domingo, 24 de febrero de 2013
La penumbra de la costa
Día soleado, ¿no? Usted huele el aire, con esa fragancia a sal y sol tan característica de las ciudades portuarias; se goza en los cálidos rayos del sol, en la caricia de la brisa caliente. En sus genes no está el instinto que tenemos la mayoría de los marplatenses corriendo en nuestras venas.
Desde la fundación de la ciudad los habitantes de esta siempre tratamos, subconscientemente, de alejarnos del mar: en el verano solemos despreciar la belleza de la costa y a los turistas que se acercan tan negligente y despreocupadamente a ella. Hay quienes dicen que es una simple cuestión de turismo, pero algunos ancianos dan otras explicaciones, sentados alrededor de una fogata o en la sobremesa de algún asado.
Estos ancianos, casi siempre marineros o trabajadores portuarios en épocas pasadas, relatan escalofriantes historias sin que se les mueva un músculo en sus caras talladas por el salitre. Alguno más atrevido quizá muestre una cicatriz para dar fuerza a su historia; si usted tiene la suerte o la desdicha de escuchar la historia —casi siempre totalmente inverosímil— de alguno de estos veteranos y este le muestra alguna herida, muy difícilmente identificará la forma o procedencia de la cicatriz.
Los visitantes de nuestra ciudad no poseen ni adquieren el instinto acerca de lo que se oculta en el mar: a veces ni siquiera los que se mudan por largos periodos de tiempo a nuestro lugar desarrollan esa sensibilidad especial respecto al mar que caracteriza a los nacidos en Mar del Plata.
¿Conoce la historia de Alfonsina Storni? Quizá alguno de estos viejos lobos de mar se la cuente, pero con exageraciones y detalles morbosos que están fuera de lugar y consideración. Muchas teorías circulan acerca de su —a primera vista— peculiar suicidio adentrándose en el mar, y sin embargo mucha gente de esta ciudad eligió o elige esa forma para acabar con su vida. Cuando la sensibilidad acerca del océano y sus oscuros misterios es extrema, el sujeto comienza a investigar de manera enfermiza, y según las malas lenguas, a tener alucinaciones y delirios místicos con antiguos seres venidos desde las profundidades marítimas.
Esas personas, como la poeta Storni, desarrollan una ligera pero malsana esquizofrenia. Otra anécdota trágica es la de Lucien Andreaux, poeta francés radicado en Mar del Plata desde los 15 años. El europeo asesinó a mano limpia a dos comerciantes del puerto que pertenecían a la misma familia, la cual, casualmente, tenía una fama siniestra en la ciudad debido a su pertenencia a cierto culto esotérico. Cuando la policía lo llevó, preso de una alucinación mezclada con emoción violenta, el asesino sólo atinaba a formular una explicación fantástica sobre los fundadores de la ciudad, como Peralta Ramos o Luro, teniendo descendencia con repugnantes criaturas que vivían cerca del puerto. En la irracional historia del francés, que fue escuchada por varios transeúntes, el poeta decía a gritos que la ciudad estaba corrompida por estos seres del mar y que había hecho un bien en matar a dos. El francés se suicidó tres días después en su celda de manicomio: el dato curioso es que los peritos encontraron pequeñas escamas, casi invisibles a simple vista, alrededor de su cuello.
La historia de Andreaux nunca pasó de ser un rumor; en ningún diario de ese año se menciona la noticia. Esta truculenta anécdota es conocida por un casi nulo porcentaje de los marplatenses, y descreído por la mayoría de los que la conocen.
Sin embargo, la historia del francés puede y ha sido verificada con cierto esfuerzo y espíritu investigativo. Es más: si uno mira atentamente a ciertos comerciantes del puerto, verá que comparten algunos rasgos para nada tranquilizadores, como los ojos saltones y los gruesos y boqueantes labios. Los más paranoicos dicen haber visto a algunos de ellos saltando al mar en ciertas noches de luna nueva y también practicando danzas arcaicas en recónditas playas del sur. Huelga aclarar que estos dichos no son en absoluto de fiar y, de hecho, somos los menos los que les prestamos atención.
A pesar de todo, la modernidad y el progreso de la urbanización terminaron por tapar casi del todo estas leyendas en capas de cemento y asfalto. Ciertos periodistas olvidados han comparado los extraños e ignorados sucesos de Mar del Plata con los de la ya fantasma ciudad de Innsmouth en Estados Unidos. A veces, misteriosas corrientes marítimas que no deberían existir arrastran a turistas hasta las entrañas del océano: hace unos años se encontró un cadáver de uno de estos en una playa del sur, con el rostro desgarrado y extrañas marcas similares a runas en el pecho. La noticia fue tapada igual de rápido que lo que tardó la policía en incinerar el cadáver, pero algunos policías aflojaron la lengua bajo los efectos del alcohol en ciertas cantinas de mala muerte, aunque es la opinión popular que estos agentes todavía se callaban detalles peores.
Muchos y horrendos son los rumores que corren entre marineros e intelectuales de la ciudad. La mayoría de los habitantes ni siquiera los conoce, pero casi todos tienen, en el fondo, una mezcla de pavoroso respeto y religioso temor al oscuro atlántico. Luces extrañas bajo el agua, cadáveres ocasionales y sombras nadadores en noches puntuales del mes ayudan a fomentar las habladurías y forman parte de un oscuro folklore de pocos; pero no se preocupe, probablemente usted tenga una buena experiencia en la ciudad. Eso sí, cuando el cielo se torne plomizo, el viento corra frío y el mar se embravezca, tenga mucho cuidado con el mar. Y cuando esté soleado, quizá debería estar atento.
A los marplatenses no nos gusta el mar.
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