domingo, 12 de mayo de 2013

Estigma


Imagina a seis estigmatizados, cinco hombres y una mujer, sentados cada uno en una esquina de una estrella que dibujaron en el piso, con una caja negra en el centro. Ni siquiera se conocen unos a otros. No saben cómo llegaron ahí, y mucho menos saben cómo salir. Todos llevan una etiqueta con un nombre en el pecho. Está Cook, con una oscura cicatriz en el dorso de la mano izquierda; está Farris, que aunque los demás no puedan verla, tiene una gran cruz en la espalda; también está Kuttner, con varias cicatrices por todo el cuerpo; Barker, que además de la cicatriz en la frente también le falta la lengua, se la habrán cortado con un cuchillo o algo por el estilo… Le resbala un hilo de sangre desde su boca hasta el suelo y apenas está consciente, y se tambalea. La etiqueta de la mujer dice Hurley, y ella tiene en la frente y en más partes de la cabeza cicatrices hechas aparentemente con espinas, como si hubiese llevado una corona de espinas. Pero el más interesante es el que lleva la etiqueta que dice H.P., no sólo porque las letras son de un rojo oscuro, sino por su estigma en el pecho: la misma estrella que está dibujada en el suelo.

Más que ser una reunión de estigmatizados con seudónimos en el pecho, es algo así como una ruleta rusa, algo como un juego. Y promete ser el más emocionante de sus vidas.

La caja del centro se abre, lo cual perturba a todos los de la sala, a excepción de Barker, quien apenas puede abrir sus ojos. Dentro hay un calibre 38, una reglamentaria. También hay otra etiqueta: Farris. Por un largo momento nadie dijo nada, ni una palabra, sólo se escuchaba el segundero del reloj de la pared. Farris estaba blanco como una hoja de papel, estaba en shock.

—¡¿Qué, de qué se trata esto, quiénes son ustedes?!

No hubo respuesta. Nadie lo conocía.

—¡Carajo! ¿Y qué se supone que haré con esto? —preguntó Farris mientras tomaba el arma—. ¡Podría matarlos a todos!

De nuevo no hubo respuesta.

—¿Nadie piensa decir nada, cabrones? Pues tendré que obligarlos.

Le apuntó a Cook que estaba sentado enfrente de él. Tardó unos segundos en reaccionar, pero al final logró decir:

—Esa mierda tiene tu nombre, creo que la decisión debe ser tuya.

Farris no bajó el arma, en vez de ello tiró del gatillo. CLIC. Nada.

CLIC.

CLIC.

CLIC.

Farris soltó una carcajada.

—¿Tú lo sabías no, sabías que estaba vacía?

Cook no contestó. No pudo, estaba totalmente en shock.

Farris seguía riéndose y le apuntó a Hurley y volvió a tirar del gatillo.

—Tranquila nena, no te haré daño, esto es inofensivo —se llevó el cañón a la cien y disparó de nuevo.

Hurley soltó un grito desgarrador y el traje de Kuttner se llenó de sangre, y sesos.

De los seis que estaban dentro de la habitación sólo quedaban cinco, por ahora.

La cabeza de Farris se giró mirando al techo; tenía los ojos como platos. Todos ahogaron un grito. No podía seguir vivo, no estaba vivo. De su boca salió un gas, rojo, denso, que se elevó hacia arriba formando una ligera neblina en el techo.

La caja se abrió de nuevo. Esta vez había una lengua cortada; no hace falta decir que la etiqueta decía Barker. Nadie dijo nada, Barker estaba casi inconsciente y ni siquiera se daba cuenta de que era su turno. Fue H.P. quien rompió el silencio en la sala.

—¿Qué piensan ustedes que significa esto?

—¿No les parece raro que la pistola sólo disparó a “Farris” y no a mí? —dijo Cook—. Quiero decir que… ¡Mierda!, no tengo idea…

—Deberíamos intentar hablar con él —dijo Hurley—.

—¿Hablar con él? ¡Su lengua está en una caja, ¿qué carajos esperas hablar con él?!

—Su nombre también está dentro, él tiene que actuar ahora —se adelantó Kuttner.

De pronto, el segundero del reloj se detuvo, y un silencio se apoderó de la sala.

—¡Mierda! —dijo Cook.

—¿Qué pasa? —preguntó Kuttner.

—Mira esto —Y le enseñó el reloj digital que llevaba en la muñeca; éste también se detuvo. 00:47.

A Hurley le tembló todo el cuerpo.

Barker soltó algo como un grito, lo más parecido a un grito que alguien sin lengua puede hacer. De nuevo, el gas rojo apareció, esta vez de la lengua de Barker. Se elevó agrandando la niebla que ya estaba flotando en el techo.

00:48. Los relojes volvieron a funcionar.

La caja se abrió de nuevo, con un cuchillo, pero con dos nombres. Hurley y Kuttner.

Un cuchillo de casa, con sierra.

Cuando Kuttner vio ambos nombres no perdió el tiempo y tomó el cuchillo tan rápido como pudo.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Hurley.

—Debo hacerlo nena, lo siento.

—Tranquilo, vamos a pensarlo… —dijo H.P., pero lo interrumpió Cook.

—No hay nada que pensar, no cabe duda, el cabrón que está detrás de todo esto, que yo pienso que debe de ser Tarantino, quiere que estos dos se maten.

—Tal vez soy yo quien deba matarte a ti —dijo Hurley a Kuttner.

—Mala suerte nena, yo tengo el cuchillo y no lo voy a soltar.

H.P. sentía en la boca un sabor a sangre. No lo mencionó, tenía miedo de que de su boca saliese ese gas rojo.

El segundero al igual que el digital de Cook se detuvieron. 00:50.

Del techo, algo que parecía ser la pata de una araña gigante salió de la niebla roja.

—¡Mierda! ¡¿Qué carajos es eso?! —Mientras Cook decía esto, una segunda pata apareció.

—Nena, no perdamos más tiempo —Kuttner intentó saltar sobre Hurley, pero una cadena que tenía en el tobillo, la cual nadie había notado, se lo impidió.

—¡Idiota! ¡¿En serio ibas a hacerlo?! —le gritó Hurley.

—¡Mierda, mierda, mierda!

Una tercera pata estaba saliendo.

Cook tomó a Hurley y la acercó con violencia a Kuttner.

—Ya te tengo puta —Kuttner abalanzó el cuchillo contra las costillas de Hurley.

La punta del cuchillo desapareció entre la piel de Hurley; pero comenzó a salir del interior de Kuttner, junto con su sangre. De la boca de Kuttner salió un grito estruendoso, y también el gas rojo. 00:51.

Hurley se soltó de Cook y le atisbó una patada en la cara incrustándole el tacón en el ojo. La cara de Hurley además de sorpresa, de terror, también reflejaba arrepentimiento. No quería hacerlo. Cook se llevó ambas manos a la cara.

—¡Puta loca! ¡MIERDA! ¡Puta loca te mataré!

Hurley no dijo nada, está muy asustada.

H.P. miró a Hurley y le señaló con la mano la caja. Era otro cuchillo, mucho más largo. La etiqueta decía Cook. Hurley lo tomó y lo abalanzó al cuello de Cook. Su cabeza cayó al suelo y de su boca salió el mismo gas rojo, y del techo salieron dos patas más.

01:04. El reloj se detuvo.

La caja estaba cerrada.

Hurley tenía el cuchillo, y mientras no lo usara contra H.P. la cosa que estaba atrapada en el techo, luchando por salir, se acercaría más.

—Hazlo de una vez —dijo H.P. y agachó su cabeza, ofreciendo su cuello al cuchillo.

H.P. esperó unos segundos, estaba listo para morir. En lugar de eso, el cuchillo cayó a su izquierda.

H.P. levantó la cabeza. Hurley tenía una enorme cortada en el cuello. Estaba muerta, pero ningún gas salió de su boca. En cambio, salió otra pata del techo. El reloj no avanzó más, y la bestia aterrizó en el suelo.

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