jueves, 31 de enero de 2013

Bajo Un Cielo Rojo – Parte 2

…y corrieron.

Enjambres de Iracundos arrasaban con todo a su paso, aun más furiosos, aun más sedientos de sangre. La gente, débil, algunos enfermos de consumir alimentos rancios, eran incapaces de defenderse de alguna manera. Cid se escabullía entre la multitud, sin soltar a su mujer embarazada ni tampoco sacarle un ojo de encima a Michelle, quien venia apenas con su hombro. Tampoco se animaba a disparar; no sabia si mataría a un Iracundo o a alguna persona normal. Aunque en ese momento, todos eran bestias salvajes tratando de sobrevivir.

La Iglesia ya empezaba a derrumbarse, los escombros caían como copos de nieve, aplastando a los desprevenidos, provocando fracturas y dejando a merced de los Iracundos a aquellos desafortunados. Cid no sabía si tenia suerte o su habilidad era innata. Aunque no le duró mucho, cuando vio que una Bestia tomaba a Susana y la jalaba hacia un grupo de demonios hambrientos.

- ¡¡Susana, Carajo!!

Cid apuntaba sin éxito, entre que corría para no perder a Susana de vista y todo el ajetreo. Guardó el arma y se lanzo hacia el iracundo, golpeándolo severamente en plena sien. La bestia aturdida soltó a Susana y gruñó mirando hacia el muchacho que lo acababa de golpear.

- ¡Ven acá maldito! ¡¡A ver que es lo que tienes!!

El alardeo le duró poco, cuando se vio abalanzado por el Humanoide demoniaco, aturdiéndolo a él ahora. Dio un cabezazo, luchando hasta las últimas, y un puñetazo que le arrancó la mitad de la nariz. Noqueó a uno, pero se le lanzo otro. Luchaba desesperado, escuchando los gritos de Susana, pero ya era demasiado para el, agotado y aturdido.

Pensó que era el fin, vislumbrando el Cielo Rojísimo, aun más tenebroso y menos esperanzador que hace una hora atrás. Y Una explosión en la cabeza de la bestia lo ayudo a seguir.

- Gracias al cielo dejaste esta preciosura en casa…

Michelle apuntó a dos más y disparo, eliminándolos en el acto.

Cid se levanto con la ayuda de Susana y se reincorporo, mirando de reojo a Michelle y a la obra de arte que había provocado en la Broken Butterfly.

- Si salimos de esto, deberás dármela cargadita, ¿eh?

La Iglesia ardía y de caía a pedazos en un hermoso espectáculo sulfúrico, lleno de anaranjado mortal y Rojo de pasión podrida. El grupito sobreviviente lamentaba la perdida de algunos, pero debía seguir corriendo, la mitad había muerto o agonizaba, y eso que recién habían salido del lugar aquel. Cid tomó a Susana nuevamente y miro a Michelle, haciendo un gesto de seguir adelante.

El Cielo se quejaba y dejaba caer algunas plumas. Mientras corrían, podían ver cuerpos caer del cielo, algunos llorando y lamentándose, culpando al señor de la desgracia de la tierra.

- No… Dios no nos ha abandonado… – Se quejaba Susana.

- No es momento para hablar de estas cosas, chica embarazada – Respondió Michelle.

- ¡Pero como no lo ven! Mi bebe aun esta aquí, vivo… lo siento moverse, y lo cuido, gracias a Dios y a lo que Cid hace por mi.

Cid solo miraba a su esposa acariciar su panza como una madre lo haría.

Pero la escena tierna se vio interrumpida por un grito de Michelle. Cid volteo rápido como un rayo, sacando su arpa y apuntando firme.

- ¡Viejo imbécil, que me asustas!

Era el Viejo que los había llevado a la iglesia. Aun seguía vivo.

- Así que la carrera no te mato, ¿eh?

No hablaba, agitado, cansadísimo. Apunto rápidamente a un callejón limpio y se dirigieron al lugar aquel.

Llegando y sentándose, con armas en mano, el viejo abrió un libro de entre sus manos y comenzó a leer.

“De la decepción del señor hacia sus Ciervos, encontraran Los Caídos la Oportunidad perfecta. Lo Ultimo que quedaba en la Caja ya no servirá contra el dolor y la tiranía que se viene en contra de la humanidad y su infinita estupidez. Que pidan perdón, que corran, su sangre limpiara la tierra y purificará los cielos…”

El Viejo tomó aire, cambió la página y prosiguió.

“Recuerden bien estas palabras, estos nombres y este aire de profecía: El Hermoso Lucifer y el despiadado Hazazel tendrán el permiso del Omnipotente para revitalizar y limpiar la tierra a gusto. Comerán y teñirán, desgarraran y poseerán, destriparan y quemaran, todo para quedarse con lo que quede del Nuevo Infierno. Pero aquellos que se queden serán testigos: no lo olviden, aquellos que me leen, que donde hay Sombras, siempre hay un halo de Luz…”

Cid acariciaba a Susana mientras veía al Viejo cerrar el libro.

- Así que eso es. Estamos todos jodidos. Creo que hubiera sido buena idea rezar… no, esperen…. No era buena idea, si Dios nos abandonó, ¿no?

El Viejo miro atento a Cid, para mirar después a Michelle y por ultimo, a Susana. Se puso de pie y miró hacia el cielo.

- Hay que moverse.

Las calles se veían “limpias” aparte de las tripas y los caídos agonizantes. Tomando un halito de fuerza, avanzaron casi sin detenerse, hasta que vieron en el horizonte la santa estructura, que a pesar de la destrucción en el mundo, se mantenía firme y en pie.

Se pararon ante la catedral. En el aire se sentían voces, se sentía el soplar pesado del viento. Estaban cansados, y detrás de ellos, iban llegando los pocos supervivientes, algunos bien, otros heridos, algunos mutilados o amputados… pero llegaban. Se miraban los unos a los otros con gestos de esperanza y hasta se abrazaban para reconfortar el lúgubre momento.

Cid abrazó a Susana y le besó el vientre. Luego volteó y miró a Michelle, quien lloraba sentada en el suelo. Susana y Cid se miraron, y fue ella quien le dio un gesto de aprobación a su Marido. Tomó aire y se sentó al lado de su Exesposa.

Le puso la mano en la espalda y carraspeó un poco.

- …no dejaré que te pase nada, Michelle.

- Cid, recuerdas… ¿Recuerdas cuando me preguntaste de los niños?

Cid dejo caer una solitaria lágrima.

- No es necesario que me digas nada. No hubieras dejado que los mataran si hubieras actuado a tiempo.

- ¡¡No fue mi culpa, Cid!! ¡Maldita sea toda esta situación de mierda!

El llanto de Michelle se escuchaba fuerte e inquieto a los presentes. Cid la tomó en sus brazos y la apretó fuerte, transmitiéndole en ese acto de alguna u otra manera, su pesar. Susana miró su vientre y agradeció a quien sea el factor de que su criatura siguiera con vida.

Pero Cid abrió los Ojos, y de la pena pasó a la angustia total cuando se percató de que el Cielo ya no era Rojo, sino que tomaba un tono negro agresivo. No había estrellas, no había guerra en el cielo, los ángeles ya no volaban ni peleaban, y de las calles de alrededor salían Iracundos, por montón. La gente se agrupó y tomaron el arma que tenían a mano. Susana, quien se había pegado a Víctor, noto algo aun más extraño.

- El… ¡El Viejo!

Todos voltearon incrédulos, viendo como el Viejo caminaba tranquilo hacia las Puertas de la Catedral, abriéndolas y mirando disimuladamente hacia la pequeña multitud.

- ¡Eres un viejo de m…!

No alcanzo a responder. Los Iracundos atacaron en grupo, sin piedad, completamente cegados y con más fuerza que antes. Cid golpeaba y disparaba, tratando de proteger a Michelle y Susana, sin discriminación. Balazo tras balazo, la adrenalina fluía y la Estamina parecía no acabarse. Cid empujaba a ambas Mujeres hacia las puertas de la catedral mientras le reventaba los sesos a los Endemoniados Iracundos que se acercaran.

Al acabarse los cartuchos, Cid empuñó las manos y comenzó a repartir trancazos a todo lo que se moviera. Ya comenzaba a fatigarse, caminando hacia atrás, guiando a su esposa y a su Ex hacia la posible salvación que aguardaba en la catedral, sufriendo cada segundo, gastándose los nudillos, sangrando de sobremanera. Michelle no quiso ser menos y saco la Magnum, disparando por detrás de Cid, matando y reventando Iracundos de forma deliciosa. Pero al llegar a las puertas, que lamentablemente ya estaban cerradas, no quedaban Balas, energías ni lagrimas. Un rio de sangre había por delante de ellos, y los Iracundos los tomaban por donde sea, forcejeando hasta el ultimo aliento.

Ya nada era extraño a esas alturas, por eso Cid no se sorprendió cuando vio las Puertas abrirse nuevamente, con el Viejo en la entrada. Todo se hacia sordo, un pitido era lo único que Cid escuchaba. A lo lejos y aun luchando, veía como Susana y Michelle eran arrastradas hacia dentro de la catedral, junto a un grupo de personas, todas encapuchadas.

- Creo que no es coincidencia que tu Hija vaya a llamarse Lumine, ¿No, Cid?

Cid se quedó de piedra, y dejó de forcejear. Ya lo comprendía, nada más valía la pena.

Las puertas se cerraron, dejando atrás los gritos vacíos de la gente y de las dos chicas que protegía.

Pensó, mientras se iba a negro, que todo había acabado. Todo estaba oscuro, el cielo no estaba, la tierra era un montón de cenizas y no había gente. Cerró los ojos y se entregó a lo que sea.

Pero después empezó a toser y a quejarse. Que extraña mezcla de sensaciones, se decía.

Pero fue mejor cuando abrió los ojos y se encontró tirado, mal herido pero vivo, con la Pistola en su bolsillo y a unos cuantos metros de la Catedral.

En su miseria, Cid sonrió.

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