sábado, 20 de julio de 2013

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Era un chico con mucha suerte, eso pensé siempre. Y mírame ahora… no creo que sea capaz de aguantar mucho más aquí. Espero que esto funcione.

Yo era un muchacho de familia rica. No tenía hermanos, pero nunca me apenó ser hijo único. Nací a mediados de los ochenta y me crié en una gran casa ubicada en las afueras de la capital. Aunque no tengo muchos recuerdos sobre aquel lugar, puedo decir que era una inmensa casa amarilla, muy llamativa y con unos detalles más que cuidados. Mi padre era director general de una empresa arquitectónica (cosa que explica el porqué de aquella gran casa). Siempre estaba de viaje. Pero esta no era la típica historia del padre rico que no quiere a su hijo. Él me tenía mucho aprecio, siempre hablábamos por teléfono, además de que todos mis recuerdos sobre sus visitas a casa son grandes momentos de mi infancia. Nunca estuvimos muy unidos, pero éramos almas gemelas, sin duda. Con mi madre tampoco pasé demasiado tiempo, y la recuerdo como una persona más fría, aunque claro, fui su hijo y su relación conmigo estaba a un nivel distinto que al de cualquier relación que pudiese tener con otra persona.

Pronto acabé mis estudios básicos y llegó el momento de elegir qué hacer con mi vida. Realmente nunca me había planteado a qué me quería dedicar, ni qué haría al acabar mis estudios. El plan por defecto siempre había sido seguir los pasos de mi padre y elegir hacer una carrera de arquitectura o ingeniería. Me gustaba la idea, pero en el fondo sabía que no quería ser como mi padre, y probablemente eso fue lo que me detenía.

Fue en verano cuando pasó todo. Por aquel entonces pasaba mucho tiempo en mi ordenador, sobre todo durante las aburridas noches en las que no sabía qué hacer. Internet aún era algo muy nuevo y desconocido para la mayoría, cosa que ayudó a que explorar y participar en blogs y foros se convirtiese en mi nuevo y nocturno pasatiempo secreto.

Todas las noches navegaba sin rumbo fijo por la red, descubriendo e interesándome por todas las cosas interesantes que encontraba. Una de las noches me llamó mucho la atención una página. Era un fondo negro, con una historia escrita en blanco encima. Los tamaños de la letra variaban y la letra estaba hecha a ordenador, pero no parecía un formato normal. La barra de direcciones había desaparecido, aunque no le hice caso, puesto que no sabía nada de informática y no le di importancia al suceso.

Era tarde y no me quedaban demasiadas ganas de seguir explorando por la red, pero aquello parecía interesante, así que me autoconvencí a leer la historia. La historia estaba titulada “Siguiente”. El principio no tenía sentido y me dio muy malas vibraciones, pero seguí leyendo. Contaba la historia de una persona, parecía una biografía ultra resumida. Llegó una parte en la que la historia perdió el sentido totalmente. En esa parte contaba que leyó una entrada titulada igual que la que yo leía. Luego, para colmar el sin sentido de aquel texto, al final de la historia sólo ponía “Ahora, yo volveré a mi vida. Y tú, dejarás la tuya…”. Tras leer aquello apagué el ordenador y me fui a dormir enfadado, por la pérdida de tiempo que había sido aquella historia. La verdad es que estaba muerto de sueño, pero me costó dormirme.

A la mañana siguiente me desperté en una sala blanca. Sobresaltado, intenté levantarme y ver qué pasaba, qué era aquello, pero no tuve fuerzas para hacerlo. Examiné rápido mi alrededor y, con incredulidad y miedo, me di cuenta de que era una habitación de hospital. Unos segundos después una enfermera apareció para ver qué pasaba. Atónita de verme despierto, me dijo que esperase y fue a llamar lo más rápido que pudo a un médico. Al llegar el médico, intenté preguntar qué me había pasado, y explicarle que lo último que recordaba era que pasé la noche en mi ordenador. El médico, casi más sorprendido que yo y con la cara sumamente pálida, me explicó que había despertado de un coma. Que llevaba alrededor de diez años allí. Me desmayé.

Volví a despertar, ahora en una sala distinta, con una mujer sentada a mi lado. Era mi tía. Me contó que mis padres habían muerto, y que nadie aún se creía que hubiese despertado. También me ofreció quedarme con ella hasta que supiese qué hacer.

No me creía nada de lo que estaba pasando. Tardé varios días en asimilar la situación y en empezar a creérmela. Estaba solo en el mundo, todo era nuevo y desconocido para mí. No sabía qué hacer. Entonces, recordé algo. Recordé aquella historia que había leído el último día de mi “sueño”. Recordé la última parte. Lo entendí todo…

Perdido y asustado, utilicé el ordenador que había en casa de mi tía para relatar una historia lo más fiel y parecida a la que recordaba, para así, condenar al siguiente… Y acabar con esto.

Ahora, yo volveré a mi vida. Y tú, dejarás la tuya.

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