miércoles, 16 de enero de 2013

Tierra & Niebla


El humo del último de mis cigarrillos se mezcla con la niebla. Siempre digo que un buen cigarrillo es como la vida, se quema lenta y de apoco al principio, pero luego cuando está apunto de acabarse sólo te quedan los recuerdos que a su vez huyen lejos como el humo.
Intento olvidar todo lo que pasó, desde el día en la biblioteca cuando encontré aquel libro, que quién sabe cómo llegó hasta allí.
Más niebla.
Ellos están cerca, me queda medio cigarro.
Aún huelo la tierra en mis manos. El fresco aroma que arrastra la tierra muerta y pacífica del cementerio. Cavé con mis manos y una pala de jardín, me faltan varias uñas pero encontré lo que buscaba . Mi hermosa Amanda. Me miró con ojo vacíos negros como el fondo de lo que eran, un abismo interminable de dolor.
He observado en lo que se han convertido todos; bestias hambrientas que te arrancan tira por tira la piel y se tragan tus intestinos cual cuervos hambrientos en plena orgía de sangre.
Sólo tenía que comprobar que mi dulce Amanda estuviera lo suficientemente muerta como para no ver el horror que cae sobre nosotros y sobre el pueblo.
Los gemidos de esas cosas viajaban por el viento que arrastraba el olor de la sangre, mientras yo corría a punto de desmayarme hacia la casa de mis padres. No sé qué esperaba encontrar, tal vez que hubieran sobrevivido. Pero sólo hallé a mi madre con una mirada mezcla de odio, gula y la locura más insana que jamás haya visto, royendo frenéticamente el cráneo del viejo. Una y otra vez le apuñalé los ojos con la pala de jardín. Al borde de vomitar mientras ella se agitaba como un pez que han sacado del agua y sabe que está a punto de ser abierto en canal.
Creo que entonces crucé finalmente la frontera de la locura y corrí al cementerio a desenterrar con mis manos destrozadas el cadáver de mi mujer.
Ahora ya no importa nada. Ni mis padres, ni Amanda, ni el pueblo.
Estoy sentado en la entrada de la casita de mis padres, meneándome en la mecedora que profiere tristes rechinidos y lamentos como las bestias que se aproximan lentamente hacia donde estoy, rodeándome. Podría correr, pero, ¿a dónde iría?
Ahora sólo me importa el olor de la tierra muerta del cementerio. La niebla espesa que me abraza suavemente, y mi cigarrillo, casi acabado, que brilla en la oscuridad como una luciérnaga de vapor.
Tal vez vuelva a ver a mis padres, y a Amanda. Las sombras me acechan, gimiendo por más y más carne. Y ya no queda nada de mi cigarrillo.

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