sábado, 20 de julio de 2013

Sobre el puente

Regresábamos de acampar, y caminando por la vía del tren llegamos al puente cuando ya era noche.
Éramos cuatro amigos, y esa era una de las tantas salidas que habíamos hecho juntos.
Una luna redonda alumbraba los durmientes y las piedras. A unos cuantos metros del puente ya se escuchaba el rumor del agua que corría allá abajo. Aquel puente está construido sólo para que pase el tren. No tiene barandas donde agarrarse, y entre los durmientes está el vacío; una caía de al menos treinta metros. Allá abajo el agua corre veloz entre enmarañados sarandíes y sauces que se inclinan hacia el arroyo. En los costados, como a dos metros de los rieles, hay dos gruesas vigas que son parte de la estructura que sostiene al puente.

Mis amigos comenzaron a cruzarlo, yo quedé atrás, atándome los cordones. Los durmientes se veían perfectamente, y la oscuridad que había abajo ayudaba a no marearse; peor era cruzar durante el día, pues es inevitable mirar hacia abajo porque hay que caminar por los durmientes, y como ya dije, entre ellos no hay nada.
Comencé el peligroso cruce bastante confiado, mis amigos iban adelante, en silencio, concentrados en cada paso. Había avanzado un buen trecho cuando me di cuenta que los durmientes estaban mojados por el rocío de la noche, lo que los hacía algo resbalosos. No sé cuantos años tienen aquellas maderas;
algunas crujían al pisarlas, tal vez sólo era una impresión falsa, pero me parecía que se cedían, que se hundían algo bajo mi peso, como si fueran a colapsar en cualquier momento.

Por la mitad del puente, el pie que tenía apoyado resbaló, cuando el otro aún no había alcanzado el durmiente. Caí pero tuve la suerte de hacerlo hacia adelante, por lo que pude aferrarme a un durmiente, mis piernas quedaron colgando en el vacío. Grité, mis amigos se volvieron y enseguida fueron a rescatarme. En ese momento fue cuando experimenté el verdadero terror, no por estar cerca de la muerte, sino porque algo me agarró de los tobillos.
Usaba medias cortas y además debían estar bajas, porque sentí el contacto de dos manos sobre mi piel.
Eran manos frías y grandes, pues me rodeaban todo el tobillo.
Arriesgando su vida mis amigos consiguieron subirme. Sentí el agarre de aquellas manos hasta que me subieron. El resto del puente lo cruzamos juntos.

Aquellos segundos, aquellos instantes que se hicieron largos para mí, fueron lo más aterrador que he vivido. De lo que no estoy seguro, es de que si lo que me agarró los tobillos era algo maligno, porque en ningún momento me jaló hacia abajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario