Todas las malas noches sucedía siempre lo mismo. El hijo de una madre dócil penetraba en su cuarto con suma cautela, pues no quería despertar a papá que tenía un carácter bastante malhumorado. Cuando menos se lo esperaba, una pequeña mano jalaba de sus pies desnudos, en señal de que había tenido una terrible pesadilla. Entonces, sin hacer el mayor de los ruidos, regresaba por el mismo camino, dejando tras de sí la puerta abierta para que su madre le fuese a leer un cuento, y de esa manera, recobrar el sueño que le había sido arrebatado. Lo hacían todo de forma automática, y fue ese ritual el gran secreto entre madre e hijo.
Una misteriosa noche, la madre volvió a sentir la misma pequeña mano tirando de sus colchas, pero esta vez había un ligero cambio. Cuando encendió la pequeña lámpara que se encontraba a su costado, notó como la puerta de su cuarto estaba cerrada. ¿La habría cerrado el niño antes de irse? -Preguntó para sí-, mientras un bostezo salía de sus labios. Buscó el mismo libro de cuentos de siempre, y sin pensar mucho fue hasta el cuarto del niño. Pero, el sueño ahora parecía írsele a ella cuando vio que su hijo dormía con profunda tranquilidad. –Tal vez lo soñé o lo imaginé- pensó de nuevo para sí y se fue a dormir sin darle más importancia al asunto.
La noche siguiente volvió a sentir los pequeños dedos rosar sus pies, y una vez más puso en marcha su ritual, pero se percató de nuevo que la puerta de su cuarto estaba cerrada. No era su imaginación, había sentido como en la noche anterior, que alguien la tocaba como su hijo, pero en definitiva no había sido él. Se tranquilizó cuanto pudo. Era la costumbre y nada más-pensó- Para despejar dudas, fue a revisar el cuarto de su hijo, el cual, dormía con tranquilidad como la noche previa. Esa vez la madre se fue a dormir ya con cierta preocupación.
Al día siguiente revisó su cuarto, que no era demasiado grande, pensado que se trataba de algún animal, pero luego de una búsqueda profunda, no encontró nada fuera de lo común. Tampoco lo habló con su marido, ya que no creía demasiado en las supersticiones.
Una semana transcurrió de aquellos misteriosos días sin que pasara realmente nada digno de ser resaltado.
Cumplido ese tiempo, a la siguiente noche, volvió a sentir como alguien jalaba de sus pies. Demasiado asustada, prendió la lámpara y fijó la mirada hacia la puerta, que para su grata sorpresa ahora se encontraba abierta. Con suma tranquilidad, gustosa fue a leerle cuentos a su hijo, quien pronto se quedó dormido. Ella contenta por regresar a su tarea de costumbre, también fue a recobrar el sueño, con suerte, todavía alcanzaría un buen tramo si la noche se lo permitiera. Así estuvo tratando de lidiar el sueño, cuando de repente volvió a sentir como una mano le jalaba los pies, pero ahora con más brusquedad. Creyó no haber hecho bien el trabajo con su hijo, pero casi desmalla cuando vio como una mano se asomaba por debajo de su cama. Con mucho miedo, se resbaló entre sus sabanas para dirigir la mirada hacia la zona obscura del fondo de su cama, y aterrada observó…
Fin.
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