La realización de este cuento, mucho mas pobre que su idea principal que me fue dada por una amiga, corrió por mi cuenta, este no es, definitivamente, un creepypasta pero lo vi como un aporte interesante.
Sintió el filo de la espada rozando su cuello. La delicada y letal hoja del arma acariciando su garganta con ternura, advirtiéndolo de su futuro funesto, más no llevándolo a él, no aún.
Su saliva bajó con pesadez por su garganta. Su sudor se deslizaba inquietó por su frente, también en su cuello y manos. Le dolía todo. Sabía que seguramente tenía una costilla rota, y un pulmón perforado, pues apenas y podía respirar, y su nerviosismo no le era de ayuda. Su corazón latía constante, aunque lento y fatigado por la pelea. No le quedaban fuerzas en los brazos ni en las piernas, y no obedecían a las simples acciones que su cerebro les mandaba “¡Empújalo!”, “¡Corre!”: Su instinto de supervivencia prevalecía intacto.
Sin embargo, esta vez ignoró todos los planes de huida, disparatados y risibles, que su cabeza pudo inventar en esos momentos. Sabía que el final estaba cerca, olía en el aire el aroma a muerte, y por las circunstancias dudaba que fuera él el victorioso. Y además, estaba tan cansado.
Una mano ajena sobre su pecho lo mantenía sujeto al piso. Unas piernas flexionadas se cernían sobre su cadera, a cada lado y sin tocarlo, aprisionándolo, previniendo cualquier intento de levantarse. La espada no tocaba su cuello por milímetros, pero pronto eso iba a cambiar. Lo sentía, lo sabía.
El compás agitado de una respiración que reconoció ajena lo obligó a concentrarse en algo que no fueran sus propias sensaciones.
Clavó su mirada en el rostro frente a él. Unos ojos color café lo miraban interrogante, y él mismo formó la duda en su faz. Su captor respiraba con rapidez, removiendo los mechones de cabello, demasiado largo para su gusto, que se escapaban de detrás de su oreja. Miró con interés la cara de su atacante, que con el labio hinchado y la nariz rota, parecía tan o más temeroso que él.
Una idea estúpida cruzó su mente, pero le pareció suculenta al mismo tiempo. Sonrió con sorna a su captor, mostrando el espacio vacío donde hacía poco había dientes, y unos cuantos cubiertos de sangre.
— ¿Qué pasa, Rafael? —preguntó, y no le gusto el tono pajoso de su voz- ¿Es las primera vez que vas a matar alguien?
La reacción fue distinta a la que esperaba. Cualquier hombre hubiera gruñido en desacuerdo y acabado con su vida ante tal provocación. En contraste, Rafael abrió más los ojos, sorprendido y perturbado. La abertura que se abrió entre sus labios lo mostró inseguro, y el ceño ligeramente fruncido claramente molesto. Se mojó los labios mientras lo veía, y empuño con más fuerza la espada, cuya resplandeciente hoja parecía tener más ganas de terminar el trabajo.
— ¿No sabes cómo hacerlo? —dijo él en tono burlón, esforzándose por no toser y perder el estilo— ¿Tienes miedo?
La mirada de Rafael se posó en la suya con una intensidad que lo hizo removerse incomodo.
—Si
Su sonrisa se borró de momento, y observó a su captor con curiosidad, intrigado por tal comportamiento. De inmediato recupero su sonrisa, aunque esta era más simpática, y resignada, de la clase que se le dedica a un amigo que ha echado algo a perder, del tipo que dice “No pasa nada”.
—No es tan difícil —dijo, y captó de inmediato la atención de Rafael, que lucía nervioso— Sólo tienes que empujar la espada.
Creyó que Rafael se hartaría de la charla y lo mataría en ese instante, pero una vez más sus suposiciones fueron echadas por la borda, y su atacante actuó de forma inesperada.
Se mojó los labios de nuevo y sus dedos tamborilearon nerviosos sobre la empuñadura de su espada.
—No puedo —dijo Rafael con voz ahogada, como si estuviera a punto de echarse a llorar, aunque sus ojos no respaldaron esa información.
—No es tan difícil —repitió él, dejando las sonrisas de lado, tanto las burlonas como las simpáticas—…no me voy a resistir.
Rafael volvió a mirarlo intensamente, con ojos grandes, infantiles y temerosos.
¿Por qué no huía él ahora? Tenía la oportunidad perfecta, sólo era cosa de juntar un poco de fuerza de voluntad, movilizar sus brazos, empujarlo y correr como si no hubiera un mañana. Simple.
Por otro lado, Rafael aun lo miraba en busca de respuesta. ¿Qué debía él decirle? ¿”Se un hombre y mátame”? ¿”Si no puedes hacerlo lárgate”? Supo que bien podría haberlo manipulado en ese instante, decirle que si no podía matarlo era porque no debía, aun así y siendo consciente de que era su vida con la que se apostaba, no se creyó capaz de negarle una respuesta clara a esos ojos interrogantes.
—Sólo empuja la espada —dijo de nuevo.
—No…no puedo, yo…
— ¡Hazlo! —le gritó— ¡No estuvimos peleando todo la noche para esto! —Rafael se mantuvo en silencio, expectante— ¿No venias a matarme? ¡¿No jurabas que me matarías?!
Rafael apretó la espada, y esta vez sus ojos se humedecieron. Tomó aire por la boca de forma repentina, una bocanada enorme, como si de pronto se le hubiera acabado el oxigeno.
—Si… —soltó casi sin abrir la boca, con la mandíbula apretada y los dientes chirriando.
La espada se hundió con facilidad en su cuello, y sintió su sangre brotando por la herida, y un poco escapando por su boca. Sonrió de nuevo antes de que la muerte lo cegara, con el tipo de sonrisa orgullosa que se le dedica a un amigo con ha logrado una gran hazaña.
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