martes, 12 de febrero de 2013

En el salón de una escuela


Cuando Álvaro y sus dos compañeros de trabajo llegaron a la escuela, ésta se encontraba vacía y silenciosa. Ya era noche. Afuera la temperatura era agradable, mas en el interior de la escuela estaba bastante frío. Enseguida sintieron un olor desagradable, e instintivamente giraron la cabeza buscando la fuente de dicho olor, pero en ese instante dejaron de sentirlo; se había marchado.
Vamos a ir trayendo las cosas - dijo de pronto Álvaro, y sus compañeros, Daniel y Alejandro, que aún seguían buscando no sabían qué con la mirada, se estremecieron al oír su voz, como se estremece una persona que, estando expectante por alguna razón, es sacudida de pronto por la mano de alguien al que no vio acercarse.

Mientras Álvaro desidia por dónde comenzar, los otros fueron trayendo los tachos con pintura y las herramientas. Los habían contratado para pintar toda la escuela. Como solamente tenían un día, iban a trabajar unas horas esa noche, y así dejar todo pronto para comenzar a pintar por la mañana.
Salón por salón, agruparon lo pupitres en el centro y los cubrieron con nylon, luego empezaron a lijar las partes de las paredes que lo necesitaban.
De pronto, escucharon ruidos. Después de mirarse extrañados, pues estaban seguros de que estaban solos, prestaron atención al ruido. Venía del salón contiguo, y sonaba como si alguien caminara sobre los pupitres.

- ¿Será que vamos a ver…? - susurró Alejandro, con la esperanza de que sus compañeros dijeran que no. Aquella escuela le daba una muy mala impresión.
- Claro, tenemos que ir. Mientras estemos aquí la escuela es nuestra responsabilidad - dejó en claro Álvaro, aunque en su interior tampoco deseaba ver qué andaba en aquel salón, pues incluso hasta el más escéptico se vuelve un creyente en determinadas situaciones. Daniel no dijo nada, sólo se limitó a asentir con la cabeza. En el salón contiguo seguían los ruidos, y ahora, más que caminar, parecía que alguien estaba bailando sobre los pupitres.

Uno al lado del otro, avanzaron lentamente por el corredor, procurando no hacer ruido. Frente a la puerta Álvaro extendió los brazos para detener a sus compañeros. Dejen que yo me asomo primero - les susurró. La luz estaba encendida. Abrió un poco la puerta y se inclinó para ver hacia adentro. Entonces, lo que estaba sobre los pupitres lanzó un grito espeluznante. Álvaro cerró la puerta de golpe y se echó a correr al tiempo que les gritaba a sus compañeros ¡Vámonos de aquí! ¡Corran!
Ya en la calle, sus compañeros, que estaban aterrados, le preguntaron qué había visto; Álvaro no quiso decirles, sólo repetía: ¡Era algo espantoso, era algo espantoso…!

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