sábado, 29 de junio de 2013

Las prominencias

Las he tenido desde que era niño.

Puedo recordar estar muy consciente de ellas, esconderlas en mis bolsillos, debajo de libros y dentro de bolsas. Los niños en la escuela nunca me dijeron nada directamente, pero yo sabía que se reían a mis espaldas.

Recuerdo haberles pedido a mis padres que me llevaran al doctor para que las revisara. Las prominencias en mis manos parecían ser el elefante en el medio de la habitación para mi familia en ese tiempo, ya que mis padres solamente decían que yo estaba bien y cambiaban de tema. Sin embargo, yo sabía que no era así.

Traté de quitármelas cuando era pequeño, sin éxito. Tijeras, cuchillos, peladores de papa; tratar de cortarlas o rasparlas siempre era una causa perdida, no podía continuar por el dolor que me ocasionaba.

Pero hoy fue distinto. Es increíble cuán anestesiado puedes quedar con un par de torniquetes y una botella de Jack Daniells. Originalmente, pensaba usar un cuchillo filoso, pero luego me di cuenta de que tratar de cortar la piel de mis prominencias sería muy difícil en mi estado de ebriedad. Opté por el ligeramente más tecnológico plan B.

Debía hacerlo rápido. A esa altura ya estaba bastante torpe y comenzaba a sentirme mareado. Mis manos y antebrazos, azules por la falta de circulación, tampoco podían esperar demasiado. El sonido de la licuadora me ayudó a entrar en una especie de trance, listo para hacer lo que había querido hacer desde la primera vez que vi mis extrañas deformidades.

Primero metí mi mano izquierda. La sensación de las hojas afiladas cortando mi carne era estridente, pero me sorprendió lo bien que el alcohol estaba funcionado, esperaba que doliera más. Podía oír el metal desgarrando y cortando, yendo todo tal y como lo había planeado. Presioné mi mano contra las hojas con más fuerza. Todos esos malos recuerdos, toda esa vergüenza, todas esas cosas horribles ahora no eran más que una pulpa roja y espesa.

Interrumpiendo mi sentimiento de éxtasis, quité la mano antes de que las hojas llegasen a los nudillos. Sonreí, viendo mi nueva mano. Las prominencias se habían ido, todas y cada una de las cinco.

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