domingo, 17 de febrero de 2013

Opaco dorado y el ángel triste


Cuánto daría la humanidad por descubrir que no está sola en la inmensidad y frialdad del espacio. La raza humana se uniría bajo un mismo yugo para saludar con grata mano a los que pudieran ser como ellos, o inclusive, agachar su cabeza a quienes pudieran ser superiores; en un hermoso despliegue de humildad que brota del corazón de un planeta y no de una persona.

A todos les gustaría saber qué existe más allá, si hay una vida tras la muerte, lo que sucede en el último rincón del universo que se expande infinitamente. Pero nuestros ojos no fueron bendecidos para verlo, al menos no mientras aún fueran de carne. Las mordidas de gusano que cruelmente arrancan los colores de aquellos bellos cristales que nos daban acceso al mundo son la clave para verlo. Para verlo todo, y darnos cuenta de que algo existe más allá de un planeta infestado en dulce perfume de traición.

A ella no le agradaba para nada tener que ir a la escuela, ni tampoco tenía la más mínima intención de tomar clases extra en cuanto acabara la preparatoria. La vida estaba solucionada con una cara bonita y un cuerpo de muerte. No necesitaba más que sonreír para que todo cuanto deseaba apareciera frente a sus pies, luego tomar y responder con otra aún más grande sonrisa para destruir al que había puesto el tributo a su belleza de marfil con la aprobación de Da Vinci, la supervisión de Miguel Ángel y bien financiada por Yahvé.

Pero ese día fue diferente para la chica hermosa por naturaleza, pues mientras abordaba sus sueños perfectos la Muerte susurró a su oído que sería el final de sus días, y degolló su aliento con suavidad para darle un murmuro de rosas ilusorias que comprara su silencio. Ya no necesitaba un corazón que latiera, no volvería jamás a latir, ni sus aguamarina a brillar, ni su crespo y rubio cabello a rebotar en su andar.

Se halló frente a uno de los lugares más bellamente construidos que pudo imaginar. Un paraje de proporciones de arquitecto y cuidado de la severa madre. Un lugar de nubes y caminos sin fin llevando a puertas de luz brillante que apenas se veían con la fría bruma que emanaba de todas partes. Ya no vestía su cara ropa, ni sus joyas que había obtenido al precio de una sonrisa, o soñaba con tener un hermoso modelo de su lado que complaciera cada capricho que ordenara una reina con corona autoimpuesta. Las coronas, si no son de cardos, destruyen a las personas. Ahora era humilde tomando una toga blanca hasta sus talones, en un lugar de silencio que no existe para otra cosa sino caminar más y más. La chica rubia captó el asunto rápido cuando se propuso llegar a una de las puertas que se veía a lo lejos.

Su caminar resonó como una campanilla en una sala de ecos perpetuos, pero con suavidad y la frescura que debería tener una pisada tan pequeña. Para ese momento aquella puerta de luz se había hecho más grande y la silueta de otra persona más alta, quizá un hombre, esperaba. Ese hombre le ofreció una mano cuando sus pies estaban apunto de reventar, con el aliento partido, rogando por agua. Entonces su nariz pudo oler cómo esa figura cuyo rostro no dejaba ver una luz intensa desprendía un aroma hermoso jamás antes experimentado.

—Ven a mí, que Él me ha mandado para ser un heraldo de tus sentires —dijo ese hombre mientras la tomaba de la mano con suavidad, y sus ojos se inundaron de luz cuando atravesaron aquella puerta—, y llevar tu antigua esencia a donde debe estar.

Por un segundo su mente se iluminó con la idea de que era guiada de la mano por un bello ángel, y que el Cielo que tanto quería conocer era ese lugar. Pero se quemaron sus ilusiones cuando vio ante sus ojos tres esferas rodando en una sinfonía de perfección andante.

—Aprecia cada detalle multicolor de un paraje de reflexiones infinitas que carecen de materia y amor. Adora cómo la vida que tuviste se consumirá poco a poco en dulces zarzas de bellos y jugosos frutos, cada uno con un veneno más exquisito que el anterior. Te llevaré a donde perteneces. El lugar que tus ojos, ahora sin brillo, se han ganado con todas las de la ley. Un eterno descanso para la más superficial de las musas.

Así, la llevó con la delicadeza que se carga a un recién nacido, rodeándola de perfumes hermosos que brotaban a montañas de color, uno tras de otro, congelando sus cabellos rubios que se ponían opacos y carentes de vida.

Pasaron junto a la primera esfera, no más grande que un balón de baloncesto. De un suave brillo enternecedor. —Ese lugar es Forgive Grove. Un lugar donde la gente que olvidó a sus seres amados pasa toda la eternidad buscando sus sueños y esperanzas, y no existe más que la idea de poder encontrar algo que jamás obtendrán.

La rubia miró de reojo cómo es que dentro de la esfera existía un hermoso bosque brumoso. Tan bello y delicado que le parecía un lugar de cuento de hadas. Quizá en algún momento le hubiera gustado vivir allí. Pero el hombre seguía caminando con suavidad, y ella era una hoja a la deriva de su mano tan suave.

—Ésta es la segunda esfera. Se llama River of Tears. Un río infinito de aguas heladas que arrastra los corazones que algún día destrozaron los sueños y esperanzas de sus semejantes. Éste es tu lugar, aquí te quedarás para siempre expiando los pecados que cometiste.

Fue una tajada en su respirar cuando escuchó su destino. Esto era la muerte después de todo, esto era lo que esperaba a su joven cuerpo al final de una vida de placeres y engaños. Resignó su mirar mientras el hombre la invitaba a pasar hacia el frente, y aun así no podía ver su cara. Una luz intensa reemplazaba su rostro, emanando de su alrededor.

—Pero, existe otra esfera —le dijo señalando la última—. Es un mundo distinto a estos dos que has visto. Sólo se llega hasta él a través del Bulevar de los Sueños Rotos. Es un lugar melancólico donde nunca nadie sonríe, nunca nadie habla, de bruma eterna donde la gente está cabizbaja por siempre en medio de una niebla fría. Todos en ese lugar están sometidos a la única regla de la tristeza eterna. Se llama Sadland, y es para los que han sido buenos en la vida pero personas de amargo corazón.

El hombre tomó a la rubia en sus brazos con mucha delicadeza. Suspiró, pesadamente, palabras incomprensibles en su oído antes de ponerla justo arriba de la esfera de River of Tears.

—¿Cómo te llamas? —alcanzó a preguntar con debilidad ella. Su cuerpo comenzaba a ser succionado hacia la esfera, en forma de hilos brillantes; sus ojos estaban apagados y perdidos, pero aún podía enfocarlos en el hombre. Él se quedó en silencio, algo parecido a un soldado que monta guardia de luto, mientras ella poco a poco era arrastrada al final de su existencia.

—La gente… me llama de muchas formas. He tenido tantos nombres que realmente no es adecuado recordar todos ellos. Los más resaltantes han sido algunos como Izra’il, Arthur Harrington, El Gran Rector, Muerte… Tantos como cada estrella en el cielo de tu mundo. Pero mi nombre original, ahora que te vas y has preguntado, no es otro que Azrael.

Finalmente, le dio la espalda, mientras sus ojos aguamarina le llamaban en silencio. Quería estar con él, ir con él.

—Azrael…

Murmuró en lo que su vida colapsaba sobre la esfera, cayendo a un mundo donde pasaría todo el resto de la eternidad. Un mundo de infinitas lágrimas. Día tras día. Y Azrael caminó hacia un camino olvidado.

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