece que le sean suficientes.
—Pero, tal vez si descubrimos justo lo que quiere de nosotros y comenzamos a actuar así, detenga esta lluvia de muerte. Cuando le demostremos que hemos aprendido la lección al fin.
—¿Cómo actuará Él si no descubrimos la respuesta a su retorcida adivinanza? ¿Pretende convertir el mundo en un cementerio silencioso, cubierto de huesos? Vaya un Dios vengativo que tienes, no sé ni cómo puedes creer en Él.
Esther obvió mi envenenado reproche.
—No, yo no lo veo así, Juan. Él es nuestro Padre, y actúa como tal, siendo incluso duro cuando es preciso serlo. Nos dio la libertad y mira lo que hemos hecho con ella… Tal vez haya llegado el momento de recibir nuestro correctivo, sin el cual es seguro que acabaríamos cayendo en el abismo de nuestra autodestrucción.
—No existe locura que no encuentre su justificación —casi suspiré.
—¿Me estás llamando loca? —preguntó, con los brazos en jarras.
Me pasé la mano por la cara, como si me la quisiera borrar, antes de contestar.
—No, cariño. Sólo digo que hasta la más disparatada creencia tiende a revestirse de una justificación pseudo-lógica que la permita presentarse en público con aspecto racional, aunque en esencia sea un completo sin sentido.
—Puedes pensar lo que quieras… —Desvió la mirada hacia la lluvia intermitente del exterior.
—O sea… que tú verías normal, por ejemplo, que yo castigase a mi hijo golpeándole hasta matarlo, aunque supiese desde sus primeras lágrimas que él no entendía por qué lo castigaba, ¿no? ¿Así piensas?
—Una vez más, tergiversas, atacas, sin querer comprender —suspiró, alisándose la blusa—… Está bien, Juan. Ha sido un día duro, me voy a la cama. Buenas noches —dijo, sin mirarme, cruzando la puerta.
—Buenas noches, pronto iré yo también —solté, casi como una frase hecha.
Sé lo que a ella le hubiese gustado, lo que esperaba de mí, como casi todas las mujeres: que me anticipase a sus deseos y actuase conforme a ellos, sin una sola palabra, sin preguntas, como prueba definitiva del conocimiento de su alma y mi amor por ella. ¿Cómo no conocer este viejo juego teatral y sus reglas? Ella esperaba mi comprensión, un mayor acercamiento a su credo, que rezásemos juntos por el fin de la pesadilla. Dios sería una mujer si existiese, estoy seguro. Lo siento, Esther, nunca tuve vocación de actor, de interpretar un papel en las antípodas de mis ideas y sentimientos. Siento haberte defraudado. A mí también me hubiese gustado que comprendieses la absoluta desolación de quien no tiene dónde agarrarse.
Me quedé a oscuras en el salón observando por la ventana el caer de los huesos, recortándose contra las estrellas.
5
La lluvia no cedía. Más al contrario, parecía que cada día llovía con más fuerza que el anterior. Los huesos se iban amontonando a los lados de las calles, sin que el tiempo diese abasto para su retirada. Algunos grupos de voluntarios —los «limpiamuertes», se les dio en llamar— intentaban facilitar la labor del ejército acumulando las osamentas en determinados puntos, como impíos altares levantados en honor a algún dios del averno. El trauma se extendía como una fiebre, imposible de parar. Estábamos perdiendo lentamente la cabeza, los referentes, los nervios… sometidos a esta incertidumbre sobrenatural de visos apocalípticos. El colapso, buscado o no por quien estuviese detrás de todo esto, se veía venir. Para colmo, estaban diciendo que los últimos huesos recogidos y estudiados databan de hace unos dos mil años. Y muchos presentaban huellas de violencia, signos de tortura… esos detalles morbosos vomitaban las pantallas, como si no tuviésemos suficiente mierda encima con todo lo que nos caía sobre las cabezas.
—¿Lo ves? —dijo Esther, con sus ojeras cada vez más oscuras, profundas—. Dios nos castiga con los restos de nuestros crímenes, para que no olvidemos tanto mal causado… ¿Te das cuenta, Juan?, ¿de todos los millones de inocentes muertos por nuestra propia mano, por nuestra locura?
La escuchaba, una vez más su beatífica perorata, a la que se agarraba su mente como si allí fuera a encontrar la salvación; y escuchaba el golpear de los huesos en la calle, ahora constante, sobre los coches, los tejados, sobre cada objeto a la intemperie, como mazas orgánicas de lo que una vez fueron personas… Deseé estar muerto, como ellos. Lo confieso.
—Esther… eso no puede ser —dije, realmente cansado—. Aunque nos arroje a todas las víctimas inocentes de la historia encima, simplemente, no puede ser…
—Tal vez, no sean sólo los asesinados de forma premeditada y violenta, sino todas las personas que han muerto en el mundo desde que el hombre existe. Tal vez esté vaciando los cementerios, las fosas comunes, sacando fuera todo lo que está bajo tierra… mostrando lo que somos en realidad una vez despojados del regalo de la vida, sin parar hasta que nosotros cambiemos. Hasta que creamos en Él.
—Ni siquiera así, Esther… ¿cuántos miles de millones han muerto desde el origen? Yo no lo sé pero, sean los que sean, es imposible que sean tantos como para cubrir no sólo las ciudades del mundo, sino la inmensidad de la Tierra, como parece estar ocurriendo.
Dio unos pasos por el salón, nerviosa, como buscando los asideros para que su teoría no se hundiese por completo, junto a ella.
—A lo mejor los está multiplicando, como los panes y los peces, con tal de que comprendamos, al fin…
Guardé silencio, agotado de pensar en vano. Me pulsaban las sienes. Notaba cómo el estrés recorría también mi cuerpo. La sensación de impotencia, de no poder hacer nada significativo por cambiar nuestra suerte era total. ¿Qué pueden hacer dos personas para detener el Apocalipsis?
Esther miraba a través de los cristales, llorosa.
—Puede que nos esté castigando a ti y a mí, por no haber tenido un hijo. Creced y multiplicaos… —dijo, casi para sí misma.
El reproche, siempre ahí clavado, como un oxidado cuchillo ritual de los Incas.
—No me vengas otra vez con eso, Esther —rogué, hastiado—. Pensar que lo que sucede en el planeta depende de lo que tú y yo hagamos… es de un egocentrismo solipsista extremo…
Ella callaba.
—¿Te imaginas lo que hubiese sido tener un hijo? —proseguí—. ¿Te gustaría que nuestro hijo estuviese por aquí ahora, siendo víctima junto a nosotros de esta locura? A veces pienso que, no trayéndole a este mundo de mierda, lo he querido y respetado mucho más que tú.
Esther se giró hacia mí, con ojos sorprendidos, furibundos…
—¿Qué coño estás diciendo? —explotó—. ¿Cómo me puedes decir eso? Yo le hubiese dado una vida llena de afecto, digna de ser vivida… Y si esto es el final, al menos hubiese tenido la ocasión de estar vivo, de poder respirar y conocer qué significa esta experiencia. Ahora, ahora ya… —se le crisparon los labios— nunca podré… ver su cara…
Se acercó a mí, con lágrimas resbalando por sus mejillas.
—Eres un cobarde… ¡Un egoísta de mierda!
Y en lugar de golpearme a mí, dio un manotazo al plato de cristal sobre la mesa, que voló hasta hacerse añicos contra el suelo, justo antes de salir corriendo hacia nuestro cuarto. Escuché el portazo al final del pasillo, a galaxias de distancia.
Vaya asco…
Me levanté al rato con pesadumbre, a por la escoba y el recogedor para barrer los pedazos de cristal por todo el salón. Lamenté todas y cada una de mis palabras, la forma de expresarlas. Lamenté mi estúpida soberbia, mi falta de sensibilidad hacia su estado emocional. Lamenté estar junto a ella, no haberla dejado libre, que encontrase a cualquier otro que le transmitiese la felicidad que yo jamás sería capaz de brindarle. Mientras arrastraba con la escoba los brillantes fragmentos hacia el recogedor, sentí unas inmensas ganas de llorar, como ya ni recordaba. Ella tenía razón. Soy un cobarde, por no querer un hijo y cuidarlo junto a ella, por no alejarme, por no atreverme a vivir sin verla cada día. Y soy un egoísta de mierda, porque he unido su destino al mío.
Porque es la única persona en el mundo a la que he amado con toda mi alma.
La bestia en la cueva
La horrible conclusión que se había ido abriendo camino en mi espíritu de manera gradual era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en el amplio y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi esforzada vista, no podía encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía mi razón albergar la más ligera esperanza de volver jamás a contemplar la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas agradables del hermoso mundo exterior. La esperanza se había desvanecido. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entera de estudios filosóficos, obtuve una satisfacción no pequeña de mi conducta desapasionada; porque, aunque había leído con frecuencia sobre el salvaje frenesí en el que caían las víctimas de situaciones similares, no experimenté nada de esto, sino que permanecí tranquilo tan pronto como comprendí que estaba perdido.
Tampoco me hizo perder ni por un momento la compostura la idea de que era probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que se me buscaría. Si había de morir -reflexioné-, aquella caverna terrible pero majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudiera ofrecerme cualquier cementerio; había en esta concepción una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.
Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero no acabaría yo así. Yo solo era el causante de mi desgracia: me había separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera; y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me encontré incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.
Mi antorcha comenzaba a expirar, pronto estaría envuelto en la negrura total y casi palpable de las entrañas de la tierra. Mientras me encontraba bajo la luz poco firme y evanescente, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo fin. Recordé los relatos que había escuchado sobre la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas grutas titánicas, por ver de encontrar la salud en el aire sano, al parecer, del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme, para su atmósfera e impregnado su ámbito de una apacible quietud; en vez de la salud, habían encontrado una muerte extraña y horrible. Yo había visto las tristes ruinas de sus viviendas defectuosamente construidas, al pasar junto a ellas con el grupo; y me había preguntado qué clase de influencia ejercía sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y ahora, me dije con lóbrego humor, había llegado mi oportunidad de comprobarlo; si es que la necesidad de alimentos no apresuraba con demasiada rapidez mi salida de este mundo.
Resolví no dejar piedra sin remover, ni desdeñar ningún medio posible de escape, en tanto que se desvanecían en la oscuridad los últimos rayos espasmódicos de mi antorcha; de modo que -apelando a toda la fuerza de mis pulmones- proferí una serie de gritos fuertes, con la esperanza de que mi clamor atrajese la atención del guía. Sin embargo, pensé mientras gritaba que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz -aunque magnificada y reflejada por los innumerables muros del negro laberinto que me rodeaba- no alcanzaría más oídos que los míos propios.
Al mismo tiempo, sin embargo, mi atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que escuchaba el suave ruido de pasos aproximándose sobre el rocoso pavimento de la caverna.
¿Estaba a punto de recuperar tan pronto la libertad? ¿Habrían sido entonces vanas todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia no autorizada del grupo y seguiría mi rastro por el laberinto de piedra caliza? Alentado por estas preguntas jubilosas que afloraban en mi imaginación, me hallaba dispuesto a renovar mis gritos con objeto de ser descubierto lo antes posible, cuando, en un instante, mi deleite se convirtió en horror a medida que escuchaba: mi oído, que siempre había sido agudo, y que estaba ahora mucho más agudizado por el completo silencio de la caverna, trajo a mi confusa mente la noción temible e inesperada de que tales pasos no eran los que correspondían a ningún ser humano mortal. Los pasos del guía, que llevaba botas, hubieran sonado en la quietud ultraterrena de aquella región subterránea como una serie de golpes agudos e incisivos. Estos impactos, sin embargo, eran blandos y cautelosos, como producidos por las garras de un felino. Además, al escuchar con atención me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas, en lugar de dos pies.
Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizás a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Consideré que era posible que el Todopoderoso hubiese elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que me sobrevendría por hambre; sin embargo, el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mi seno; y aunque el escapar del peligro que se aproximaba no serviría sino para preservarme para un fin más duro y prolongado, determiné a pesar de todo vender mi vida lo más cara posible. Por muy extraño que pueda parecer, no podía mi mente atribuir al visitante intenciones que no fueran hostiles. Por consiguiente, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia -al no escuchar ningún sonido que le sirviera de guía- perdiese el rumbo, como me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no estaba destinada esta esperanza a realizarse: los extraños pasos avanzaban sin titubear, era evidente que el animal sentía mi olor, que sin duda podía seguirse desde una gran distancia en una atmósfera como la caverna, libre por completo de otros efluvios que pudieran distraerlo.
Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores entre los fragmentos de roca que estaban esparcidos por todas partes en el suelo de la caverna, y tomando uno en cada mano para su uso inmediato, esperé con resignación el resultado inevitable. Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. En verdad, era extraña en exceso la conducta de aquella criatura. La mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminase con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, pero -a intervalos breves y frecuentes- me parecía que tan solo dos patas realizaban el proceso de locomoción. Me preguntaba cuál sería la especie de animal que iba a enfrentarse conmigo; debía tratarse, pensé, de alguna bestia desafortunada que había pagado la curiosidad que la llevó a investigar una de las entradas de la temible gruta con un confinamiento de por vida en sus recintos interminables. Sin duda le servirían de alimento los peces ciegos, murciélagos y ratas de la caverna, así como alguno de los peces que son arrastrados a su interior cada crecida del Río Verde, que comunica de cierta manera oculta con las aguas subterráneas. Ocupé mi terrible vigilia con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haber producido la vida en la caverna sobre la estructura física del animal; recordaba la terrible apariencia que atribuía la tradición local a los tuberculosos que allí murieron tras una larga residencia en las profundidades. Entonces recordé con sobresalto que, aunque llegase a abatir a mi antagonista, nunca contemplaría su forma, ya que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y yo estaba por completo desprovisto de fósforos. La tensión de mi mente se hizo entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hizo surgir formas terribles y terroríficas de la siniestra oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno de mi cuerpo. Parecía yo a punto de dejar escapar un agudo grito, pero, aunque hubiese sido lo bastante irresponsable para hacer tal cosa, a duras penas habría respondido mi voz. Estaba petrificado, enraizado al lugar en donde me encontraba. Dudaba que pudiera mi mano derecha lanzar el proyectil a la cosa que se acercaba, cuando llegase el momento crucial. Ahora el decidido “pat, pat” de las pisadas estaba casi al alcance de la mano; luego, muy cerca. Podía escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque estaba paralizado por el terror, comprendí que debía de haber recorrido una distancia considerable y que estaba correspondientemente fatigado. De pronto se rompió el hechizo; mi mano, guiada por mi sentido del oído -siempre digno de confianza- lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada hacia el punto en la oscuridad de donde procedía la fuerte respiración, y puedo informar con alegría que casi alcanzó su objetivo: escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a cierta distancia; allí pareció detenerse.
Después de reajustar la puntería, descargué el segundo proyectil, con mayor efectividad esta vez; escuché caer la criatura, vencida por completo, y permaneció yaciente e inmóvil. Casi agobiado por el alivio que me invadió, me apoyé en la pared. La respiración de la bestia se seguía oyendo, en forma de jadeantes y pesadas inhalaciones y exhalaciones; deduje de ello que no había hecho más que herirla. Y entonces perdí todo deseo de examinarla. Al fin, un miedo supersticioso, irracional, se había manifestado en mi cerebro, y no me acerqué al cuerpo ni continué arrojándole piedras para completar la extinción de su vida. En lugar de esto, corrí a toda velocidad en lo que era -tan aproximadamente como pude juzgarlo en mi condición de frenesí- la dirección por la que había llegado hasta allí. De pronto escuché un sonido, o más bien una sucesión regular de sonidos. Al momento siguiente se habían convertido en una serie de agudos chasquidos metálicos. Esta vez no había duda: era el guía. Entonces grité, aullé, reí incluso de alegría al contemplar en el techo abovedado el débil fulgor que sabía era la luz reflejada de una antorcha que se acercaba. Corrí al encuentro del resplandor y, antes de que pudiese comprender por completo lo que había ocurrido, estaba postrado a los pies del guía y besaba sus botas mientras balbuceaba -a despecho de la orgullosa reserva que es habitual en mí- explicaciones sin sentido, como un idiota. Contaba con frenesí mi terrible historia; y, al mismo tiempo, abrumaba a quien me escuchaba con protestas de gratitud. Volví por último a algo parecido a mi estado normal de conciencia. El guía había advertido mi ausencia al regresar el grupo a la entrada de la caverna y -guiado por su propio sentido intuitivo de la orientación- se había dedicado a explorar a conciencia los pasadizos laterales que se extendían más allá del lugar en el que había hablado conmigo por última vez; y localizó mi posición tras una búsqueda de más de tres horas.
Después de que hubo relatado esto, yo, envalentonado por su antorcha y por su compañía, empecé a reflexionar sobre la extraña bestia a la que había herido a poca distancia de allí, en la oscuridad, y sugerí que averiguásemos, con la ayuda de la antorcha, qué clase de criatura había sido mi víctima. Por consiguiente volví sobre mis pasos, hasta el escenario de la terrible experiencia. Pronto descubrimos en el suelo un objeto blanco, más blanco incluso que la reluciente piedra caliza. Nos acercamos con cautela y dejamos escapar una simultánea exclamación de asombro. Porque éste era el más extraño de todos los monstruos extranaturales que cada uno de nosotros dos hubiera contemplado en la vida. Resultó tratarse de un mono antropoide de grandes proporciones, escapado quizás de algún zoológico ambulante: su pelaje era blanco como la nieve, cosa que sin duda se debía a la calcinadora acción de una larga permanencia en el interior de los negros confines de las cavernas; y era también sorprendentemente escaso, y estaba ausente en casi todo el cuerpo, salvo de la cabeza; era allí abundante y tan largo que caía en profusión sobre los hombros. Tenía la cara vuelta del lado opuesto a donde estábamos, y la criatura yacía casi directamente sobre ella. La inclinación de los miembros era singular, aunque explicaba la alternancia en su uso que yo había advertido antes, por lo que la bestia avanzaba a veces a cuatro patas, y otras en sólo dos. De las puntas de sus dedos se extendían uñas largas, como de rata. Los pies no eran prensiles, hecho que atribuí a la larga residencia en la caverna que, como ya he dicho antes, parecía también la causa evidente de su blancura total y casi ultraterrena, tan característica de toda su anatomía. Parecía carecer de cola.
La respiración se había debilitado mucho, y el guía sacó su pistola con la clara intención de despachar a la criatura, cuando de súbito un sonido que ésta emitió hizo que el arma se le cayera de las manos sin ser usada. Resulta difícil describir la naturaleza de tal sonido. No tenía el tono normal de cualquier especie conocida de simios, y me pregunté si su cualidad extranatural no sería resultado de un silencio completo y continuado por largo tiempo, roto por la sensación de llegada de luz, que la bestia no debía de haber visto desde que entró por vez primera en la caverna. El sonido, que intentaré describir como una especie de parloteo en tono profundo, continuó débilmente.
Al mismo tiempo, un fugaz espasmo de energía pareció conmover el cuerpo del animal. Las garras hicieron un movimiento convulsivo, y los miembros se contrajeron. Con una convulsión del cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia nosotros. Quedé por un momento tan petrificado de espanto por los ojos de esta manera revelados que no me apercibí de nada más. Eran negros aquellos ojos; de una negrura profunda en horrible contraste con la piel y el cabello de nívea blancura. Como los de las otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y por completo desprovistos de iris. Cuando miré con mayor atención, vi que estaban enclavados en un rostro menos prognático que el de los monos corrientes, e infinitamente menos velludo. La nariz era prominente. Mientras contemplábamos la enigmática visión que se representaba a nuestros ojos, los gruesos labios se abrieron y varios sonidos emanaron de ellos, tras lo cual la cosa se sumió en el descanso de la muerte.
El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en movimiento.
Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror, fijos en el suelo delante de mí.
El miedo me abandonó, y en su lugar se sucedieron los sentimientos de asombro, compasión y respeto; los sonidos que murmuró la criatura abatida que yacía entre las rocas calizas nos revelaron la tremenda verdad: la criatura que yo había matado, la extraña bestia de la cueva maldita, era -o había sido alguna vez: un hombre
Noche usual
Esta experiencia la viví hace mucho tiempo, tanto, que algunas partes ya no existen en mi memoria, o tal vez simplemente quise olvidarlas, cualquier persona normal querría olvidarlo, pero es imposible, algo puede desaparecer, pero siempre estará ahí, esperando, asechando y jugando al escondite mientras aguarda el momento oportuno de reaparecer, poco a poco esas partes van volviendo, torturándome de nuevo con ese horrible pasado.
Todas mis desgracias empezaron cuando tenía 10 años, era una persona hiperactiva y con ansias de explorar el mundo, por esto, cada día era una aventura diferente; pero llego un 12 de febrero, faltaba poco para San Valentín y nuestros padres estaban ocupados con los preparativos para una velada (digo nuestros porque en ese entonces tenía un hermano). El aburrimiento me estaba oprimiendo, puesto que me habían dejado a cargo de Dennis, y me habían prohibido salir a la calle, pues se sospechaba que un asesino estaba recorriéndola, obviamente rumores sin fundamento, nuestro barrio solía ser muy tranquilo y no habían reportes oficiales, pero los padres suelen ser paranoicos, en mi caso no fue suficiente.
Debido a nuestro querido chismoso, estaba encerrado en mi cuarto, imaginando lo que podría estar haciendo si estuviera afuera, cuando entro Dennis, parecía tanto o más aburrido que yo y adivine lo que quería decirme antes que terminara de entrar (después de todo éramos hermanos).
-Quiero salir- insto en un tono imperativo –Estoy aburrido-.
-No puedes-. Mi tono terminante al dar la orden me recordó a los adultos y entendí porque les encanta tanto usarlo –Te quedaras aquí hasta que vuelvan nuestros padres-.
-¡Quiero salir ahora! ¡Debo pasar una noche usual! – ¿Em? ¿Qué es eso tan raro que Dennis acaba de decir? ¿Cómo qué noche usual? Esas y varias otras preguntas cruzaron por mi mente, pero decidí ignorarlas y hacer uso de la fuerza del hermano mayor, mandándolo a dormir mientras yo veía tele.
Cuando la noche ya se había cerrado, y la oscuridad era tan profunda que las farolas se habían convertido en pequeños soles dentro de un espacio infinito, decidí ir a ver a Dennis, pues lo había tratado de una forma horrible, aunque fuera mi hermano pequeño y en ocasiones exasperantes lo quería, y estoy seguro que el sentía lo mismo.
Al intentar abrir su puerta… ¡Oh, sorpresa! Estaba cerrada con llave, ¿la inmadurez no tiene fin? Decidí no darle oportunidad de hacerse el rogado y fui a buscar las llaves de todos los cuartos de la casa, al abrir la puerta lo encontré enfurruñado murmurando lo que parecían insultos hacia mí, de modo que tome aliento y con la voz más parecida que tenia de mi padre le dije.
-¡Jovencito! ¿Qué se supone estas diciendo? No estoy criando a ese tipo de persona-. Al escuchar esto se gire hacia la puerta con una cara de susto marcada en su rostro, al verme simplemente me dijo secamente.
-Largo, por tu culpa habré perdido mi noche-.
-No te preocupes hermanito, papá y mamá no han llegado todavía, no creo que cinco minutos en la calle le hagan daño a nadie-.
-¿No le tienes miedo al asesino?-. Dennis parecía dispuesto a probar mi valor, solo por eso debió haber dicho eso, ¿Por qué otra razón?
-No, ese asesino es una invención para asustar a niños como tú-. Añadí una sonrisa mordaz para darle más efecto a mis palabras mientras veía el cambio en el rostro de Dennis.
-Parece que tendremos una noche usual-.
Todavía estaba con eso, suena de alguna forma peligrosa, pero ya le había prometido salir, no sé en que estaría pensando, nadie haría tanto para reconciliarse con su hermano pequeño.
Bajamos las escaleras mientras seguía teniendo ese extraño sentimiento que me instaba a volver a mi cuarto, cerrar todo y ocultarme bajo las cobijas, envuelto en mi pensamientos casi olvido las llaves de la casa, mientras tenía el absurdo presentimiento que sería la última oportunidad para escapar, pero seguía sin saber a qué debía escapar, por lo que decidí ver a que me arrastraba la noche.
Bajamos las escaleras, con Dennis delante mío, caminando en apariencia petulante, al terminar las escaleras Dennis se dio la vuelta, permitiéndome ver su rostro, estaba seguro que fue una combinación de luces y sombras lo que provoco el efecto, pero no dejaba de ser aterrador.
Debido a que la casa estaba a oscuras, Dennis se veía contrastado en el negro de la pared, con unas “ojeras” que le encerraban los ojos, convirtiéndolos en pequeñas esferas débilmente iluminadas, con la tez negruzca, probablemente debido a las sombras, pero solo ayudo a afianzar el instante de temor que sentí al verlo, podría jurar que vi en su boca una cicatriz que recorría la cara de forma horizontal, totalmente acorde a su actitud en ese momento.
Fue un instante de pánico, sin embargo logre dominarme y convencerme que era mi imaginación, era muy activa, pero no a esos extremos, al final de cuentas decidí ignorar lo que había visto.
Así pues salimos a caminar, tenía pensado pasar un rato en la calle, asustar un poco a Dennis y que fuera él el que me dijera que quería regresar, estaba pensando cual sería la mejor forma de asustarlo cuando note algo inquietante, el lugar donde estábamos era uno que nunca había visto, era de noche, pero incluso para serlo era demasiado oscuro, habían farolas, pero las luces fallaban y amenazaban con apagarse, recordé mi analogía de las estrellas y pensé que estas ya eran moribundas, como si llevaran milenios encendidas, llevándose toda vida consigo, ese pensamiento no contribuyo mucho a calmarme.
Después de un tiempo de caminar en esa oscura calle y ver más de una vez una sombra sospechosa era yo el que estaba asustado y el que estaba deseando regresar; no es que yo fuera un miedica, las sombras tenían vida propia, moviéndose e intentando atraparme con sus manos, cada paso que daba hacia que estas se vieran más sólidas, llegando a temer que realmente pudieran agarrarme, Dennis parecía muy calmado, de modo que le pregunte sobre lo que estaba pasando.
-Esto es normal-.
-Dennis, en serio, ¿en qué clase de cosas estas metido para que esto te parezca normal?-. Mi tono revelaba cuan asustado estaba.
-Ya te dije que no te asustes, tú fuiste el que quiso venir, si te hubieras quedado en casa estarías durmiendo tranquilo-. No sé si te estás haciendo el valiente o algo, pero estoy por largarme, esto no me gusta nada.
-Al menos dime donde estamos-.
-Si te lo digo te asustaras, te conozco, probablemente salgas corriendo y créeme cuando te digo que eso no sería bueno-. Dennis, tu tono se está aproximando a la impaciencia, y la mía esta por estallar.
-¡QUE ME LO DIGAS DE UNA PUTA VEZ! ¡NO PUEDO ESTAR MAS ASUSTADO!-. Finalmente estalle, lo siento hermanito pero esto es más de lo que puedo soportar.
-Si tanto quieres saber te lo diré, estamos camino al primer círculo del infierno, si hermano, estamos caminando al mismísimo inframundo, los demonios no te esperaban, ansían que salgas corriendo para poder devorarte-.
El tono glacial con el que Dennis me dedico esas palabras me abofeteo como el aire frio que estaba sintiendo, -Que extraño, ¿no se supone que el infierno es un infierno?
-Me alegro que no hayas corrido, si te preguntas porque esta tan frio, es porque estamos en la vía de los muertos, aún no hemos llegado al infierno, y no cruzaremos más allá del primer círculo, los demonios quedaron muy enfadados después que un mortal vio los 9 círculos y los describió en un libro, están ansiosos por desgarrarte-.
-¿Por qué solo quieren desgarrarme a mí?-. Esta conversación no tiene sentido, ¿Qué persona visitaría el infierno y lo describiría en un libro?
-Ya no soy un humano-.
…¿Que es esta sensación de hielo en mis venas? ¿Cómo que mi hermano no es humano? No tarde mucho en atar cabos y comprender una verdad que me destruiría de por vida.
-¡NO PUEDE SER! ¡TU NO ERES MI HERMANO! ¡DONDE ESTA MI HERMANO MALDITO DEMONIO!-. La sorpresa de mis palabras pareció tener un gran efecto, de tener a un hermano que parecía un demonio, pase a tener un demonio que se parecía a mi hermano.
Ahora que lo pienso, no he visto la cara de mi hermano desde que entramos a la calle de mis perdiciones, sigo sin creer completamente que mi hermano sea un demonio, y el parecía dispuesto a demostrarlo, paro de caminar y miro al cielo, mire también, de todas las visiones que he tenido, ninguna podría igualar la que me ofreció este cielo, todas las estrellas habían desaparecido, no quedaba rastro de la bella y angelical luz de la luna, había un gran vacío en el cual pequeñas venas de fuego empezaban a crecer, ramificándose lentamente en un rojo sangre que empezaba a teñir el nuevo firmamento, mientras las veía, palpitaban, como si sintieran mi temor y lo gozaran, acto seguido, la figura de mi hermano me dijo solemnemente.
-Aun sigues sin creerme, aun después de ver el cielo del infierno, ver la sombra de los demonios y recorrer la vía de los muertos, te tendré que dar una prueba definitiva del lugar donde estas ahora-.
Después de estas palabras empezó a girarse lentamente, no sé porque, no tengo ganas de ver su cara, pese a que la conozco de toda la vida.
La visión de la cara de mi hermano me impediría tener otra noche tranquila el resto de mi vida. ¿¡Como un humano podía transformarse en eso!? Aun me estremezco de miedo al recordar ese rostro, tendrás que perdonarme, no puedo describirlo todo, mi memoria es renuente a recordarlo por completo y no la culpo.
Lo primero en lo que me fije fue en una sonrisa macabra, rasgada a lo largo de la cara, aun sangrando por los cortes recién me hechos y mostrando unos dientes completamente rojos, aunque dudo que fueran el color natural, unos ojos grandes, saltones y rojos como el infierno que estaba consumiendo el firmamento se estaban arraigando, y las venas alrededor de ellos se habían brotado y tomado un color rojo fuego, la tez se había ennegrecido, dando una sensación de podredumbre que empezaba a expandirse cuando la mirabas, la nariz había desaparecido, cortada de tajo, revelando lo que ves en un maniquí, pero esta vez te obliga a desviar la mirada.
Solo mantuve mi vista encima unos segundos, durante los cuales note sus manos, mejor dicho sus garras, las cuales parecían perfectamente diseñadas para matar, viendo esto me llego un pensamiento, todo tendría sentido si ese demonio me contestaba.
-¿Eres el asesino?-.
-Después de todo resulta que tienes cerebro, sí, soy el asesino, si no me hubieras acompañado habría sido una noche usual, enviando más desdichados al infierno, pero llegaste tú, ahora tendrás que cargar mis cadenas, así como también soportaras mis demonios-.
-¿Por qué mi hermano?-. La furia estaba incrementándose en mí, un demonio me había dejado sin hermano, aunque seguía sin poder mirarlo a la cara me pareció que expresaba bien mi odio.
-Tal como te va a pasar a ti, me dieron dos opciones, seguir en mi cuerpo y vivir una vida desdichada pero salvaría a muchas personas, o poseer a alguien, matar personas y enviarlas al infierno para luego tener una vida feliz, creo que sabes cuál elegí-.
Cuando dijo esto lo supe claramente, podría tener la peor vida del mundo, pero si salvaría a alguien lo aceptaría.
-Ya tomaste tu decisión, ahora acepta tu castigo-. Dicho esto el monstro se arrojó sobre mí y me clavo sus garras, estaba abrazando la muerte para dirigirme a cualquier parte cuando note un susurro.
-Los hechos del pasado confrontan a los del futuro-. Apenas sonó esto. Morí.
-¡AHHHHHHHHHHH!-. Mi grito despertó a mis padres, los cuales llegaron en una carrera mientras me revisaba el lugar donde fui apuñalado, sin más que decir les conté que había tenido una pesadilla, pero que no la recordaba, cosa que hasta cierto punto era cierta.
Me dirigí al cuarto de mi hermano, encontré una nota escrita en un papel negruzco, como la podredumbre, que tenía venas de color rojo palpitando en él, decía lo siguiente:
“disfruta tu nueva vida miserable, pudiste ser feliz, pero elegiste la felicidad de otros, solo recuerda lo que te dije y arrepiéntete, los hechos del pasado confrontan a los del futuro.”
No sobra decir que mi vida ha sido miserable, tengo hijos, pero mi ex no me deja verlos, mis padres me odian, no tengo trabajo y mi noche usual es una ritual sin decorativos con una jarra de cerveza.
¿Em? ¿Extraño? Creí que me estabas escuchando, no importa, ya me desahogue, puedo seguir con mi vida, el bar esta concurrido, y la cerveza aún no ha hecho efecto, pero de alguna manera me siento feliz, han puesto una canción, y sin conocerla también empiezo a cantarla.
“Alza tu cerveza”.
No veo el porque no.
“Brinda por la libertad”.
Se está abriendo la puerta, debe ser otro cliente.
“¡Bebe y vente de fiesta!”.
¡Hermanito! ¿Qué haces aquí?
“¡EL INFIERNO ES ESTE BAR!”.
Mi cielo
<<..Viga>> Acababa de salir de mi casa en un nublado día de otoño, buscando el almacén al que tantas veces anteriores había asistido por los víveres. Caminaba por inercia, inmerso en mis pensamientos, planeando lo que será de los empleados para la próxima semana, lo que haré en la noche, qué haré de cenar.
<<..Levanta la vista>> Aburrido, cuento mis pasos. Uno. Dos. Tres. Cuatro…
<<..La viga>> Setenta y ocho pasos, y aún no llego al almacén. ¿O eran setenta y siete?
<<..¡Apresúrate! ¡Levanta la vista!>> De pronto, vuelvo a la realidad. ¿Ese edificio en construcción no estaba ahí la semana pasada verdad?
<<..¡La viga, la viga!>> Me siento incómodo, como si algo en mi interior tratara con todas sus fuerzas de salir y obligarme a escucharlo. Como un presentimiento. Como una advertencia. Iba a escucharlo, cuando mi visión se nubló y lo que quedaba de mi cuerpo cayó al piso. Esa viga pesaba 24 kilos y se soltó desde 20 metros. Debí escucharlo antes… Resultó que me había equivocado de camino. ¡Maldita inercia!
Tan pronto como perdí la conciencia, desperté en una habitación pequeña y desgastada por la acción del tiempo y la falta de cuidados. Un cuarto sin ventanas, techo de piedra agrietada, piso de madera flotante podrida y paredes arañadas y pálidamente amarillentas, en cuyo interior no había más que una silla vieja, un anciano sentada en ella y una mesita al frente, igual de arruinada que la silla, que sostenía en su superficie la vela responsable de la pobre iluminación del cuarto y dos manzanas: una roja y otra negra. En un principio me sentí perdido, y un terror claustrofóbico sacudió mi médula, subiendo lentamente por la columna desde la cadera hasta la cabeza, donde sentí una jaqueca de sensación indescriptible. Fue en ese momento cuando mi conciencia y mi cordura regresaron, y me hicieron darme cuenta de que estaba en posición fetal, sentado en el techo, boca abajo. Me “levanté” y me dirigí al anciano con la pregunta más coherente que se me pudo ocurrir: ¿en dónde estoy? Éste, al escucharme, levantó un tablón flojo del piso y sacó una enorme guadaña. Se acercó a mí y, con una agilidad y firmeza imposible para alguien de su edad, me cortó los pies con un solo movimiento. Caí al piso estruendosamente mientras veía como mis pies permanecían adheridos al techo, chorreando un hilillo de sangre que caía en las tablas acelerando su proceso de putrefacción. Miré con horror al viejo hombre, el cual, con la mirada perdida, me habló, en un tono que demostraba infinita serenidad: “Quítate las sandalias, porque el suelo en el que estás es sagrado”. Luego sujetó firmemente su guadaña, la regresó al lugar de donde la sacó y volvió a sentarse. En el suelo, arrastrándome, furioso por el sarcasmo del aparentemente octogenario e impotente con los tobillos sangrantes, me encontraba yo, en un patético intento por alcanzar la guadaña del vetusto hombre y vengar aquella osada y violenta amputación. Estaba cerca de alcanzar el tablón flojo ubicado justo debajo de la silla cuando vi que el anciano levantaba con pereza y dificultad, lentamente, su delgado brazo hasta indicar con una perturbante y huesuda mano las dos manzanas. Desistí de mis intenciones y concentré toda la fuerza que me quedaba en alcanzar la manzana más bonita, la roja. De reojo miré la manzana negra y, sin pensarlo más, mordí la bella fruta que tenía en mis manos. Un exquisito dulzor recorrió primero toda mi boca y luego todo mi cuerpo, hasta alcanzar el éxtasis. Tan placentera era aquella sensación, que de pronto olvidé toda mi vida, mi identidad, mis metas y mi origen, mis logros y mis fracasos, absolutamente todo, incluso el por qué desistí tan repentinamente de mis oscuras intenciones hacia el vejestorio aquel. Era todo mi conocimiento a cambio de saborear aquel fruto, y he de admitirlo, si hubiera debido dar más lo habría hecho sin dudarlo, sólo para disfrutar de aquel dichoso y eterno momento. Eterno. Esa palabra explica a la perfección el cómo me sentí. Sentí que era uno con todo y con todos, como si mi existencia fuera despedazada lenta y minuciosamente por la dicha sin fin, dejando un trozo de mí en cada rincón posible de aquella realidad en la que solía vivir. Fue así como mi conciencia me abandonó nuevamente, sólo para regresar muchísimo tiempo después (o por lo menos así lo sentí yo). Conforme recobraba el dominio de mis sentidos el placer se iba yendo, pero siempre dejando una estela, un vestigio de su estadía en mi memoria. Una vez me sentí dueño de mi esencia, me di cuenta de que estaba en un gran terreno tapizado de nubes. No había ningún obstáculo, era una gran llanura blanca y esponjosa hasta donde alcanzaba la vista. Traté de levantarme pero la torpeza de mis deformidades me lo impedía: seguía con los pies amputados. Me arrastré por unos minutos que parecieron años, sin rumbo, sin destino y sin saber que más hacer, cuando saliendo de mi taciturnidad presté más atención a mi alrededor y vi a otros como yo, arrastrándose y con los pies cortados, miles de ellos avanzando hacia distintas direcciones… ¿cómo no me fijé antes? Me acerqué al que se encontraba más cerca, a sólo unos pasos de distancia (es increíble lo burlesco que me parece esa forma de medir en estos momentos), y le pregunté qué era este lugar.
-Estás en el cielo mi hermano.
-¿En el cielo? Hubiera jurado que el cielo es un lugar más… feliz.
-¿Tienes algún problema con esto? Quéjate con Dios, él nos condenó a este destino.
-¿Y cómo me quejo con él?
-Quejarse no es el problema, todos aquí lo hacen (y me incluyo). El problema es que él te escuche.
-… ¿No decían acaso que él siempre escucha?
-Sólo peticiones y agradecimientos de vivos, más lo segundo que lo primero. En cuanto a las quejas, ¿has escuchado la frase “quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”?
-Sí.
-Bueno, lo mismo se aplica aquí. Dios es sabio y hace las cosas por una razón, por lo que es irreprochable. Si estás libre de pecado, él escuchara tus quejas.
Enseguida entendí lo que quiso decir: Dios no me iba a escuchar aunque se lo rogara.
Pasó el tiempo, no sé si fueron siglos, u horas, pero cada vez aprendía más y más sobre este lugar y sobre mi situación. Aprendí que esto era una especie de cosecha de almas, donde ponían a prueba tu paciencia, tu mansedumbre y tu resistencia. Los más “afortunados” no lograban soportar esta eterna espera y se volvían locos, y cuando esto pasaba podía ver como un ser alado bajaba y se lo llevaba. Ahora que lo pienso, bajan muy a menudo, y todos son diferentes, como si hubiera uno para cada pobre alma de este lugar. Nadie sabe de dónde vienen o a dónde van, y menos a dónde se llevan a los poco resistentes. Es una verdadera tortura y quiero salir de aquí lo más pronto posible, pero para eso debo esperar… ¿o no? La misma voz que trató de advertirme antes de morir me susurra al oído en este momento. Habla en muchos tonos a la vez, lo que me hace difícil entenderle, pero esta vez no fallaré.
<<..Levanta la vista>> Es como si un eco retumbara en el vacío de mi alma. Estoy vacío, carente de toda esperanza y aguante. ¡Quiero salir de este infierno!
<<..Levanta la vista>> Creo que empiezo a entenderlo. Me han dicho que esto es el cielo, pero no veo a nadie feliz. Me han dicho que Dios siempre escucha, pero no escucha a los habitantes de este lugar. Me han dicho que resista para que no me secuestren los ángeles, pero ahora los veo más como salvadores que captores.
<<..Levanta la vista>> Lo siento en lo más profundo de mi ser: el hombre no puede vivir si no acepta en su corazón que depende tanto del mal como del bien, que está hecho tanto de sus logros como de sus fracasos, que es capaz de pecar y perdonar. Sin Dios, no hay Demonio. Sin cielo, no hay infierno. El ying y el yang no existen por separado, sino que son uno solo.
<<..Por fin me escuchaste>> Ahora lo comprendo. No puedes gozar de la belleza del arcoíris si no experimentas primero la tenebrosa tormenta. No esperaré más, no perderé más tiempo, mi cielo me espera. Ese lugar paradisíaco donde siempre había querido estar, solo se encontraba en mis recuerdos. Abrazaré ese brillo dentro de mí con toda la fuerza que me queda, ¡no hay lugar más placentero que el que tú mismo te fabricas, a tu gusto y a tu medida! Ese lugar tan apetecido, no es el cielo, es MI CIELO.
Dicho esto, Ignacio Salazar se ensimismó en sus pensamientos y se dejó caer boca arriba, contemplando cómo el ángel que desde siempre había estado destinado para él bajaba para llevárselo.
La pierna de Laura
Laura y yo éramos amigas desde hace mucho tiempo, aunque por lastima vivíamos realidades muy distintas. Ella era heredera de una fortuna inmensa, sin embargo yo, vivía en las sombras tratando de ganarme la vida como pudiera.
Si bien, la familia de Laura me recibía de la mejor manera y me ayudaba un poco con el dinero, no podía ser así por siempre, tarde o temprano las cosas debían cambiar. Laura, su familia y yo teníamos un secreto que nadie más sabia, dicho secreto era que Laura usaba una pierna postiza adornada casi completamente en oro, se que era muy malo hacerlo, pero esa pierna era mi única salida del agujero económico que tenía.
Un día, Laura tuvo un accidente de coche, en el cual murió junto con sus padres, los otros parientes decidieron que lo mejor seria enterrarla con la pierna aún puesta. Una vez que todos abandonaron la casa, a eso de las tres de la madrugada fui adentro, pues el ataúd iba a ser enterrado al día siguiente a primera hora, por lo cual tenia tiempo para robarla, nadie sospecharía de mi, soy su mejor amiga después de todo. Cuando estuve a punto de agarrarla escuche un susurro…“Maria, no lo hagas”. ¿Qué fue eso? Debió haber sido mi imaginación, así que solo la agarre y me fui lo más rápido que pude. Por esa vez creí que la suerte me sonrió, pero sin embargo, fue lo peor que pude haber hecho.
Al otro día todos los parientes de Laura se alarmaron por la extraña desaparición de la pierna, dado que solo ellos sabían sobre ella, pero aún así la enterraron. Días después del incidente me empezaba a sentir extraña, como si fuera observada desde algún lugar con odio y decepción a la vez, la pierna todavía seguía en mi casa, venderla tal solo supondría un problema enorme, no creo que semejante pierna no pase por televisión. así que lo mejor sería decir que la encontré, pero eso suponía el mismo problema, pero más difícil porque habían preguntas que responder, en especial cómo la encontré, así que decidí dejarla en mi casa por un rato hasta que la situación se calme o hasta que encuentre una muy buena excusa..
Ya de noche, dispuesta a dormir, cuando estuve a punto de apagar la ultima luz, escucho un susurro…“Maria”. ¿Qué carajos fue eso? El temor se abrazo por todo mi cuerpo, ¿quién o qué dijo eso?…“Maria” escuche otra vez, no puede ser, no se que hacer, lo único que se me ocurrió fue esconderme en el armario que está al lado mío, de más está decir que ahí guarde la pierna…“Maria, devuélveme mi pierna”. ¿Qué? No, no podía ser, no ella, NO MI AMIGA, esto ya pasaba la locura, no puede ser que esa mirada que sentía…sea ella.
“Maria, devuélveme mi pierna”. Ya no puedo más, ahora el susurro es voz, siento como se acerca, en busca de su pierna, en busca de mí. No se que va a pasar, ella se acerca más y más. ¿Será mi fin? No se qué es mejor, si quedarme aquí a esperar que me encuentre o salir y enfrentar al espíritu de la amiga que traicione, no se que hacer, una vez más escucho la frase, pero ahora…la manija de mi armario se empieza a mover.
El Asesino de Chatroulette
Aviso: Los nombres de las personas involucradas fueron modificados para proteger sus identidades reales.
El dia de ayer, yo estaba muy tranquilo en mi casa jugando Slender ya que soy muy fanatico de ese juego. Tenia el Facebook abierto, cuando recibo un mensaje de un amigo mio llamado Carlos, e iniciamos conversacion:
Carlos: che loco todo bien?
Yo: Sisi bien y vos?
Carlos: bien bien te queria preguntar algo
Yo: Bueno, preguntame.
Carlos: vos crees en el asesino de chatroulette?
Yo: Que es Chatroulette?
Carlos: es una pagina donde podes chatear con personas a traves de una webcam
Yo: Ahhhh bueno, pasame la pagina que voy a ver que es eso del asesino de Chatroulette
Carlos: http://www.chatroulette.com/
Yo: Listo, ahora entro e investigo. Pero contame mas sobre esa historia
Carlos: el chico se sabe todos los idiomas conocidos para poder chatear tranquilamente con la victima. entra en chatroulette los miercoles a la noche y cuando encuentra a alguien para chatear empieza a asustarlo y se dice que en un momento la victima enloquece y muere. para que aparezca tenes que haber pasado las 3 conversaciones de 10 minutos para que tu webcam pueda verse, tener las luces apagadas y poner en la descripcion de tu perfil “search-user**born021044**start-chat”
Yo: Jajajajajajaja eso es puro cuento
Carlos: te pregunto porque estoy en chatroulette y esto me acaba de contar una chica que sobrevivio a ese loco, estaba llorando
Yo: Y porque se te ocurre venir a preguntarmelo a mi?
Carlos: porque a vos te gusta investigar esas cosas paranormales
Yo: Mmm… Esta bien, ahora investigo.
Carlos: dale
Bueno, despues de investigar algo no encontre nada relacionado con algun asesino en Chatroulette, ni tampoco hay datos sobre esa famosa descripcion que me dio Carlos, pero me meti a Chatroulette.com y me registre. Como me dijo Carlos antes, tenia que pasar una conservacion de 10 minutos con 3 personas diferentes. La primer persona era de Reino Unido, y con mi poco dominio del ingles, me costo hablarle, pero pude mantener una conversacion estable. Me atrevi a preguntarle si conocia la leyenda del asesino de Chatroulette, y me dijo que “eso era una leyenda vieja de ese sitio, que lo hacen para asustar a las personas y para evitar mostrarnos ante publico desconocido”. Empece a pensar que el hecho de crear una leyenda urbana de esa pagina para evitar mostrarnos en publico ante extraños me parecio raro pero a la vez efectivo, porque muchos niños son de entrar a estas paginas sin saber con que puedan cruzarse. Me di cuenta que habian pasado 10 minutos y segui charlando con el porque me habia copado, hasta que le pregunte que significaba “search-user**born021044**start-chat”. Se desconecto… Pase a la segunda conversacion, que fue con un italiano que por suerte hablaba algo de español. Le pregunte si conocia la leyenda urbana del asesino de Chatroulette, y este no lo conocia, asi que con gusto se la conte. Se asusto y dijo que es una muy buena historia, y entonces mentuve conversacion con el por 10 minutos. Me faltaba una sola conversacion con alguien, y me toco con una de Arabia. Le pregunte si conocia la leyenda del asesino de Chatroulette, y me dijo que si, y que es verdad. Yo le pregunte como fue que llego a esa conclusion, y me respondio lo siguiente: “Porque ……………………..”. Quede con tremenda cara de WTF, y le volvi a preguntar. Todas las veces que le pregunte me dijo eso. Como que todas las veces que lo decia, la palabra se censuraba. Vi que pasaron 10 minutos, y pude activar mi webcam. Agregue en la descripcion de mi perfil “search-user**born021044**start-chat” y fui a apagar las luces. Estuve asi durante mas o menos 1 hora, y no pasaba absolutamente nada. Aproveche que Carlos estaba conectado en el Facebook para decirle que es pura mentira, que estuve 1 hora asi y no paso nada, etc. Me respondio esto:
Carlos: bueno ya que terminaste de hacer eso tenes que buscar en chatroulette alguna persona con las luces apagadas, escribir en un papel “born021044″ y quemarlo frente a esa persona. eso hace enojar al asesino
Yo ya estaba medio cansado pero decidi hacer eso ultimo que me dijo. Busque a alguien con las luces apagadas, despues fui por un papelito, escribi “born021044″ y lo queme frente a esa persona. No notaba nada, hasta que de pronto escuche un golpe de la habitacion de la persona con la cual chateaba. Me dijo que iba a fijarse para ver que era, y cuando se fue a fijar, escucho un gran grito de susto y horror que me dejo los pelos parados. Por un minuto se escucho puro silencio, hasta que note que estaba escribiendo, y lo que escribio no fue ella, miren:
Partner: born021044**chat-started
Partner: Hola
Ahi mismo, Yo me dije “Esto no es real… Esto no es real…” y con todo el miedo de mundo, me atrevi a responderle:
Yo: Hola
Partner: ¿Quien sos?
Yo: ¿Porque preguntas?
Partner: Quiero saber quien sos, decime dale.
Yo: Tengo miedo
Partner: Decime o te mato
Yo: Que?
Partner: Apurate, o me decis o te mato, elegi vos
Yo: Bueno para, espera un poco…
Partner: Dale que se me acaba la paciencia. Nombre y apellido, decimelo ya.
Ese momento fue muy horrible, y decidi intentar decirle un nombre y un apellido falso, para ver que ocurria. Mientras estaba escribiendole, estaba llamando a mi amigo Carlos para que viniese a mi casa, que tenia al asesino hablando conmigo.
Yo: Damian Macedo
Partner: Dale pibe, decime tu nombre y apellido verdadero ya o te arranco las tripas.
Decidi salirme del Chatroulette, pero no me dejaba.
Partner: Pendejo de mierda apurate, y no intentes apagar la computadora porque sino tu amigo Carlos muere.
En ese momento se me caian lagrimas de los ojos, y decidi decirle mi nombre y apellido:
Yo: Juan Martin Herrera
Partner: Ahora decime tu edad
Estaba a punto de marcarle a la policia, cuando recibo:
Partner: Baja ese celular y decime tu edad, pelotudo de mierda.
Yo: 14!!! Contento?!?! Tenes de victima a alguien de 14!!!!
Partner: Jajajajajaja que genial, ahora vas a cobrar
Yo: Que queres de mi, hijo de puta?
Partner: Volveme a faltar el respeto y te arranco el cerebro.
Yo: Pero porque sos tan sadico conmigo?
Partner: Jajajajajaja no entendes una mierda pichón
Partner: Vos me convocaste, ahora bancatela
Partner: Se donde vivis, se a que escuela vas, se donde vive tu novia, se que Carlos esta viniendo a tu casa, se donde vive cada uno de tus mugrosos padres, se todo de vos
Partner: Ahora te voy a hacer un par de preguntas y me vas a responder con la verdad, si no entro a tu casa y te abro la panza
Ya no sabia sobre que mas llorar, ya hasta me dolia la cabeza de pensar en todo este asunto. No podia llamar a nadie, no tendria que haber llamado a Carlos para que viniera, no puedo ni siquiera en pensar algo que me pueda salvar.
Partner: Ya te la garchastes?
Yo: Que?
Partner: Dale no te hagas el boludo y decime, te garchaste a tu novia?
Yo: ¿Es una joda muy pesada esto?
Partner: Respondeme o la mato
Yo: Si…
Partner: Y esta embarazada?
Yo: Pero loco, porque justo tenes que joderme a mi? Yo no te hice nada malo
Partner: Vos me convocaste, ahora bancatela. Dale responde, esta embarazada tu novia?
Yo: Si
Partner: Y es tuyo el bebe?
Yo: LOCO PARAAAA!!!! DEJA DE JODERME LA VIDAAA!!!!! ¿¡¿¡PORQUE TENGO QUE BANCARME ESTAS JODAS?!?!
Partner: Asi que vos pensas todavia que esto es una joda
Partner: Queres que te mande una foto de tu novia? La acabo de sacar recien. La queres ver?
Yo: Voy a llamar a la policia
Partner: Llama a la policia y yo mato a Carlos, elegi
Yo: Esta bien
Me estaba volviendo loco, no sabia de que forma librarme de esta “persona”, era un infierno. Justo en un momento, llega Carlos sano y salvo, y yo llorando le conte todo esto. El me pregunto si es verdad, y le dije que lo vea por si mismo. Quedo callado. Estaba a punto de decirle que llame a la policia, hasta que de la webcam se escucho:
- Che pendejos de mierda, ni se les ocurra llamar a nadie porque los mato, me escucharon?
El asesino estaba ahi, con una mascara de Anonymous, toda ensangrentada. Yo, fui y por microfono le pregunte:
- Mostranos tu cara
- Ni en pedo se las muestro. Al final te muestro las fotos de tu novia? Esta aca conmigo.
En ese momento se me vino a la cabeza la idea que el o ella mato a mi novia:
- HIJO DE LA GRAN PUTA!!!! DEJA A MI NOVIA EN PAZ LA PUTA MADREEEEEE!!!!!
- ¿Entonces las fotos no te las muestro? Esta bien, mejor te la muestro aca por webcam.
Cuando dijo eso, vi que fue a agarrar algo que estaba en el piso. Cuando volvio a la webcam, me dijo “Mira esto” y ahi mostro una cabeza. Una cabeza decapitada. Pero no cualquier cabeza, era de una persona que yo conozco. De una chica que yo conozco. De una chica con la cual pase 2 años feliz. Era… la cabeza de mi novia. Carlos y yo estabamos viendo la pantalla de la webcam y a mi se me estaban cayendo las lagrimas. En ese momento, el asesino me dice:
- Che, ahora que te mostre a tu novia, volvamos a las preguntas.
Partner: ¿Tus papas viven separados?
Yo todavia estaba callado, inmovil, con lagrimas cayendome, y Carlos intentando que reaccione. Cuando reaccione, vi el mensaje que me habia dejado y le respondi:
Yo: Esuchame una cosa hijo de la gran puta, no se quien sos, no se como es que sabes tanto de mi, pero te juro que si llego a averiguar quien sos, te voy a matar.
Partner: Y mas vale que me escuches lo que te voy a decir, yo naci el 2 de noviembre de 1844, y me mato una persona que sabia datos sobre mi y decidio ponerlos en mi contra, matando a casi todos mis familiares y proximamente a mi. Yo descanzaba en paz hasta que alguien me contacto desde el juego de la copa y me dijo si queria vengarme, y yo accedi. Desde ese dia, yo soy el que maneja la cuenta “born021044″ de Chatroulette, y para mantener contacto conmigo, deben hacer lo que vos hicistes. Ahora, te vuelvo a preguntar, tus papas viven separados? Y mas vale que me respondas o mato a Carlos
Yo: Si, estan separados y mi mama esta con otro hombre.
Partner: ¿Y porque se separaron?
No habia escapatoria, era luchar contra un demonio, no sabia que hacer. Recordando todo lo que Carlos me dijo, le respondi:
Yo: Hay alguien mas que mantuvo contacto con vos, me lo dijo Carlos
Partner: ¿Quien?
Yo: Una chica
Cuando le dije eso, se saco la mascara. Carlos se quedo mirando, y me dijo “Es ella… Ella me conto lo del asesino de Chatroulette”
Partner: Ambos hablaron conmigo antes que me convocaran. Carlos hablo conmigo cara a cara, y yo hable con vos tambien. Recuerdas esa persona de Arabia con la cual hablastes?
Partner: De vuelta, porque se separaron tus padres?
Yo: No te voy a decir una mierda
Partner: Esta bien, igual quiero que los saludes
Esas palabras fueron suficientes para que enloqueciera por completo. La chica mostro a la camara la cabeza de mi madre y proximamente la de mi padre, y empezo a reirse de una manera diabolica.
Partner: Ahora si no me respondes esta pregunta, muere tu amigo.
Carlos estaba tan asustado que llego a la locura y me amenazo con matarme si no respondia lo que la asesina me pedia. Yo ya estaba al borde de la locura e indefenso, tuve que responderle todo lo que me pregunto:
Partner: ¿Tuviste una hermanita?
Yo tenia una hermana 5 años menos que yo, llamada Sasha, y eramos los mas unidos.
Yo: Si
Partner: ¿Donde esta?
Hace 2 años, ella fue con mi padre al parque. Mi padre la dejo sola un momento porque tenia que retirar plata del banco, y le dijo que no se moviera de donde estaba. Cuando mi padre volvio, ella habia desaparecido. Nos pusimos a buscarla todo el tiempo, hasta que la encontramos… muerta.
Yo: Enterrada
Partner: ¿La extrañas?
Ese mismo dia, mi madre termino con mi padre por no ser lo suficientemente responsable para cuidar a mi hermana, y desde ese dia no lo vi. Yo me quede solo con mi mama, y cada vez que alguien nombra “La concha de tu hermana”, “Tu hermana esta re buena” me largo a llorar. Nunca habia extrañado tanto a alguien.
Yo: Muchisimo, pero por lo que mas te pido, no te metas con ella.
Partner: Jajajajaja tranquilo, esa fue la ultima pregunta. Pero igual, hay alguien que no viste aun.
Cuando termino de escribir eso, me mostro por webcam otra cabeza mas. La cabeza de mi hermana Sasha… Eso fue mas que suficiente para llegar a la locura extrema, para pasarse de la raya, para querer mandar a todos a la mierda. Termino de mostrarme, y tire el monitor contra la pared. Carlos reacciono e intento calmarme, pero no lo logro. Entre tantos esfuerzos por intentar calmarme, lo tire contra el piso y lo ahorque con todas mis fuerzas. Despues, empece a romper todo y a tirar todo. Estaba por ir a la cocina cuando me encuentro a ella, a la chica, a la asesina del Chatroulette, riendose macabramente. Yo me abalance contra ella y empece a golpearla fuertemente. Ella seguia riendose, y agarre un cuchillo y se lo clave. Ella seguia riendose todavia, y me agarro del cuello, me levanto y me dijo:
- El dolor y la locura te hacen un asesino…
Hoy, en este momento, estoy en Chatroulette, bajo el seudonimo “born050799″…
Ya que el asesino de Chatroulette ahora soy yo…
- SI RECIBEN “born050799**chat-started” EN CHATROULETTE, NO CONTESTEN…
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