domingo, 12 de mayo de 2013

El niño que adoraba lamer


Una joven se queda sola en casa acompañada de su perro. Estuvo mirando una película de terror antes de irse a la cama, así que decide traer a su perro para que duerma con ella en su habitación. Se acuesta en la cama y el perro se enrosca al pie de ésta. La joven lo acaricia desde arriba y su perro le da una lamida amistosa; ella ríe y eventualmente se queda dormida.

Por la madrugada, despierta al oír el sonido de algo goteando en su baño. Medio dormida, busca con una mano fuera de la cama a su perro y siente su lamida confortante, y regresa a dormir. Es despertada de nuevo por el sonido de goteo, saca una mano de la cama y siente la lamida reconfortante de su perro, y regresa a dormir. Una vez más, es despertada por el sonido de goteo.

Dispuesta a buscar la fuente del problema, se levanta de la cama somnolienta y camina hacia el baño; el sonido de goteo se hace más fuerte conforme se acerca. Llega al baño y enciende el interruptor de la luz, y es recibida por una vista estremecedora: colgando de la cabeza de la ducha está su perro, con su garganta abierta por la mitad y su sangre derramándose sobre la bañera.

Algo en el espejo del baño llama su atención, y ella se gira. Escritas con la sangre de su perro, están las palabras: «No sólo los perros lamen».



El médico

En el invierno de 1944, en Ardennes, a causa de líneas de suministro gravadas en exceso, un médico del ejército alemán se había quedado sin plasma, vendajes y antiséptico. Durante una ronda particularmente mala de fuego de mortero, su campamento fue un baño de sangre. Aquellos que sobrevivieron aseguraron haber oído, entre los gritos y órdenes vociferadas por su teniente, a alguien riéndose a carcajadas en un tono casi afeminado. El médico había completado su labor en una oscuridad opresiva, como tantas veces lo había hecho, pero nunca había tenido a su disposición esa limitada cantidad de reservas. No importaba. Él cumpliría con su deber. Siempre había estado orgulloso de su eficiencia. El bombardero redirigió su blanco a otras líneas de la tropa, y la mayoría de los hombres se echaron a descansar en la oscuridad, faltando algunas horas para el amanecer del día de Año Nuevo. Los hombres despertaron con los primeros rayos de sol, horrorizados. Descubrieron que sus vendajes no eran vendajes ordinarios, sino tiras de carne humana. Una buena parte de los hombres habían recibido transfusiones de sangre, aun cuando no había reservas de sangre disponibles; cada hombre atendido estaba cubierto completamente, de pies a cabeza, con el color rojo oscuro de la sangre.

El médico fue encontrado sentado en una caja de municiones, viendo a la nada. Cuando un hombre se le acercó y le dio una palmada en el hombro, su guerrera cayó revelando que grandes trozos de piel, músculo y nervio habían sido removidos de su torso, y su cuerpo había sido limpiado de sangre. En una mano sostenía un escalpelo, y en la otra, un catéter. Ninguno de los hombres tratados por heridas esa noche, en ese campamento, vio el final de enero de 1945.



El tercer deseo

Un hombre de edad estaba sentado a solas en un parque. No sabía qué dirección tomar, y había olvidado tanto hacia dónde se dirigía… como quién era.

Se había sentado por un momento para descansar sus adoloridas piernas, y de pronto alzó su mirada para ver a una mujer anciana enfrente de él.

Ella esbozó una sonrisa con su boca sin dientes y entre carcajadas, habló:

—Ahora tu tercer deseo. ¿Cuál será?

—¿Tercer deseo? —balbuceó el hombre—. ¿Cómo puede ser el tercer deseo si no he tenido un primer y un segundo deseo?

—Ya has tenido dos deseos —explicó la vieja bruja—, pero tu segundo deseo fue que regresase todo a como era antes de que hicieras tu primer deseo. Por eso no recuerdas nada; porque todo es como era antes de que hicieses algún deseo —se burló del pobre hombre—. Así que tienes un último deseo.

—Bien —dijo él, inseguro—. No creo lo que dices, pero no pierdo nada con intentar. Deseo saber quién soy.

—Gracioso —dijo la anciana mientras cumplía su deseo y desaparecía por siempre—. Ése fue tu primer deseo…



Memoria genética

Muchos íconos clásicos del terror, como los Xenomorfos de Giger y Cabeza de Pirámide de Silent Hill, entre otras criaturas inquietantes, comparten rasgos comunes. Piel pálida, ojos oscuros y hundidos, rostros alargados, dientes afilados, y semejantes. Estas imágenes inspiran horror y repugnancia en la mayoría, y lo hacen por una buena razón. Los rasgos que comparten estas imágenes están impresos en la mente humana.

Muchas cosas nos causan pavor por instinto. El miedo es natural, y no necesita ser reforzado para que pueda aterrorizar. Los miedos varían según las especies, y proceden de eras más oscuras en el pasado, cuando un relámpago podría significar la quema de tu casa, un estruendo podría ser el galope de una estampida que se acerca, los depredadores podían esconderse en la oscuridad y las alturas podían hacer de un paso en falso algo letal.

La pregunta que tienes que hacerte es la siguiente:

¿Qué sucedió durante las épocas ocultas antes de que la historia comenzase que podría afectar a la raza humana tan uniformemente como para dar a toda la especie un miedo profundo, instintivo y duradero hacia los seres pálidos de ojos oscuros y hundidos, dientes afilados y rostros alargados?

…Sólo ten cuidado ahí fuera.



El niño que adoraba leer

Una vez, había un niño que adoraba leer. Leía todo lo que llegase a sus manos, y le encantaba ir a su librería favorita. Un día, el niño se dio cuenta de que había leído todo lo que la tienda tenía para ofrecer. Se encontró con el propietario, y le preguntó si tenía algo que aún no hubiera revisado. El propietario le contestó que sí, lo tenía, y le presentó un libro titulado «Muerte». Se lo vendió con gusto al precio rebajado de cincuenta dólares. Sin embargo, le advirtió que nunca leyera la primera página. El niño regresó a su casa y leyó el libro, y estaba satisfecho. Pero siempre se preguntó qué podría haber en la primera página; era algo que siempre estaba en su mente. Un día, la tentación fue demasiada para él, y se colocó en la primera página, y dejó caer el libro HORRORIZADO.

Ahí, en negrita, decía PVSF 7.99$

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