domingo, 24 de febrero de 2013

El Sindicato Fantasma


Para Isabel este día podía haber sido como otro cualquiera, pero, por haber indagado en asuntos que no eran de su incumbencia ahora había perdido su rasgo… ¿humano? Ahora trabajaba para el Sindicato Fantasma.

Ella era una chica normal, se levantaba temprano por las mañanas, desayunaba, iba a la facultad, tomaba apuntes, regresaba a casa, estudiaba y se acostaba. La típica vida monótona de todo estudiante.

Sin embargo, cuando Cronos se lo permitía y acumulaba algo de tiempo libre, su pasión era escribir, pero no cualquier cosa, escribía mensajes, cartas, indirectas en las que criticaba el mundo decadente en el que vivía. Su escritorio estaba a rebosar de folios llenos de apelativos despectivos sobre su sociedad. Aunque, realmente, ese temperamento áspero y agresivo sólo aparecía plasmado en sus escritos porque, cuando se encontraba rodeada de gente, parecía la persona más amable y conformista que jamás hubiera existido. Era como si al coger el bolígrafo un espíritu revolucionario la poseyese y no la dejara en paz hasta que su soledad se fulminase con la aparición de sus amigos o familiares.

Pese a esa máscara que se ponía cuando se exponía a la multitud, había un lugar donde, por muchas personas que hubiera, ella mostraba al exterior su otra faceta: las manifestaciones. No había fecha de manifestación que ella no conociera, todos los días de huelga, todos los lugares, personas y grupos sindicalistas que participaban. No obstante, de entre todos los sindicatos que había, uno de ellos la llamaba mucho la atención por sus actos: el Sindicato Fantasma.

Supongo que ya muchos sabrán qué ocurre al final de esto, básicamente por las primeras líneas del texto, pero bueno, yo no dije que el Sindicato Fantasma del principio fuera el mismo que el del que ella estaba enamorada.

Cuarenta y ocho horas antes de lo sucedido ella se llevó la mejor sorpresa que podía recibir: a causa de un grave accidente pirotécnico en la facultad, las clases iban a ser suspendidas durante dos semanas. ¿Por qué era una alegría para ella? Porque ahora que tenía esos días de libertad podría viajar hasta la sede central del Sindicato Fantasma.

La razón de su enorme obsesión por ese sindicato en concreto y no por otros era que este hacía realmente honor a su nombre. Pocos sabían cuándo hacía acto de presencia y cuando lo hacía se las ingeniaban perfectamente los líderes del sindicato para que no fueran responsables de lo que hacían. En otras palabras, absolutamente todos conocían los trucos del Sindicato Fantasma, pero nunca había pruebas para culpar a ninguno de sus integrantes. De ahí viene lo de fantasma: aparece cuando no te lo esperas, golpea y no deja huella. Y para colmo, sus actos no sólo estaban vigentes en el mundo cárnico, sino también en el universo virtual.

Desde pequeña quiso ser un miembro activo del sindicato. Pero al igual que el Sindicato Fantasma es conocido por pocos, estos pocos no lo tienen fácil a la hora de querer ingresar. De todas formas, eso a Isabel no la intimidaba, pasaría cualquier prueba, soportaría la peor de las disciplinas y haría toda misión que la encomendasen con tal de ser otro Espectro; es así como se les llama a los miembros.

El mismo día que recibió la noticia de que se cancelaban las clases ya comenzó a hacer el equipaje. Tuvo una bronca con sus padres, pero al final cedieron. Así que supuestamente ya tenía todo en orden para partir hacia Madrid, donde se sospechaba que se hallaba la sede central.

Bon voyage!

Al llegar le esperaba en la estación un señor encapuchado que sostenía un cartel con su nombre. A pesar de lo extraño que pudiera resultar esto, ella aceptó el transporte que le ofrecía, al fin y al cabo, sería muy probable que el Sindicato Fantasma ya supiera sus intenciones.

El chófer condujo hasta la sede central. Isabel tenía un brillo especial en los ojos, acababa de llegar y ya la habían citado allí. Antes de que el chófer abriese su puerta ella salió disparada hacia el edificio. Subió las escaleras y se topó con una secretaria que precisamente iba a bajar a buscarla. Enseguida la llevó al despacho de uno de los líderes.

Sin dignarse a mirarla, el líder le indicó con la mano que se sentara. Cuando lo hizo abrió uno de los cajones de su mesa, sacó una pistola y la lanzó por la superficie de esta. Isabel no entendía nada, pero no debía dar ningún paso en falso, simplemente se quedó observando el arma en pleno silencio, esperando a que él rompiera el hielo. Y así fue.

-Veo que quieres ingresar aquí. No estoy viendo razón alguna para que te de mi voto.

-No… no comprendo. ¿Qué debo hacer? Estoy dispuesta a afrontar cualquier prueba.

-¿De verdad? Adelante. Agarra la pistola y dispárame.

-¿Có…cómo? –dijo Isabel completamente sorprendida.

-Verás… somos cuatro los que controlamos toda esta… cadena. Supongo que ya intuías que las “pruebas” a las que ibas a ser sometida se saldrían totalmente de lo común. Lo mismo ocurre con nuestros métodos… Así que dispara.

Isabel creyó que se había quedado dormida en el tren. Sabía que ese sindicato estaba envuelto en una bruma de misterios, pero era imposible que para que ella ingresase tuviese que atentar contra uno de sus líderes. No obstante ella había venido a superar cualquier cosa y, al fin y al cabo, tenía el presentimiento de que si él la obligaba a disparar sería porque no sufriría daño alguno. Tras segundos de reflexión agarró la pistola y disparó con determinación apuntando a su pecho.

La pistola no tenía balas. ¿Qué querían probar entonces? Nadie respondió. Después de ver que había tenido las agallas suficientes para apretar el gatillo el líder hizo un gesto para que se la llevaran. Sin aún comprender del todo lo que estaba pasando fue llevada a otra sala. Allí se encontraba, en un despacho casi idéntico al anterior, una mujer. Isabel también la reconoció enseguida, otro líder.

Con el mismo silencio que el anterior, la mujer indicó que se sentase. Ella no sacó objeto alguno de su mesa, simplemente abrió las cortinas permitiendo que entrase la luz del sol, se dirigió a la puerta y se fue dejando a Isabel sola en la habitación. Ella, por su parte, siguió sentaba esperando a que volviera a entrar. Pero pasaron varios minutos y no volvía. La habitación empezó a estar incómodamente cálida, empezó a sudar. Para colmo, la calefacción estaba encendida, se había convertido eso en un horno. A pesar de todo ese sofocante calor, no cerró las cortinas ni abrió las ventanas ni apagó la calefacción, dejó todo tal y como lo había dejado la mujer.

Al cabo de diez insoportables minutos volvió a entrar, cerró las cortinas, apagó la calefacción e hizo un gesto para que se fuera. Cada vez había más confusión dentro de su cabeza. De nuevo fue guiada hasta otro despacho. En este se hallaba otra mujer, otra líder del Sindicato Fantasma. Sin embargo esta parecía que no iba a hacer otra prueba extraña. Consigo llevaba unas insignias que eran otorgadas a todo aquel que lograba ser Espectro. Tal vez había pasado las pruebas con éxito y ahora iba a ser nombrada miembro activo del sindicato. Aunque… aún faltaba la “presentación” del cuarto líder.

Efectivamente esas insignias eran para ella. La líder se levantó de su asiento y sentó bruscamente a Isabel presionando su hombro izquierdo. A continuación agarró cuatro insignias y las fue clavando una a una mientras pronunciaba algo. ¿Clavándolas en la ropa? No, en su carne. Contuvo el dolor y trató de no mostrar algún síntoma de que era una molestia. Esto sería otra prueba, seguro.
A la primera insignia le acompañó la palabra sacrificio, tenía el símbolo de una cruz. La segunda insignia, simbolizada con un copo de nieve, fue seguida de la palabra frialdad. El tercer vocablo, perseverancia, fue precedido por un insignia con una mano inscrita. La última de las insignias fue la más dolorosa. La líder paró un momento para observar la cara de Isabel, al ver que no enseñaba dolor alguno sonrió y clavó esta última con saña mientras gritaba “fidelidad”. Si alguien se pregunta qué había simbolizado en la cuarta insignia era una gota de sangre.

Blanco, azul, amarillo y rojo: los colores de la bandera del Sindicato Fantasma. Pero Isabel no estaba pensando en esto, tal dolor sintió con el último pinchazo que se le cortó la respiración. Al menos sabía que iba mejorando, por la puerta apareció el último de los cuatro. Justamente él entraba, la otra líder, la que había puesto en su piel las insignias, se marchó. En la habitación quedaron ellos dos, él se sentó y observó sus ojos. Isabel trató de aguantar el dolor lo máximo que pudo, pero ese último pinchazo estaba justamente en un nervio, no pudo aguantar mucho. Cuando hizo una mueca de dolor el hombre habló.

-Dime la razón por la que has soportado las barbaridades de mis tres compañeros y aliviaré tu dolor.

-Vengo a… formar parte de vuestro… sindicato. Soporto esto por vosotros…

-Sumisión… -susurró el hombre.

Se levantó de la silla y le arrancó las cuatro insignias.

-¿Por qué las quita? ¿No seré nombrada Espectro?

-Por supuesto que sí, solo que estas insignias ya no harán falta… Puedes marcharte. Mañana a las once en punto quiero que estés aquí, no tolero los retrasos.

-Está bien. Entonces, ¿ya está, soy un Espectro?

-De momento ven mañana y ya hablaremos.

-¡De acuerdo!

Isabel aún no podía creérselo. Después de tanto tiempo, de tanto esfuerzo y tras soportar aquellas… pruebas, había logrado ser un Espectro. Bueno, teóricamente aún no lo era, pero estaba segura de que fuera lo que fuera lo que la esperara mañana no sería peor que el día de hoy. Se marchó del lugar con una amplia sonrisa. El chófer, que aún la esperaba en la salida, la llevó a su hotel. Aquella noche casi no pudo pegar ojo, los nervios estaban consumiéndola por dentro. Solamente quedaban horas para cumplir su sueño más anhelado.

La noche avanzó rápido. El despertador sonó, eran las diez. Tenía media hora de trayecto así que debía darse prisa y prepararse. De repente sonó el teléfono. Isabel lo descolgó y preguntó quién era. “En veinte minutos pasaré a recogerla”. Era la voz del chófer. Isabel quiso saber cómo había obtenido su número pero desafortunadamente ya había colgado.

¿Cómo era posible que supieran tanta información de ella? ¿Eran normales aquellas pruebas? ¿Qué estarían preparando los líderes para ella? ¿Había hecho bien en venir? Preguntas que rondaban sin cesar en su cabeza. Desde luego sabía que el Sindicato Fantasma era conocido por ser “el raro del grupo”, pero no pensaba que llegasen a tanto. Más que un grupo sindicalista parecía una secta.

Todas esas paranoias se evaporaron al llegar a la sede. Sus ansias de ser un Espectro resurgieron. Anduvo hasta el despacho principal, donde se ubicaban los cuatro líderes, y tocó la puerta. No obtuvo respuesta. Volvió a aporrearla. Nada. Probó a ver si estaba abierta y efectivamente lo estaba. Pidiendo permiso por adelantado la abrió y entró. Ante ella se encontraban los cuatro líderes sentados tras una enorme mesa. Y encima de la mesa, una imagen desconcertante para ella, una persona en ropa interior atada de pies y manos.

-¡¿Qué es esto?! –gritó Isabel.

-Esta es la última prueba. La catarsis. –respondieron al unísono.

-Vale, esto se pasa de siniestro.

Isabel quiso salir pero la puerta había sido cerrada con llave desde fuera. Tendría que afrontar aquello que dijeran. Se giró hacia ellos de nuevo, tragó saliva y se acercó.

-Está bien, ¿qué debo hacer?

-Este sujeto que hay tendido en la mesa –dijo el de la prueba de la pistola –es el enemigo. Nadie aquí puede considerarse un Espectro si no actúa como tal. Por eso, si quieres que mis hermanos y yo te consideremos digna de llevar ese nombre deberás depurarte.

-¿Hermanos? ¿Depurarme? ¿De qué va todo esto?

-Es sencillo. –contestó la que clavó las insignias en su tórax –Tenemos que cerciorarnos de que las palabras que dicté ayer no eran simples falacias. Compórtate como un Espectro y… mata a este hombre.

La chica no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Todo el amor que sentía por el Sindicato Fantasma se había descuartizado por completo en ese instante. Quiso negarse a hacerlo, no quería matar a alguien, aunque fuera el enemigo más acérrimo del sindicato, ¿qué clase de iniciación era esa? Así no se depura alguien, así se corrompe alguien…

-No voy a hacerlo.

En cuanto soltó esa frase un dolor enorme en el pecho empezó a aparecer en ella. No se lo explicaba. Puede que fuera de los pinchazos de ayer, algún derrame o algo. Bueno, no andaba lejos. La mujer le explico que ese dolor se debía al incumplimiento de una de sus obligaciones: fidelidad.

-Esto no es fidelidad… ¡es sumisión!

-Exacto. –habló el último que se presentó ante ella –Fidelidad… sumisión… poca diferencia hay. Un Espectro se compone de cuatro factores, el sacrificio, apartar su vida y cambiarla por este trabajo; la frialdad, nada de sentimiento a la hora de actuar, aquí se piden autómatas; la perseverancia, pase lo que pase siempre lucharás por la causa; y la fidelidad, no cuestiones nunca nuestras órdenes. Y ahora, mátalo.

-¡¿Pero qué clase de asquerosa secta sois vosotros?!

El pinchazo de la fidelidad volvió a provocarla dolor. Estaba claro, no podría salir de allí si no cumplía aquella misión… Se arrastró hasta la mesa y miró al sujeto marcado para morir, al menos se encontraba inconsciente. A su lado había varios instrumentos para su ejecución. Isabel cogió el más apropiado para que no sufriera: una pistola. Cuando estaba a punto de disparar a su cráneo el pecho volvió a dolerle.

-No, no, no. Ese no es el estilo de un Espectro. Recuerda, frialdad.

Isabel estaba a rebosar de impotencia. Esta vez el dolor no se calmaba. Escogiera el instrumento que escogiera siempre sentía dolor en el pecho. Si se trataba de cumplir con el hecho de tener la sangre fría debería asesinarlo de la forma más lenta y dolorosa. Eso saciaría a los cuatro líderes y podría escapar de allí.

Buscó entre todos los instrumentos y halló una fresadora. Nada más agarrarla observó como los cuatro sonreían. Ahora entendían por qué había tan pocos Espectros. Enchufó la máquina y la encendió. Desgraciadamente, antes de que pudiera matarlo el hombre se despertó.

-Por favor, estoy dispuesta a matarle, pero no puedo hacerlo si está consciente. –les suplicó.

Un dolor extremadamente fuerte apareció en su pecho junto con el que ya tenía por la frialdad. No hizo falta que los cuatro dijeran de qué se trataba. Con el absoluto silencio al pedir que le durmieran ya supo que ese dolor provenía del sello de la perseverancia. Debía continuar con la faena…

Acercó la fresadora a su corazón para al menos causarle el menor dolor. Imposible, otra vez el dolor de la frialdad acrecentó. Sin poder pausar y entre lágrimas, colocó la fresadora en las rodillas de su víctima. Los gritos y la sangre empezaron a fluir en aquella habitación. El hombre se retorcía de dolor y suplicaba que parase, pero no podía, su vida o la suya. Cuando llegó a la rótula ascendió para fresar la zona femoral y precisamente allí se encontraba una de las arterias más gruesas, con más sangre transportada. La cara de Isabel se tiñó de rojo completamente. Suplicaba sin cesar que al menos se desmayará de aquel inmenso dolor, pero no, el pobre hombre seguía gritando.

Tras cinco minutos toda la piel y el músculo del hombre había sido fresada. Las vísceras y los tendones colgaban de aquel cuerpo ensangrentado. Isabel procedió a fresar su cabeza cuando entonces el dolor de la frialdad volvió a aumentar. Supuso que era hora de cambiar de… instrumento. Fue tanteando con la mano hasta que el dolor se volvió insignificante cuando esta se posó sobre unas pinzas. Parece que era hora de arrancar órganos.

Miró la cara del hombre y observó como se distinguían sus lágrimas entre toda la sangre. Algo en el interior de Isabel surgió. No, no era dolor, era una voz que la indicó que le arrancase los ojos. Después de todo, sin ver una cara sollozante el trabajo sería más fácil. Sin pensárselo dos veces arremetió contra él y le cortó los nervios ópticos. Lo siguiente sería silenciar esos gritos. Agarró un tubo de cobre y se lo clavó en la tráquea. Un enorme chorro de sangre brotó impregnando toda la ropa de Isabel de rojo carmesí. Segundos después, tras un sonido ahogado de gritos y sangre, todo cesó. Su voz había fallecido.

Continuó con la “operación” extrayéndole los intestinos. Al principio usó las pinzas, pero, cansada de esa lentitud, las tiró al suelo y con las manos fue tirando hasta arrancarle el tubo digestivo por completo. Había más sangre en su cara y sus prendas que en el aparato circulatorio del hombre. Lo logró, ya estaba muerto.

Dejó de sentir dolor alguno. Sin embargo, algo había aflorado en su interior, un “yo” que ni ella reconocía. Quiso seguir torturando a ese hombre. Ahora entendía lo de purificarse. Los cuatro líderes llevaban tiempo hablando, eso era señal de que la prueba había acabado y a pesar de ello Isabel quería seguir usando instrumentos en aquel cuerpo, quería más sangre, más violencia…

Ya se había percatado de que aquello no era un grupo sindicalista propiamente dicho, no sabía la razón de llevar aquella etiqueta, tal vez para llamar la atención de revolucionarios como ella. Realmente lo que parece que hacían era “quitar del medio los obstáculos”. Nunca se le habría pasado por la cabeza actuar de esa forma tan… agresiva. ¡Claro! Ya lo entendía, todas sus cartas, sus mensajes, sus escritos. Toda esa agresividad pertenecía a aquella pequeña sádica que acababa de surgir en su interior. Ellos habrían leído todo eso y simplemente quisieron hacerlo aparecer en todos los ámbitos, no sólo en el papel. Ellos provocaron el incendio en el Instituto, por eso tuvo tan pocos impedimentos para viajar, por eso sabían tanto de ella. Solamente estaban sacando la máquina de matar que había dentro de ella.

Ahora todo encajaba. Tal vez sería una vida de plena fidelidad al Sindicato Fantasma, pero merecería la pena. Quiso ocultar su verdadera naturaleza incluso a ella misma. Inconscientemente sabía lo que significaba ser un Espectro, todo ese sacrificio. Desde la primera prueba no falló e hizo todo sin echarse atrás. Y durante todo el trayecto pensó todo con calma, calculó todo para que no hubiera error alguno, alejándose de la emoción supo qué hacer y cuándo. Fidelidad, sacrificio, perseverancia, frialdad. Ya obtuvo esos dones incluso antes de llegar a Madrid. Mirándolo desde un punto de vista, aquellas cuatro personas no estaban locas, tan sólo entrenaban a aquellos perdidos que no eran capaces de darse cuenta de sus verdaderos instintos. La sangre fue su despertador y las vísceras las tijeras que rompieron sus vendas. Había aparecido una nueva Isabel, acababa de unirse un nuevo Espectro.

Mientras los cuatro líderes la felicitaban ella arrancó de cuajo el corazón del cuerpo y lo estrujó sin piedad hasta dejar una masa amorfa de músculo. Los cuatro se levantaron y caminaron hacia ella otorgando, ahora sí, las insignias que llevaban los Espectros.

-Ya no sentirás más dolor. Ponlas en tu uniforme en el lugar que te apetezca. Esperamos que seas igual de eficaz en tus siguientes objetivos. Queremos, sobretodo, que este trabajo sea de tu agrado.

Isabel no pudo contener la risa, no era una risa normal, realmente asustaba, era una risa maliciosa, como si estuviera endemoniada. Tras unas cuantas espeluznantes carcajadas respondió a los líderes.

-Yo no considero trabajo algo tan placentero…

Así que ya sabéis, si alguna vez la curiosidad os impulsa a querer formar parte de dicho Sindicato no hagáis nada, ellos lo sabrán, ellos os encontrarán. Nadie sabe cómo, nadie sabe cuándo, pero al final harán de ti otro Espectro. No obstante, atentos a las consecuencias, no todo será placer y recompensas… Isabel era mi amiga, poco a poco, día a día, el tiempo que pasaba con ella era menor, la última vez que la vi decidió contarme esto. No la vi jamás, hoy por hoy mi única alternativa de contactar con ella es ingresar como Espectro…

¿Valdrá la pena?

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