Diez años de prisión, esa fue su condena. Sí, tras el presunto homicidio de la señorita Katherine Díaz, su propia esposa.
Allí se encontraba Jason Donovan, al filo de la penumbrosa noche, merodeando con la mirada, el suelo tan distante, pero a la vez tan cercano de sus ojos, mientras que, al mismo tiempo, anhelaba una amargosa… y lejana libertad. Se hallaba sentado en su fría y descuidada cama de prisión, analizando, pensando, resolviendo… pero con ganas de llorar, ya que contenía el torrente casi apresurado, para mojar sus mejillas.
Su corazón latía sin permiso alguno, adentrándose lentamente al terrible dolor de una injusticia. Él lo sabía, pero nadie le creería. Y, mientras un escalofrío le recorría su piel, volvió a pensar en ella nuevamente.
Enfrente, los barrotes de hierro le impedían salir. Sintiéndose un verdadero cuerdo, dentro del traje de un loco que no era de su talla. Pues dentro de su pensamiento, repetía constantemente… “yo no la maté”.
De pronto, una mariposa carmesí revoloteó tranquilamente en aquel pasillo de los condenados, como sintiéndose la reina. Y segura de sí misma, se postró en uno de los barrotes mientras paraba su aleteo.
Donovan logró verla, pero al intentar levantarse, decidió no hacerlo. Aquella mariposa tendía a hablarle, sí, algo que él retomó como un don, empapado en el terrible legado de una maldición.
-Eres tú, dime, ¿cómo está ella?… ¿cómo está su lápida?… (Preguntó en forma de susurro, y la mariposa movió sus alas tres veces)
Entonces, él sonrió, como entendiendo el lenguaje mudo de su única acompañante. De pronto, se escucharon los pasos y los murmullos de dos personas diferentes. Como acercándose de una manera apresurada hacia la celda de aquel condenado. Enseguida, la mariposa lo supo, volando del barrote, pasó directo hacia el hombro de Donovan.
A escena apareció el guardia de la prisión, el rudo, el cruel, el mismo quien cargaba las llaves de cada puerta colgando en su pantalón. Y a su lado, otro hombre misterioso le acompañaba, mismo quien portaba un gran saco gris, un puro en las manos, y unos pantaloncillos muy bien planchados.
Ambos llegaron frente a los barrotes del acusado, y justo en ese momento, se llevó acabo una charla que parecía nunca terminar.
-Aquí está detective, el reo número 345 de la última celda. (Dijo el guardia fríamente, al mismo tiempo que jugueteaba con sus ruidosas llaves)
-Buenos días… ¿señor, Jason Donovan? (Cuestionó el sofisticado hombre, mientras que el culpable, volteó su mirada hacia él)
-Sí, ése soy yo… Jason Donovan. (Afirmó en voz baja, casi muerta)
La mariposa seguía postrada en su hombro, sin querer escapar. Y entre el jugueteo que hacía con sus antenas, una compañía extraña desterraba la soledad de aquel deprimido reo.
-Soy el detective de homicidios, Charles Dowener, y para serle sincero, vengo a escuchar la versión de tu historia, una narración del único testigo que tiene este caso… en pocas palabras, la de usted. (Comentó tranquilamente mientras encendía su puro con unos cerillos)
-¿Quiere escuchar mi versión?… ¿o la versión de las mariposas? (Cuestionó el prisionero mientras señalaba su hombro con la mirada, el mismo donde su acompañante abría y cerraba sus alas)
-Señor Jason, ¿está tomándome el pelo acaso?, dese cuenta de que trata con uno de los mejores detectives que tiene esta ciudad, y con esa actitud imaginaré que su esposa no cayó por accidente desde el segundo piso…
-¿Qué insinúa con eso?
-Que alguien pudo haberla empujado…
-¿Piensa que yo la tiré por la ventana?, ¡no puedo creerlo!, ¡¿por algún estúpido momento imaginó que yo pude haber hecho eso?!
-Su actitud inmadura lo delata.
-Yo no la maté.
-¿Ah no?, entonces cuénteme lo que pasó ese día.
-No.
-¿Por qué no?, ¿tiene miedo a confesarlo?
-Claro que tengo miedo, todos en mi lugar lo tendrían, pero dígame usted, ¿quién tendría la razón más cuerda como para creerme?, no he confesado nada desde aquel momento… me tomaron por asesino, y tras un cruel veredicto me encierran como si fuera un perro.
-Puede reducir sus años de condena si me lo cuenta con la verdad, ¿es usted responsable de la muerte de la señorita Katherine Díaz?
-Por supuesto que no, yo no la maté.
-Tenemos todo el tiempo del mundo para que me explique, ¿qué ocurrió entonces en esa casa?
-No quiero contarlo… nadie me lo creerá.
-Haga un esfuerzo, yo prometo que voy a creerle.
-Que curioso que usted lo mencione… la verdad detrás de todo, se sostiene por los pilares de una maldita promesa.
-Sea específico por favor. (Pidió el detective mientras se deleitaba con el sabor que tenía aquel puro)
En ese instante, una historia surgida de sus labios, cambia al narrador que posee esta lectura:
Yo jamás me despedí de ella, aunque aún puedo llegar a sentir su respiración en mi hombro, su aroma, su esencia… volando de un lado a otro, y en mil maneras que me hacen sentir un verdadero imbécil. Prometí lo mejor de mi boca, pero nunca se lo di.
Había algo que influía mucho en su temperamento, lo noté durante un par de semanas atrás del trágico día, sin embargo, no lo descifré en el momento. Tardé demasiado.
Era como si su personalidad se transformara en alguien que yo no conocía, pues pasó de su actitud alegre, a una que de verdad contagiaba lo deprimente. Yo hasta dudaba si se trataba de una entidad roba cuerpos de otra galaxia, o tal vez, si la Katherine de una realidad alterna había robado sus emociones vivas por completo. Ya que no era la misma… no lo era.
Fue de madrugada, sí, todo ocurrió desde temprano. Algunos rayos de luz traspasaban los vitrales que tenía nuestra habitación, y por el resplandor de los mismos, hicieron que mi viaje en el tren de los sueños finalizara.
Sin abrir los ojos completamente, extendí mi mano al otro extremo de la cama, esto con intención de abrazar a mi esposa… sin embargo, no estaba.
Al notarlo, no lo pensé dos veces, limpié mis ojos de pegajosas lagañas y me levanté de inmediato. Tan pronto de hacerlo, salí de la alcoba con unos simples calzoncillos puestos.
En el pasillo del segundo piso, había una habitación en especial, era la galería de pintura que tenía mi esposa… que en paz descanse por cierto. Se podía pasar horas allí adentro, imaginando, expresando y creando mundos ficticios a través de los pinceles.
Aunque ella era una artista muy original, recibía fuertes críticas por una simple razón… no pintaba otra cosa que no fueran mariposas. Las paredes de esa galería se encontraban adornadas por imágenes de esos insectos alados. Miles y miles que en realidad no podría calcularle un número en específico. En pocas palabras, era una gran colección.
Pero prosigamos con la historia… entré a la habitación con silencio entre mis pasos, y allí estaba, se levantó temprano para contemplar todas sus creaciones, era tan hermosa verla así, parecía inspirada pero con un rostro demacrado, diferente, aterrada.
-¿Todo está bien amor? (Cuestioné y ella volteó repentinamente, como si no hubiese notado mi presencia)
-Sí, sólo estoy… escuchando. (Respondió cortante mientras regresaba su mirada hacia los cuadros)
-¿Escuchando?
-Sí, y perdón por no despertar a tu lado como en todas las mañanas, pero hoy tuve un sueño.
-¿Qué sucede?, te ves asustada. (Afirmé acercándome a ella un poco más)
-Ellas quieren ayudarme. Ellas me entienden.
-Amor, ¿sabes algo?, debemos hablar, hace tiempo que no lo hacemos, te apartas de mí, actúas raro y no sales de tu galería, ¿qué sucede?
-Las mariposas amor, ¿no las escuchas? (Preguntó sin voltear a verme, y así como en sus pinturas, se “pintó” una gran sonrisa)
-Vaya, sonreíste, hace tiempo que no lo hacías.
-Es que, ellas me hablaron en los sueños, dijeron que hoy debo estar feliz.
-Creo que necesitas ayuda, es enserio, ¿algo hice mal?, ¿te ofendí?, por favor, respóndeme.
-No Jason, claro que no…
-No me dejes así, dime algo.
-¿Sabes por qué me gusta pintar mariposas? (Regresó su mirada hacia mí)
-Desde que te conocí las pintabas, ¿recuerdas?, cuando teníamos clases de matemáticas en la preparatoria, te ponías a dibujarlas en la libreta.
-Sí… cuando era niña yo podía escucharlas, eran vocecillas raras que surgían en el sonido silencioso de sus alas al moverse, al principio me daban miedo, pero después, aprendí a entenderlas.
-Jamás me habías contado eso amor.
-Suena a locura, por eso nunca lo conté.
-¿Puedo ayudarte?
-No te preocupes, dentro de poco, todo se arreglará… aunque no me dejaste terminar. Un día, muchas de ellas se postraron en mis brazos, mencionaban cosas como: “ayúdanos”, “no somos hermosas”, “ayúdanos”, “somos gusanos con alas”, “ayúdanos”, “queremos morir”…
-¿Las mariposas?
-Sí, me ofrecían peticiones silenciosas, nadie más podía escucharlas, y ellas, al darse cuenta de que yo sí lo hacía, decidieron pedirme ayuda.
-Entonces, ¿qué hiciste?
-Las aplasté con mis manos, las mordí, las pisé, las hice pedazos… terminé con su dolor y sus complejos.
-No entiendo, si las mataste, ¿por qué dibujas como si te gustaran?
-No dije que no me gustaran, desde entonces, cuando voy caminando por las calles, mato mariposas cuando las veo, ellas me lo siguen pidiendo, y yo, tras querer obedecerlas, tengo que cumplir con sus peticiones. En cuanto a mis pinturas, son los recuerdos de todas las que aniquilé.
En esos momentos me quedé asombrado, no era un amor hacia esos insectos lo que movía a mi esposa a querer retratarlos, sino las ganas de aplacar un sufrimiento que nadie escuchaba.
De pronto, unas lágrimas empezaron a escurrirle de sus ojos, lo que hizo que me estremeciera mucho más de lo que ya estaba. Me acongojé y fui hasta ella para abrazarla. Al principio se resistió, sin embargo, terminó aceptando la muestra de cariño que decidí darle con mis brazos.
Luego, dirige mis labios directo a sus oídos para decirle en voz baja…
-Estoy contigo, te amo y no te dejaré, las mariposas no hablan, pero los besos sí a pesar de ser mudos…y por ello mismo, prometo que te daré uno que expresen todas las hermosas palabras, que al mismísimo Shakespeare se le pudieron haber ocurrido.
Ella volteó su mirada fija hacia mí, y suavemente me dijo…
-¿Me traes un café?
-Claro que sí amor.
En esos momentos no lo tomé a mal, pues era de madrugada. Me dirige rápidamente hacia el primer piso, pero ella se quedó arriba. Y entrando a la cocina, tomé la tetera para calentar el agua. Esperé un rato con eterna felicidad, pues supuse que con eso, tal vez podría mejorar el temperamento de mi hermosa Katherine.
Pero de pronto, un ruido hizo que me congelara la sangre por completo… era el mismo sonido de un cristal al romperse, pero acompañado de este, se escuchó también un golpe cercano al patio trasero. No supe qué hacer, estuve inmóvil por más de medio minuto, y cuando ya estaba decidido a moverme, sentí cuando mis oídos se destaparon de una manera muy fuerte.
No presté atención, y mientras subía las escaleras rápidamente, usaba mis dedos para masajear los orificios de mis lastimadas orejas.
Al fin había llegado, y abriendo la puerta, observé que el gran ventanal de la galería estaba roto. Como si alguien hubiese saltado por allí. Entonces, me hice una serie de preguntas que me mataron en esos momentos. Sí, ya no me consideraba un vivo más en aquellos instantes, ahora soy un zombie, quien se reservará tales preguntas por lo obvias que parecían.
Me acerqué lentamente y con temor, pero observando por el agujero irregular, me di cuenta de que todo era cierto… mi amada cayó.
Pero… justo por detrás, una voz muy extraña empezó a hablarme, era desconocida, fina y escalofriante. Misma que me decía:
-“Ella nos comprendía, por eso volvimos a la vida, para calmar el sufrimiento que nunca quiso pasar… seguimos su petición, así como nosotras, buscando a alguien para que nos consuele con la muerte…”
Me volví, y ciertamente era una mariposa carmesí la que aleteaba sin parar. Se encontraba encima de uno de los cuadros que tenía Katherine en la pared. Pero lo verdaderamente raro, es que ya no había pintura en él, como si el insecto hubiera emergido extrañamente desde el mundo paralelo que mi esposa había pintado.
¿Cómo era posible que yo escuchara a la mariposa?, es decir, jamás lo había logrado, mi esposa era la única… pero recordé en ese instante, que mis oídos se destaparon, como si el don que ella tenía, me lo hubiera transferido a través de su muerte.
Las demás empezaron a emerger, desde pinturas, a seres reales. No podía creerlo, era como una pesadilla sutil, como un cuento de terror fino, tan parecidos a los que Edgar Allan Poe suele hacer.
Todas las mariposas salieron por el ventanal roto, sin antes revolotear en cada parte de la galería. Observé cómo se iban marchando lentamente, y lo más raro de esta historia ni siquiera fue eso.
Las supuestas e inanimadas doncellas aladas, empezaron a introducirse en la boca de mi fallecida Katherine, esto como si decidieran volver a morir en el estómago de su creadora.
Excepto la roja carmesí, quien aún seguía postrada en el cuadro de color blanco. Luego, voló inmediatamente a uno de los cajones que tenía el escritorio de la galería. Me acerqué con temor, sin embargo, algo quería ella que yo supiera. Así que decidí abrirlo…
Fue entonces cuando supe la razón del temperamento de mi esposa, puesto que allí, una hoja de papel representaba un análisis médico, uno que decía:
“Katherine Díaz, Positivo en la prueba de Cáncer”
La mariposa volvió a emprender vuelo frente a mi cara, y al mover sus alas silenciosamente, me dijo…
-Nunca la olvides, ella estará donde nosotras estamos. (Y después de ello, salió inmediatamente por el ventanal roto)
Supuse que mi amada hizo lo mismo que las mariposas, no quería vivir con su enfermedad, así que realizó peticiones silenciosas. Donde ellas podían comprenderle, no como cualquier otro típico y realista ser humano.
Aunque… aquel beso, el inigualable, el pasional, se fue, no pude dárselo. ¿Cómo lo sabría?, todo el tiempo seguí las reglas de la explicación lógica, de lo que debería ser… y no de lo que podría.
-Señor Donovan, ¿sufre de sus facultades mentales? (Preguntó el detective mientras rompía la narración de Donovan)
-¡Es un maldito estúpido! (Exclamó el acusado totalmente molesto, al mismo tiempo que se levantaba de su cama)
-Entonces va a decirme, que la supuesta mariposa carmesí, ¿es la que tiene en su hombro?
-Claro que sí, la misma que me habló.
-No sé si en realidad perdí el tiempo con usted.
-Tiene los oídos tapados, es eso, no sabe escuchar, como casi todos.
-¿Por qué no acepta que fue el responsable?
-¡Porque no lo soy!, ¡ella lo pidió!
-Su actitud agresiva me hace dudar.
-No importa, ellas siempre escuchan peticiones silenciosas… y desde que llegué aquí, yo pedí la mía. Mi petición.
-Esto no me sirve de nada, mis investigaciones tendrán que ser más específicas, sin embargo, no hay huellas que lo inculpen, pero usted es el único testigo, y el único sospechoso también.
En esos momentos, la mariposa que tenía en su hombro, empezó a mover sus alas nuevamente, lo que provocó que Donovan se formara una sonrisa extraña entre sus labios desolados.
-¿De qué se está riendo?
-Hay muchas razones para ponerme a reír, pero una de ellas es que siempre habrá cosas que los cuerdos, no entenderán, pero no a los que usted llama locos, ellos saben más de que lo que cree…
Fue entonces que un sinfín de mariposas, revoloteando de un lado a otro, apareció en el pasillo de la prisión, pero después, entraron a la celda.
-¿Qué es lo que está pasando?, ¿por qué está pasando?… (Preguntó el guardia sin poder creerlo, pero el detective, se quedó sin habla)
Las mariposas se postraron en todo el cuerpo de Donovan, cubriendo las piernas, los brazos, el torso, las manos, y la cara. En pocas palabras, rodearon toda su existencia humana, y en segundos inmediatos, se transformó en un humanoide hecho sólo de insectos.
-Dijiste… la verdad… (Susurró el detective Charles Dowener, y aquel bulto compuesto de mariposas, volteó su cabeza directo hacia él)
-Debo irme. (Y tras esa afirmación, todas volaron nuevamente, pero esta vez Jason Donovan desapareció cuando se esparcieron)
Dejaron a los incrédulos boquiabiertos, mientras que aquellos insectos, se marcharon rápidamente de aquella prisión. Volaron en conjunto por toda la ciudad, cruzando rascacielos, parques, tiendas, lagos, y cines… sin embargo, pararon su viaje en el cementerio. Las mariposas volvieron a juntarse, y tomando la forma de un humano, Donovan volvió a aparecer nuevamente frente a la lápida de su esposa. Las doncellas aladas se esparcieron, y fueron a parar en los árboles cercanos de aquel lugar.
-Amor mío, ya estoy aquí… le pedí a las mariposas en el silencio, poder otorgarte el último de los besos, el que nunca pude darte.
Entonces, aquel enamorado se inclinó a la tumba de su esposa para poder otorgarle un beso. Y justo en el contacto de los labios con la lápida, las mariposas volvieron a cubrir todo su cuerpo. Emprendieron nuevamente su vuelo mientras escapaban de allí, al mismo tiempo que dejaban atrás el pasado, y esparciéndose en caminos diferentes, se llevaron consigo el alma de un desconsolado mortal… aquel que ahora le pertenece a las doncellas aladas. Pues sí, su petición fue concedida.
Se fueron en buscan de alguien que pueda escucharlas, y de alguna manera, les aplacara el sufrimiento de seguir vivas. Excepto la de color carmesí, quien se dice, aún sigue postrada en la lápida de la señorita Katherine Díaz.
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