Todos los veranos, yo, mi marido y los niños nos desplazamos a la casa de campo que tenemos a las afueras de la ciudad.
Es un lugar perfecto para que los niños jueguen, descansar del alborotador ruido de la urbanización… etc. Junto a la casa hay un gran bosque.
El bosque es muy agradable durante el día, pero por la noche se convierte en un lugar sacado de cuentos de terror.
Un día estando allí, decidimos ir todos en familia de picnic al bosque. A la vuelta, mi hijo pequeño, Carlos, nos dijo que se quedaba un rato más buscando animales (y es que se divertía viendo las ardillas, cogiendo ranas de la charca… cosas de niños).
Llegó la hora de cenar y Carlos todavía no estaba de vuelta. Empecé a preocuparme ya que el bosque de noche era un lugar muy tenebroso. Cuando me estaba vistiendo para salir a buscarlo, oí unos ruidos en el jardín. Decidí asomarme y sorprendentemente vi a Carlos en el columpio.
Me dijo que acababa de llegar y que había hecho un amigo en el bosque. Comentó que estaba justamente sentado en el columpio de al lado… Allí no había nadie, así que imagine que simplemente era un amigo imaginario. Pero de pronto, el columpio comenzó a moverse.
Se me cayó el alma al suelo y me quede sin habla. Agarré rápidamente a Carlos y lo metí dentro de la casa. Le hice jurar que nunca más se acercaría a aquel amigo, que debía separarse de él. Carlos dijo que eso era imposible, que Javier (su supuesto amigo) estaba sentado a su lado dentro del coche y que estaría con él para siempre, para toda la eternidad. Me asusté mucho y arranqué a toda velocidad, no pasé la primera curva que noté como si alguien girase bruscamente el volante, después de eso solo recuerdo que desperté a las dos semanas en el hospital y me dieron la noticia de que Carlos había muerto en el accidente.
Tras dos meses vuelvo cada día a los columpios, y estos se mueven conjuntamente sin nadie encima, parece que Carlos y Javier si estarán realmente toda la eternidad juntos…
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