jueves, 28 de febrero de 2013

Ramas en el viento


Finalmente, estoy en casa. Después de trabajar hasta tarde, terminé un proyecto que mi jefe me estaba presionando para que terminara. Lo valía, pensé, porque tenía un gran día adelante mío. La parte por la cual estaba más excitado era ver a mi hijo. Al fin había ganado la batalla por la custodia contra mi ex esposa y realmente ahora podría verlo. Arreglé mi viejo dormitorio para invitados, aunque se veía suave en todo el blanco. Pensé que íbamos a tener tiempo después y él podría hacer todos los cambios que quisiese. Subí pesadamente por las escaleras y cuando finalmente él oyó que estaba ahí, me llamó rápidamente a su habitación.

—¡Papi no puedo dormir, hay un monstruo en la ventana!

Monstros, mmm, que original.

—No te preocupes, son sólo las ramas de los árboles balanceadas por el viento ¿ves?

Le apunté a la rama que estaba golpeando contra la ventana. Confió en mí lo suficiente como para calmarse y le di un beso de buenas noches. Al fin, tiempo para dormir, apenas si podía ver correctamente en este punto. Caminé a través del pasillo y caí en mi cama. Tenía suficiente en mi cabeza como para andar lidiando con monstruos. Tenía que ir con el mañana a la escuela a que lo inscribieran, le tenía que comprar su uniforme, no podía pensar correctamente. En ese momento lo escuché llamándome de nuevo. Vamos, amo a ese chico y todo, pero ¡necesito dormir!

—¡Papi, el monstruo está de vuelta! —chilló.

Miré hacia la ventana: nada, más que las ramas del árbol. Caminé hasta allí y se lo mostré, abrí la ventana y me di vuelta hacia él.

—¿Ves? Nada más que el árbol, te lo dije, ahora vete a dormir tienes escuela en la mañana.

Todavía estaba un poco asustado por lo que podía ver, pero que podía hacer, estaba demasiado cansado. Otra vez, caí en la comodidad de mi cama. Entonces escuché un llanto y ya tuve suficiente.

—Está bien, dormiré en tu cama contigo, si ves algún monstruo, sólo agárrame fuerte.

Caminé hacia su cuarto, retiré su sábana roja y me arrojé al lado del chico.

Mientras estaba acostado, ojos cerrados, mi mente empezó a imaginar. ¿No compré sábanas blancas para esta cama? Miré el cuello degollado de mi hijo y me di cuenta de mi error. Ahí es cuando oí al monstruo, excepto que no estaba golpeando la ventana; fueron sus pasos desde la ventana abierta. No pude evitar reír, ¿cómo no me di cuenta de que no hay árboles en mi jardín?

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