David y Romina daban un paseo nocturno por una avenida bordeada de árboles.
Caminaban juntos, cruzándose miradas tiernas y riendo con cada ocurrencia. La avenida por donde iban es atravesada por un puente, y al estar cerca vieron que las últimas luces estaban apagadas, y bajo el puente estaba completamente oscuro.
- Que oscuridad – comentó Romina. – Sí, pero el tramo es corto, y en esta zona no hay nada que temer – dijo David.
Se fueron adentrando en las tinieblas, a cada paso veían menos. Bajo el puente sólo divisaban las luces de la avenida que estaba más adelante; de su entorno próximo no veían nada. Sabían de la proximidad del otro al escuchar sus pasos, pero de repente comenzaron a sonar otros pasos junto a los de ellos, como si alguien más avanzara a su lado. Corrieron hasta salir de la sombra del puente y voltearon al alcanzar la luz. Romina respiraba agitada por la carrera y el susto, y David dijo:
- ¡Diablos! Que susto. Cuando escuché que caminaban a tu lado tuve miedo, por suerte encontraste mi mano; no pensaba soltarte la mano hasta llegar a la luz, pero se me resbaló. – David – dijo Romina con su cara evidenciando el terror que sentía -. Quien anduviera ahí
estaba en medio de los dos, los pasos que sonaban a tu lado no eran los míos, y yo no te di la mano.
Un auto que avanzaba por la avenida iluminó bajo el puente, y los dos vieron que no había nadie.
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