Mariano metió su camión dentro del terreno de un hospital. Uno de los hombres que trabajaba con él bajó para guiarlo con señas, porque tuvo que estacionarlo marcha atrás y el camión era grande y el espacio reducido. Después de algunas maniobras resoplaron los frenos de aire y el vehículo quedó quieto. Mariano bajó y miró unos segundos la fachada del edificio: era grande, viejo, gris, y se parecía más a un castillo que a un hospital.
Traían unas cajas con delicados aparatos médicos. Mariano entró al hospital para averiguar dónde tenían que dejarlos. Preguntando llegó hasta la oficina del director. Éste parecía muy ocupado, y tapando con una mano el micrófono del teléfono que estaba atendiendo, le indicó a Mariano la ubicación de la sala donde debían dejar las cajas. Mariano le dejó una lista y un acuse de recibo:
- Después que bajemos todo usted tiene que firmar esto, y alguien tiene que controlar… -dijo Mariano.
- Sí, enseguida llamo a alguien -afirmó el director, y siguió atendiendo la llamada.
A Mariano le pareció poco seria la actitud de aquel tipo. Como él sí era responsable y tenía mucha experiencia, antes de ordenar que bajaran las cajas buscó la sala para conocer el corredor, las dimensiones de la puerta y algún posible obstáculo.
Dobló a la derecha como le indicaron y salió en un corredor solitario. Caminó bajo unos tubos de luz mortecina y titilante. Saturaba el aire del lugar un olor raro. Mariano volteó para ver si venía alguien; no quería andar solo allí, pero no andaba nadie. Se detuvo frente a una puerta grande y ancha y supuso que aquel sería el lugar; mas enseguida escuchó algo que lo hizo creer que se había equivocado. Tras la puerta se arrastraban pasos lentos, se emitían gemidos y sonidos guturales.
Mariano asoció aquellos ruidos a la actividad de gente dopada, y se imaginó a un grupo de enfermos mentales arrastrando los pies por la sala, chorreando saliva por la boca abierta y balbuciendo incoherencias. Aquello tenía que ser siquiatría, pensó, la habitación que él buscaba tenía que ser otra. Pero el lugar era demasiado lúgubre como para seguir solo; entonces se alejó de allí.
Regresó después junto a sus empleados y el conserje del hospital. Grande fue su sorpresa cuando vio que el conserje se detuvo frente a la puerta de los ruidos y la abrió. Y de estar sorprendido pasó a sentir terror al ver que la habitación se hallaba vacía.
- ¿Qué… qué funcionaba aquí antes? -preguntó Mariano al conserje, mirando aquel lugar amplio y vacío con los ojos muy grandes.
- Durante muchos años aquí estuvo la morgue -le contestó.
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