Estos hechos ocurrieron hace unos años a las afueras de cierta ciudad de Inglaterra, en el otoño de 2003. Se protegió las identidades de todos los implicados. Todo lo dicho está sacado de informes que la policía cedió a los informativos, más declaraciones de testigos. Se hizo un llamamiento: si cualquiera recibía por correo una tarjeta como la que se describe en la narración de los hechos, se debía contactar con las autoridades inmediatamente.
•Primera descripción de los hechos (Testimonio de ‘la vecina’, amiga de la familia):
La vecina es una mujer de mediana edad, soltera, que vive en la casa siguiente a la de la familia, en una calle llena de viviendas. A causa de la cercanía ella y la familia (padre y madre de mediana edad, hija de doce años y abuela materna) llevan siendo amigos desde hace más de seis años. La mañana del día en el que presumiblemente desaparecieron la pasó con ellos hasta la hora de la comida. Normalmente comía con ellos más de una vez a la semana, pero aquel día debían llevar a la abuela al hospital, pues se encontraba enferma desde hace unos años y recibía tratamiento en un hospital cercano una vez al mes, así que volvió a su casa. Allí comió sola, y después empezó a hacer una limpieza general de la casa.
Hacia la mitad de la tarde, cuando ya empezaba a oscurecer, el cielo se nubló y todo se enfrió. En apenas un momento empezó a llover. No demasiado, pero sí con una potencia considerable. No había nadie en la calle y las escasas personas que se aventuraban a salir usaban el coche, que sacaban directamente desde el garaje. En ese momento ella estaba limpiando el piso bajo cerca de una ventana desde la que podía ver casi toda la calle, y la mayor parte del espacio entre la fachada de sus vecinos y la carretera, a seis metros de la puerta.
Apenas un cuarto de hora después de que empezara a llover la vecina vio a alguien con paraguas encaminándose a la entrada de la casa de la familia. Según su descripción, parecía un hombre algo anciano, vestido con traje negro, al que no le pudo ver la cara por la oscuridad combinada de la sombra del paraguas y la sombra que las nubes creaban al tapar el sol. La vecina señaló que el hombre en cuestión caminaba muy suavemente, casi como si se deslizara por el suelo.
Cuando el hombre llegó a la puerta (que la vecina no podía ver debido al ángulo en que se encontraba la ventana en relación con la fachada de la familia) paró y llamó al timbre. Tras unos segundos abrieron la puerta (vio una luz tenue iluminando la calle). Según la vecina, en circunstancias normales, se podría escuchar cualquier cosa que hubieran dicho en ese momento tanto el señor como quienquiera que hubiese abierto la puerta, pero debido a la lluvia, todo ruido se tapaba.
Más tarde se encontraba limpiando su habitación en el segundo piso. Desde allí podía ver la ventana de la habitación donde la abuela se encontraba postrada en la cama casi siempre a lo largo del día. Allí vio al hombre, sonriente, sólo un momento antes de que cerrara las cortinas de la habitación de la abuela.
Desde aquello, no los volvió a ver. Normalmente iba más de una mañana a llamarlos para hablar un rato, pero cuando al día siguiente fue a llamar al timbre, nadie contestó. Llamó varias veces pero nadie venía a abrir la puerta, y era raro, porque de haberse ido ella lo sabría; se contaban todo. Mosqueada, dio la vuelta a la casa hasta llegar al patio trasero que solía siempre tener la verja abierta. En efecto, la verja estaba abierta, pero la puerta trasera que daba a una pequeña despensa y después a la cocina, no. Las ventanas tampoco estaban abiertas, y en todas estaban las cortinas corridas o las persianas bajadas. El lugar estaba silencioso como una tumba. A pesar de que llamó repetidamente, no obtuvo respuesta. Por ello, volvió a su casa, y siguió con su vida, algo inquieta.
Al siguiente día desde su casa llamó al teléfono fijo de la familia, pero no contestaron sus llamadas. Más tarde, ya verdaderamente desesperada, buscó en su agenda y llamó a los teléfonos móviles de la madre, el padre, e incluso la hija, a quien se lo habían regalado hace apenas medio año para las emergencias. Pero tampoco. El silencio, la falta de respuestas y la quietud la estaban devorando. Entonces se le ocurrió una idea, que quizás no sería precisamente útil pero que le despejaría la cabeza de dudas: se fue a la casa de la familia, a la entrada, y llamó a los móviles desde allí.
Dentro de la casa, muy cerca de la entrada, se oyó el típico timbre que viene por defecto en cualquier teléfono móvil. En ese momento tuvo claro que era casi imposible que se hubieran ido y dejado algo tan importante como los teléfonos. Por eso, y por la ansiedad que le invadía desde el primer momento, llamó a la policía y contó todo lo sucedido.
•Actuación de la policía (Base de datos de la policía):
Tras un tiempo prudencial que a la vecina le pareció absurdo, la policía vino a la casa y forzó la puerta.
Se encontraron con la casa oscura, en silencio. Nadie fue a recibirlos ni les salió al paso. Encontraron que, como bien se podía apreciar desde fuera, todas las ventanas estaban cerradas y todas las cortinas y persianas estaban echadas o bajadas.
Encontraron tres cadáveres en el salón tirados en el suelo y a relativamente poca distancia entre sí. Eran los cuerpos de los padres y la hija. A primera vista no tenían marcas defensivas ni heridas, la única que presentaba signos de lucha era la niña. Por lo demás, los tres cadáveres estaban increíblemente pálidos y fríos.
Registrando el resto de la casa encontraron a la abuela en la cama de su cuarto del segundo piso. Apenas estaba consciente y presentaba signos graves de desnutrición y deshidratación, además de algunos fallos fisiológicos debidos a que no visitó el hospital hace dos días. Fue llevada al hospital enseguida, y allí pasó a observación. Los cadáveres fueron llevados para hacerles la autopsia requerida y la casa fue acordonada para ejercer una investigación más exhaustiva.
•Interrogatorio a la vecina (Base de datos de la policía):
Por una semana no hubo noticias sobre lo que hubiera podido pasar, pero un día, la vecina recibió una llamada de la policía para que se presentara en la comisaría a ser interrogada. A la hora citada ella estuvo allí, puntual y algo nerviosa. Cabe mencionar que había recibido ayuda psiquiátrica por los sucesivos ataques de ansiedad y depresiones que había sufrido a raíz de lo sucedido.
La sentaron en la sala de interrogatorios y le volvieron a hacer las mismas preguntas que le hicieron el día que finalmente la policía actuó. Ella las contestó de igual manera. Tras ello, el policía sacó una bolsa de plástico con una identificación, como las que usaban para las pruebas de un crimen, y le preguntó si reconocía el objeto que contenía. Ella lo cogió, lo inspeccionó: era una tarjeta negra de plástico, sin marcas ni letras. Lo único que había en ella era el dibujo de un ojo rojo, abierto. En cierta forma era elegante, aunque un poco siniestro. Dijo al policía que no sabía nada acerca de esa tarjeta y preguntó qué era. El policía contestó que no sabían si podía tener un significado importante, pero le contó que la abuela la tenía agarrada muy fuerte entre las manos cuando fue encontrada. Actualmente estaban esperando a que la mujer se recuperara en el hospital para preguntarle sobre lo sucedido.
•Autopsia de los cuerpos (Base de datos de la policía):
La causa de la muerte es desangramiento. Sin embargo, ninguna herida, orificio o marca se puede observar en los cuerpos por la que haya sido perdida o extraída la sangre. Las venas y arterias de las víctimas están limpias de sangre. Ninguno presenta otras marcas a excepción de la niña, que posee pequeños rasguños y astillamientos en los hombros y la clavícula.
•Inspección de la vivienda (Base de datos de la policía):
Todas las ventanas y puertas están cerradas. Si hay una cortina o persiana, está echada o bajada. No hay signos de lucha visibles en ninguna habitación. No hay signos de que nadie ajeno a la casa hubiera entrado a ella. No hay marcas de pisadas ni restos de humedad que sin duda habrían aparecido si alguien entrara en medio de una tormenta. No hay huellas diferentes a las de la familia ni a las de la vecina. No hay objetos extraños a excepción de una tarjeta de plástico negra con un ojo rojo que la abuela estaba sujetando cuando se entró en su habitación.
•Segunda descripción de los hechos (Testimonio de la abuela):
En el momento descrito, el testigo estaba durmiendo en su cama, en la habitación del segundo piso. Se despertó de su sueño al oír golpes llamando a la puerta. Pensando en que serían su hija y el marido de ésta, permitió que entraran (siempre llamaban para respetar su intimidad), y así lo dijo. La descripción del hombre que entró en lugar de ellos parece no coincidir con la del marido de su hija, ya que al preguntarle si podría haber sido él, ella respondió que su cara era totalmente distinta y que su altura no correspondía. La abuela describe al intruso como un hombre «alto y elegante; tranquilo, educado y con una sonrisa muy bonita», y añadió que parecía que «flotaba». Este hecho y los demás podrían ser pasados por alto, puesto que la anciana se encontraba bajo los efectos de un sedante de mediana potencia, tumbada en la cama e incapaz de hacer el esfuerzo de levantarse.
El hombre, sin dejar de sonreír, cerró la puerta tras de sí y, tranquilamente, se dirigió a la ventana y cerró las cortinas. A partir de ese momento la habitación quedó a oscuras.
Lo último que recuerda la abuela es que el hombre le susurraba algo y le acariciaba las manos.
•Apéndice 1 (Base de datos de la policía):
Actualmente se ha perdido la posesión de la tarjeta encontrada en el lugar del crimen. Un par de meses más tarde de que los hechos dieran lugar un intruso entró en el almacén de pruebas de la policía y robó el objeto. Las cámaras de seguridad grabaron una silueta alta, negra, que no parecía caminar, sino deslizarse sobre el suelo. Las imágenes no fueron publicadas, pero la policía hizo un llamamiento. Es de vital importancia que la población conozca estos hechos mientras el implicado o asesino siga suelto.
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