viernes, 5 de julio de 2013

EL POZO

Escribo desde un profundo estado de locura del que ya no me puedo zafar. Estoy encerrado en mi habitación, ubicada en el segundo piso de lo que fue alguna ves mi hogar. Ahora no es más que una prisión para mí. Escribo porque sé que no podré más. Ya está todo listo. No veré un amanecer más. No le daré el honor de atraparme con vida.

Era un domingo cualquiera en la tarde. Yo y mi esposa nos encontrábamos observando el amanecer, cuando mi hijo de tan solo 6 años nos llamó. Había escuchado un ruido salir del pozo frente a mi casa. Como era de esperarse, nuestra soberanía como padres nos nubló el razonamiento, haciéndonos pensar que, aparentemente, mi hijo habría escuchado un animal o algo así. Pero, durante la noche, un aullido inhumano, una especie de quejido, nos impidió el sueño a mi y a mi conyugue.

Mi hogar está construido sobre el terreno donde se levantó, alguna vez fue, un laboratorio nazi. El pozo debía de tener unos veintitantos metros de profundidad. Nunca lo habíamos usado. Era más bien un adorno del jardín de atrás.

Dos días después de que empezaran los quejidos, mi hijo no despertó en su cama. Encontramos en su alcoba un rastro de agua que llevaba al pozo. Pero aún así, en ningún momento descarté la posibilidad de que esto fuera obra de alguno de mis enemigos de antaño en busca de venganza. Todos los días después de la desaparición de mi hijo mi esposa se pasó días enteros frente al pozo, mirando hacía abajo, escuchando, esperando, hasta que yo la llevaba a mi habitación.

Un día desperté y mi mujer no estaba a mi lado. La busqué en todos lados y no estaba. Me asome por la ventana de la cocina hacía el jardín de atrás y allí la encontré. Mirando hacía el pozo. Salí y me dirigí hacía ella. Tenía la mirada perdida en el agujero negro que tenía en frente. “Estefanía” la llamé, pero no respondió. Solo cuando me estuve a escasos metros de ella se percató de mi presencia. “Lo siento mucho” dijo “, pero esto es más grande que yo”. Y cayó al pozo. “No” grité y salté hacía el pozo, dejando la mitad del cuerpo colgando del pozo. Lloré a mi mujer por tres días y dos noches, durante las cuáles no dormí. Hasta que la tercera noche, los aullidos inhumanos comenzaron de nuevo. Y no aguanté más. Salí con la lámpara en mano hacia el pozo e iluminé el hoyo, a ver si veía algo. Nada. Una oscuridad sin fin se extendía bajo mis ojos. Y lo escuché por detrás de mi espalda. Volteé para ver que era y me encontré cara a cara con un enorme ser, al menos un metro más grande que yo. Lanzó un gruñido y solté la lámpara y me eché a correr. Le escuchaba detrás de mí. Lo sentía detrás de mí. Quería voltear y destruirlo, fuese lo que fuese. Se me nubla la mente cada ves que trato de recordarlo con detalles. Solo sé que no es humano. Ni animal, como llegué a pensar en algún momento. Corrí bajo la lluvia y los truenos hasta la puerta trasera de mi casa y me encerré en la cocina. Tomé la escopeta de detrás de la puerta, dispuesto a enfrentarme a la cosa, pero cuando vi su silueta fuera de la casa y el temor y el horror se apoderaron de mi y me quedé tieso, ahí frente a la puerta trasera de mi casa, aprisionado por un a criatura.

Cuando volví en mi, corrí con el arma hacia mi habitación. Dos días han pasado desde eso. Desde entonces, logró entrar a mi casa y destruirlo todo. Lo escucho. Lo escucho todo el tiempo. Sabe que estoy aquí adentro. Me escucha. Me huele. Trató de entrar una vez, pero le disparé. Creo que esta herido. Tal vez, solo tal vez, si me enfrento a el podré vencerlo. O podría morir. Pero nada puede ser peor que esta soledad. Esta impotencia. He perdido a mi familia. Y ni siquiera sé si es eso lo que los mató. Pero si sé que no descansara hasta tenerme. Y no sé que es.

Sigue ahí. He gastado todas las municiones de la escopeta disparando a la pared y a la puerta. Prácticamente puedo ver su enorme presencia moverse de un lado hacia otro, destruyendo todo a su paso. Ni siquisiera, podría entrar al cuarto. Pero no. Se queda ahí. Me esta esperando. Quiere que salga y lo enfrente. No. No le voy a dar el gusto. No le daré la gracia. Ya es hora. Es el fin.

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